OPINIÓN

La fraternidad como categoría política aquí y ahora

por María Gabriela Mata María Gabriela Mata

La fraternidad, para algunos “el principio olvidado” de la trilogía de la Revolución francesa (1789), está cobrando relevancia como categoría política. Sus innegables raíces religiosas lo han mantenido al margen de los debates ideológicos, que colocaron la libertad a la derecha y la igualdad a la izquierda. Sin embargo, con un rezago de doscientos años, parece regresar a la academia con toda su fuerza emancipadora para rebatir el desencanto posmoderno.

El profesor Antonio María Baggio de la Universidad de Sofía (Italia), quien estuvo la semana pasada en Caracas y Maracaibo invitado por la Universidad Católica Cecilio Acosta y la Nunciatura Apostólica, disertó sobre la fraternidad en el marco de la acción social. Animado por la gente del IESA, llevó la reflexión hasta explicar su importancia en la ecuación empresarial.

Destacando su aspecto relacional, el profesor Baggio explicó la fraternidad como el elemento faltante en nuestras sociedades complejas que ven la libertad estirarse más allá de los valores compartidos, potenciando el egoísmo, y la igualdad sucumbir sometida por el pensamiento único.

Para aclarar el punto hizo mención a algunos ejemplos históricos en los que la fraternidad fue determinante como la revolución haitiana de 1804, la cual, lejos del partidismo que acabó con la fraternidad en la Francia jacobina, puso en evidencia que, sin la fraternidad universal, los esfuerzos independentistas se hubiesen limitado a beneficiar a la burguesía criolla ansiosa por tomar el poder, como de hecho ocurrió con las independencias latinoamericanas que vieron luz a partir de 1810. Aunque pudiera alegarse que la fraternidad entre los pueblos americanos estuvo presente de otra manera al asumirse la independencia como una tarea de todos, desde la Argentina de San Martín a la Gran Colombia de Bolívar.

Pero nos importa el presente. El aquí y el ahora. La Venezuela desgarrada por el llamado “socialismo del siglo XXI” y el (des)gobierno de Maduro. Esta crisis ha sacado lo peor y lo mejor de nosotros. Me consta, seguro a ustedes también. Es momento de crecerse y apuntalar lo bueno. La fraternidad resulta clave para superar las diferencias ideológicas y acometer un proyecto de país en el que quepamos todos. Más allá de chavistas o de oposición, somos venezolanos. La libertad egoísta y la igualdad hegemónica nos han hecho ya demasiado daño.

En particular me gustaría enfatizar cómo la fraternidad pudiera intervenir para detener y, en alguna medida, curar los efectos perversos de la lógica que transforma la inclusión en exclusión como en las CLAP o los bonos pagaderos a través del carnet de la patria, que dejan por fuera a profesores, profesionales de la salud y empleados públicos. No es con cajas de comida o bonos a los acólitos que se resuelve el problema del deterioro de la calidad de vida.

Desde un punto de vista político, la fraternidad ofrece una redefinición del vínculo social a partir del reconocimiento de la identidad específica de cada uno en un cuadro de referencia unitario que es la familia humana. Si podemos definirnos “hermanos”, el otro no es distinto a mí sino otro yo mismo.Eso implica el respeto de todos sus derechos, incluido el derecho a disentir, sin represalias de ningún tipo.

En el medio empresarial la fraternidad lleva a la responsabilidad social. Pero no una responsabilidad social dictada desde arriba, que en realidad sirve de excusa para expropiaciones e impuestos insensatos, sino una que favorezca la ética e incorpore a los principios de la eficiencia y la distribución, el principio de la reciprocidad. Cuenta Baggio que en la crisis europea que golpeó duramente a Italia, las empresas que mejor sobrevivieron fueron aquellas en las que los obreros fueron solidarios con sus empleadores en respuesta a un trato justo.

Mientras esto decía el profesor, en mi mente se difuminaban las líneas que separan la Sociedad Civil entendida como mercado  (que incluye a las empresas), donde los intereses particulares se negocian mediante acuerdos o contratos;  y la Sociedad Civil vista como el lugar del interés común y  la virtud cívica, “aquel espacio de la vida social que se caracteriza por ser autogenerado y autónomo, compuesto ante todo de la esfera íntima (la familia), la esfera de las asociaciones voluntarias, los movimientos sociales y las formas de comunicación pública” (Cohen y Arato, 1992).

Cuando la institucionalidad no responde a las necesidades del pueblo, es necesario fortalecer las relaciones fraternales. Crear comunidad. Impulsar la acción social. Y en verdad no hay límites para eso.

Referencias

Cohen, Jean y Arato, Andrew (1992). Sociedad Civil y Teoría Política.  FCE, México.