Cualquiera sea el valor que nosotros le adjudiquemos a don Miguel de Cervantes, como poeta o como dramaturgo, resulta de claridad meridiana que en el género de la novelística reside su mayor facultad. En El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha apreciamos la más genial y célebre novela de la literatura universal.
Llegar al momento de la creación de sus mejores y afamadas obras no resultó para Cervantes un camino de rosas. En el artículo precedente, me referí a La Galatea, cuya publicación data de 1585. Sobre su fecha de aparición se han suscitado diferentes apreciaciones; pero, lo que resulta evidente, es que esta es una obra temprana del escritor. En la Historia de la literatura española de Ángel Valbuena Prat, leemos que él no considera a esta obra como un buen producto novelesco; sin embargo, le concede valores en el manejo del lenguaje y de las ideas platónicas del amor. En estas últimas características, dice Valbuena, se ve reflejada el alma renacentista de Cervantes.
Cuando se habla de «amor neoplatónico» se suele significar un «amor intelectual», y siempre se ha insistido en distinguir entre el amor sensible y el amor intelectual; aunque ambos arquetipos del amor coinciden en el origen, -uno y otro brotan de la contemplación de la Belleza-, son contrarios; la diferencia entre el amor sensual y, propiamente, el amor intelectual fue circunscrita por Platón en el Simposio y en el Fedro. No es el propósito de este artículo centrarme en este concepto, pero debido a la calificación que se les ha dado a las novelas pastoriles de tener ideas neoplatónicas sobre el amor, dejo, al menos unas pinceladas, sobre esta noción de Platón, que es a veces muy mal interpretada y peor aplicada.
De acuerdo con Platón, para lograr conocer el verdadero amor, es decir, para conseguir contemplar la Belleza, hay que transitar un camino ascendente: el primer tramo se recorre cuando se ama la belleza corporal, en este tramo hay dos momentos, amar a un cuerpo bello específico y el amor a la belleza corpórea en general. El segundo estadio es el amor a la belleza de las almas. Se sigue con la tercera etapa donde se ama el conocimiento, y este amor se difunde por encima de la subordinación a seres determinados. Así se llega al último paso y no es otro que el correspondiente al amor a lo «bello en sí». Ese sería en nivel supremo del Amor. Para conseguir este nivel, se necesita recorrer fielmente cada una de las etapas señaladas. Lograr esta meta es alcanzar la Idea de lo Bello. Y, todas las cosas bellas forman parte de esta «Belleza en sí».
Ahora bien, al hablar sobre el «amor neoplatónico» es insoslayable mencionar a Marsilio Ficino y su famoso De Amore.Commentarium in Convivium Platonis, forjador del florecimiento del neoplatonismo, y promotor de la acreditada Accademia Platonica di Firenze bajo el mecenazgo de Cosme de Médicis. Si bien es cierto que los escritos que se inspiran en los cánones neoplatónicos referidos al amor corresponden a varios géneros, en el medio hispano, el mundo pastoril sublimado personificó un género cualificado para que estos preceptos fuesen usados.
El pensamiento neoplatónico y la poética de Ficino fueron, por una parte, la raíz conceptual de inefables producciones renacentistas como el Nacimiento de Venus de Sandro Botticelli y, por otra, un medio de difusión tanto de la estética como de la filosofía platónicas. Por ello, De amore es relacionado estrechamente con el ideal que inspira a las más hermosas pinturas del Renacimiento, opinión que comparto con distintos historiadores del Arte y de la Filosofía.
Con estas referencias de telón de fondo, intento rastrear en los pastores de La Galatea las nociones neoplatónicas del amor. Y salta como primer vínculo la idea que de la belleza física tienen los pastores. Para ellos, la belleza corporal es tan solo un vehículo que les permite ascender a la contemplación de la Belleza del Ser Supremo, y, en definitiva, los conduce a la reunión con Dios: «Mi alma tu belleza, al mundo rara/ vio tan curiosamente, que no quiso/ en el rostro parar la vista clara. / Allá en el alma tuya un paraíso/ fue descubriendo de bellezas tantas, / que dan de nueva gloria cierto aviso».
Ciertamente la belleza física de su amada marca el inicio del enamoramiento, pero el pastor vislumbra que tal belleza es una alegoría de otra mucho más bella, superior, y por ello, su mirada trasciende la belleza corporal. Agudiza su mirada y encuentra el alma de la pastora donde se refleja un edén que pregona la “Gloria”.
También me referí anteriormente, aunque de pasada, a las Novelas ejemplares, publicadas en 1613, pasados ocho años de la publicación de la primera parte del Quijote. Ya en el artículo anterior me refería a estas Novelas ejemplares, y tan solo me detuve en dos de ellas, pero son doce novelas: Las gitanillas, El amante liberal, Rinconete y Cortadillo, El licenciado Vidriera, La fuerza de la sangre, El celoso extremeño, La ilustre fregona, Las dos doncellas, La señora Cornelia, El casamiento engañoso y Coloquio de los perros. El orden de producción de las novelas es distinto al orden asignado por Cervantes cuando las editó; fechar la elaboración de estas novelas ha sido un trabajo arduo llevado a cabo por muchos de sus estudiosos, y, al parecer, nadie ha logrado un resultado inequívoco. J. L. Alborg comenta, con cierto humor, recordando a Amenzúa y sus aportes al estudio de las novelas de Cervantes, que seguramente el orden lo dispuso el escritor atendiendo a posibles razones muy prácticas, como, por ejemplo, mezclar los temas y atraer así la atención del lector.
Sigo con su obra magna. Intentaré resumir lo mejor que pueda el argumento del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que lo puede conseguir el lector en los miles de páginas que hay en las redes sobre el tema. Alonso Quijano es un hidalgo que vive en «algún lugar de la Mancha»,con una gran afición por leer libros de caballería y es tal la pasión que despierta en él esta lectura, que termina perdiendo la razón, al extremo de creerse un caballero andante similar a estos héroes de ficción.
Con este fin, rescata una armadura de sus ascendientes, busca en el establo a su viejo caballo, a quien llamará Rocinante y, como es obvio, necesita conseguir una dama. En recuerdo a una campesina con quien tuvo amores nombra a su imaginaria compañera Dulcinea del Toboso. Además, se cambia a sí mismo el nombre y pasa a ser don Quijote. Sale en busca de aventuras y comienzan sus discrepancias con la realidad: ve un castillo donde hay una posada; como si fuera poco, le demanda al posadero que lo «arme caballero», escena de gran comicidad; pretende librar a un pastorcillo, cuyo amo lo está azotando; embistecontra unos mercaderes que se mofan de él, pero es derrocado y lesionado. Regresa su hogar y convence a un labrador de la zona para que sea su escudero. ¡Así tenemos nada más y nada menos que a Sancho Panza! Apenas reinicia el viaje, se encuentra con unos molinos de viento que confunde con gigantes. Viven unas cuantas aventuras, entre ellas el ataque a un rebaño de ovejas, creyendo que se trataba de un ejército; hasta Rocinante tiene sus andanzas, como en la ocasión cuando persigue a unas yeguas. Llega un momento en el cual don Quijote decide ir a vivir alejado en un sitio de montañas para hacer penitencia y así conseguir el amor de Dulcinea. Llegamos a la segunda parte, donde don Quijote se muestra más reflexivo y Sancho se ha convertido en un soñador. Unos nobles le engañan y los llevan a su palacio donde le hacen creer que tanto a don Quijote como a su Dulcinea que están hechizados por Merlín. Hacen de Sancho «Gobernador» y, sorpresivamente, Sancho se convierte en un inteligente gobernador. Don Quijote y Sancho arriban a Barcelona y don Quijote es vencido por el Caballero de la Blanca Luna en la playa. El distinguido y desilusionado caballero retorna a su pueblo, aun cuando Sancho insiste en seguir con nuevas aventuras. Está muy enfermo y antes de morir, recobra la lucidez y tomando conciencia de todas las locuras cometidas, pide perdón.
Son muchos los puntos de vista desde los cuales se puede comentar la novela. La perspectiva del viaje es muy fructífera y daría para realizar un largo análisis; aun así, trataré de escribirde manera breve algunas notas sobre esta mirada al Quijote. No es solo ver los viajes dentro de la novela, es ver también a Cervantes como el viajante del siglo XVII, que nada tiene que ver con el viajero turístico de nuestro siglo. No solo son las motivaciones que imperaban en los siglos XVI y XVII, sino las infraestructuras y los distintos medios de transporte, que nada tienen que ver con los nuestros. ¿Qué motivos tenían en esos tiempos para trasladarse de un lugar a otro, a pesar de los inconvenientes? Según algunos cronistas de esos años, los viajes obedecían, en principio, a sueños propios de recorrer mundo, o por órdenes de algún superior. Podían viajar por el deseo de conocer nuevas tierras y también con cierto afán aventurero o de aprendizaje. Así, había trotamundos, estudiantes, comerciantes, viajeros de la Fe y los famosos «Cómicos de la lengua»; los que viajaban por mandato como los embajadores, los informantes, y, por supuesto, los nobles,
Luego, en el caso de Cervantes, se puede apreciar que en su momento viaja por razones de exilio (mandato) y aprovecha esa oportunidad para aprender de la literatura italiana (aprendizaje). Viaja como soldado, sufre prisión y todas estas experiencias las refleja, no solo en el Quijote, sino en las «Novelas ejemplares». En La española inglesa los personajes viajan de España a Inglaterra, a Francia, vuelven a España, siguen a Cádiz; es decir, Cervantes los hace transitar de un sitio a otro y va narrando detalladamente cada itinerario y sus pormenores.
En el capítulo XI de la segunda parte del Quijote, el Ingenioso hidalgo se tropieza con los integrantes de la «compañía de Angula el Malo», quienes, con vestimentas alegóricas a la muerte, a los ángeles y a los demonios, se trasladan en un carromato de poblado en poblado, con su peculiar jolgorio y constituye un extraordinario aporte cervantino para el conocimiento de los famosos viajes de los cómicos de la lengua.
Sobre Cervantes o cualquiera de sus obras se pueden llenar páginas de comentarios. Suelo encontrar en las redes sociales cantidades de escritos de todo tipo, muchas «citas» adjudicadas a don Quijote, a Sancho o al propio Cervantes que no aparecen en ninguna de las obras cervantinas. Son citas falsas y ello, lejos de darle “seriedad” a quien las cita, más bien denota el desconocimiento que tiene de la vida y obra de la gloria de las letras castellanas y universales, don Miguel de Cervantes y Saavedra. Espero que estos artículos contribuyan a fomentar la lectura de los hacedores de nuestra lengua. ¡Leyendo también se viaja!
@yorisvillasana