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La gran apuesta

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Pareciera que una endemoniada y poco clara disputa divide más que nunca a la oposición, hasta de focas y alacranes han sido calificados altos dirigentes por otros no menos altos de los partidos más emblemáticos –los menos pequeños– o incluso también parece que algo ha contaminado de pugnacidad hasta a las cancillerías amigas y hasta los prochinos de Fedecámaras  han asumido la política con  la misma pasión que sus cuentas de banco y la Iglesia venezolana ya no es la pétrea (de Pedro) roca de hace algunos meses.

O votamos o no votamos en noviembre aparece como lo más inmediato de la disputa. Pero si a ver vamos casi todo el mundo es amigo del voto, claro, siempre y cuando sea lo suficientemente diáfano y transparente; al fin y al cabo es el primer instrumento de la democracia (ojo, para unos cuantos simplemente es imposible que lo sea, dada la naturaleza de la mafia que nos gobierna: Ledezma, María Corina, ahora Causa R y bastante gente furiosa que suele andar por las redes. Ceder en ello es de pendejos o, peor, de cómplices). Pero aparte de estos lapidarios en esa alternativa se esconden un manojo de enredos, y puñales, muy cortantes.

El segundo dilema es cuántas se darán de esas condiciones. A lo mejor es el mismo punto anterior, visto desde otro ángulo. Cosa una son elecciones decentes y cosa otra con unas pocas o ningún pudor político, asunto en que este régimen ha dado las más inmorales demostraciones imaginables, como la constituyente para dar un solo ejemplo. Se podría establecer un impreciso límite de la decencia, que es la de aquellos que dicen “bueno, esperemos lo que hace este enigmático CNE”, y los que ya sabemos que han asumido su rol de votantes obligados son esa rara y torva especie de la oposición progobiernera o mesita, cuyos límites son todavía muy imprecisos. Sobre todo porque hay que pensar también en ese hombre de la calle, Perico de los Palotes, que tan antipolítico anda.

Pero el fondo profundo del asunto es que ir a las elecciones de gobernadores y alcaldes significa en buena medida legitimar al presidente Maduro y en el peor de los casos aceptarlo hasta el 25 y quién sabe si más.  Y no sabemos a cambio de qué, salvo unas cuantas gobernaciones. Cuantas, porque según las encuestas deberían ser casi todas; por supuesto no es lo que cree Maduro que las convoca.

La otra opción fuerte es ir a las elecciones, pero después de una transacción más general que obligue al gobierno destartalado del país agónico a otras muchas, pero sobre todo a acordar una pronta fecha para la elección presidencial, el muy constitucional revocatorio verbigracia. Es el plan que enarbolan Guaidó y con seguridad la mayoría de amigos exteriores, en especial el Tío Joe, y sustantiva  parte opositora local. De palabra, no sé si de reales intenciones, la mayoría opositora nacional ha dicho apoyar esa hoja de ruta. A Maduro, por supuesto no le gusta nada, sino un diálogo con una parte de la oposición, “más realista” y muy restringido a lo electoral y, para lo cual, reprime y atropella descaradamente y pone condiciones inverosímiles al encuentro global. Esto es realmente lo paradójico y altamente peligroso. O el mucho o nada y el pedacito regional y luego poco a poco. Puede partir la oposición en dos grandes pedazos, trabar la reconquista política de Juan Bimba y dañar seriamente el frente externo y sobre todo las relaciones con Biden, que le manda tan intensas misivas al prócer guaireño.

Sigo pensando que las dos opciones son compatibles. El único obstáculo real como es natural es que el chavismo duro, unos seis líderes visibles y parlantes y un ejército de oficiales maniatados, se empeñen en poner las reglas del juego que por supuesto serán muy estrechas.

Es posible, pero tiene sus costos, que los noruegos le saquen la lengua y el Tío Biden siga sancionando y persiguiendo corruptos y millones blanqueados. Y, por supuesto, que los venezolanos continúen yéndose, muriendo de mengua, maldiciendo haber nacido aquí y que un cafecito llegue a costar centenares de millones de bolívares. Hay países que han desaparecido de los mapas.

¿Qué pensará el  Koki de toda esta vaina?

 

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