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La Fuerza Armada Nacional (1958-2024)

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«Recomiendo a mis compatriotas encarecidamente que tengan valor y armas solo para una guerra extranjera y que trabajen con fe y devoción por el porvenir de nuestra patria, que solo necesita paz y orden, para el desarrollo de todos los variados elementos de prosperidad, a los cuales no se ha atendido por las discusiones y anarquía que han asolado siempre países tan favorecidos por la mano del Hacedor Supremo» (Autobiografía del general José Antonio Páez).

Es de pensar que la mayoría de oficiales de la FAN, para el momento del abandono del poder por Marcos Pérez Jiménez, la madrugada del 23 de enero de 1958, se habían adaptado al régimen y quienes de una u otra forma se sumaron al liderazgo para el derrocamiento del presidente Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948, rondaban los cuarenta años, con rangos de coroneles muy pocos. Pue bien, todo indica que Pérez Jiménez negoció su salida pacífica con un grupo de oficiales, a la cabeza del contraalmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, (el más antiguo), constituyéndose en Junta Cívico-militar que incluyó a dos afectos al perezjimenismo, que fueron sustituidos inmediatamente. Lo cierto es que la FAN era consciente que se debería garantizar el retorno de la democracia y así fue, claro que con el temor de que Rómulo Betancourt, líder por excelencia de la democracia, regresara al poder y asumiera revanchismo por aquellos 10 años de militarismo. Ya Betancourt tenía la experiencia de haber abortado entre 1945-1947 movimientos militares en su disposición de instaurar la democracia en Venezuela.  Sería el propio presidente de la Junta, Wolfgang Larrazábal Ugueto, quien en entrevista con el diario El Nacional (16.01.83) contaría: «Me preguntaban ¿cómo vas a dejar que Rómulo Betancourt sea presidente? Y me empujaban a que no entregara el poder”.

Años después (1986) el general Carlos Soto Tamayo (Rómulo, democracia con garras) recordaría:

“Aun después de que se conocieron los resultados de los comicios, cuando las manifestaciones de alegría no se hicieron esperar, en los cuarteles se advertían sospechas y desasosiego. Muchos militares creyeron que a las Fuerzas Armadas les había llegado su hora fatal porque serían destruidas o desmedradas por el nuevo presidente. Cuando el nuevo comandante del Ejército, coronel Marco Aurelio Moro, conoció los resultados convocó a una reunión de oficiales y se expresó con sinceridad sobre lo que sentían sus compañeros de armas: ‘Las elecciones las ha ganado Don Rómulo Betancourt. Es para nosotros como un purgatorio de aceite, pero tenemos que tomárselo porque debemos respetar la voluntad popular… y si alguno de los presentes no está conforme, puede tomar la decisión más conveniente porque no defraudaremos la confianza depositada en nosotros” (De la dictadura a la democracia, Eleazar López Contreras, linderos y puente entre dos épocas, Rodolfo Moleiro).

Rómulo Betancourt no solo gobernaría y entregaría el poder a su sucesor Raúl Leoni (1964), sino que con el apoyo de la Fuerza Armada derrotaría a la izquierda y derecha empeñadas en desestabilizar al sistema democrático.

66 años después y 24 de un régimen de evidente tendencia militarista, se plantea de nuevo el dilema de 1958, remitiéndonos a la clásica teoría del filósofo de la historia Giambattista Vico (1668-1744), quien sostuvo “que el acontecer humano camina, pero no en forma lineal, sino por ciclos que implican avances y retrocesos, idas y venidas (corsi e ricorsi), en una especie de ‘ley’, que toma nuevo impulso para otro avance al que sucederá otro retroceso”…

Ahora se trata del cambio de un modelo político integral, a sustituirse con el nada ocultable apoyo popular mediante elecciones presidenciales convocadas para este julio 28, en el marco propuesto de una transición, para lo cual las realidades internas y externas no están dadas para dar un salto al vacío, lo que debe pesar en el seno de la Fuerza Armada, garante de la seguridad de la nación, como lo menos que espera el pueblo las próximas horas y a la Historia voy, victoriosa o vencida…

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