España alguna vez fue bendecida por la historia cuando los reyes católicos aceptaron apoyar a un loco que había naufragado en las playas y la corte de la cercana Portugal. Allá los cuerdos sabios que rodeaban al rey vieron muy poco viable su proyecto y prefirieron seguir bordeando África en la búsqueda de Cipango-Catay y las especias. Mientras, los reyes católicos de Castilla y Aragón, en el propio proceso de hacerse e integrarse en España, decidieron que tal vez no estaba tan desquiciado. Esa apuesta colocó a su corona a la vanguardia de la cultura europea y a sus descendientes, decidiendo los derroteros del mundo por 300 años.
En 1561, una real ordenanza de Felipe II (bisnieto de los fundadores de España) definió el destino de una gran bahía cerrada al occidente de Cuba, de estrecha y defendible entrada y conveniente cercanía a la corriente del golfo, una enérgica cinta transportadora que empuja los barcos veleros hacia Europa. Esta corriente marina y los galeones que empujaba se convirtieron en la sangre que sostenía el Imperio.
Designada La Habana como lugar de arribada y salida del convoy de buques en trasiego con la metrópoli, fue el punto de obligado destino de la llamada Carrera de las Indias o Flota de La Plata. Llegó a ser en los siglos XVI-XIX uno de los mayores puertos del Imperio Español y del mundo, en lo que coadyuvó la llanura y fertilidad de sus tierras circundantes y el rápido crecimiento en esta latitud de la caña de azúcar.
El destino de La Habana (y de Cuba) lo propuso hacia 1570 Pedro Menéndez de Avilés, Almirante de la Flota de la Plata, adelantado en la Florida, fundador de San Agustín (para salvaguardar el paso de la flota) y luego gobernador en La Habana. Gracias a sus conocimientos marineros, dicho puerto fue emergiendo como gran ciudad, interrelacionada directamente con España, más exactamente con Sevilla primero y a partir de 1679 con Cádiz. Mas, a la vez estaba conectada con la cercana Península de la Florida, en los hechos conquistada por Avilés para evitar ataques a la Flota de la Plata. Y unida a la corona española estuvo por unos 300 años. En 1763, es cedida al Imperio de Inglaterra, a cambio de La Habana, el año anterior invadida por la mayor flota inglesa hasta ese momento.
Por otro lado, hay que resaltar que Estados Unidos contó con tropas regulares españolas para su independencia. Asi, un destacamento salió de La Habana en abril de 1781, comandadas por Juan Manuel Cajigal. Iba como su edecán un joven oficial Francisco de Miranda, quien destacó y fue ascendido a teniente coronel en la Batalla de Pensacola. Como consecuencia, la Florida es entonces reintegrada a España, hasta 1819.
Cuando surge Estados Unidos, la nueva nación, se esmeró en establecer un “contrato social” que favoreciera al entrepreneur, al inventor, al científico. Incluso algunos de sus padres fundadores lo eran. El trasatlántico estadounidense, por imperio de la geografía, desde antes ya arrastraba el bote auxiliar llamado Cuba. Por ejemplo, desde mediados del siglo XVIII goletas navegaban desde las XIII colonias y contrabandeaban activamente con La Habana. De esta manera ya arrastraban económicamente a la pequeña isla, cooperaban en hacer más luminoso el París del Caribe.
Cuba no se separó de la madre patria a principios del siglo XIX, como la mayoría de las provincias de Hispanoamérica. Permaneció como parte de la corona, pero hacia 1868 afloraron profundas contradicciones económicas como propuestas autonomistas, independentistas o anexionistas. Este último movimiento pretendía agregar la isla como otro estado a su vecino del Norte. Fue impulsado por el venezolano Narciso López, que desembarcó en las costas cubanas con una llamativa bandera roja-blanca-azul, y una estrella, que quería ser parte de otra bandera estrellada. Ello le costó la vida.
Luego, a partir de 1868 Cuba sufrió los efectos de una devastadora guerra civil, lo que implicó una profunda degradación económica y más tarde, con la aún hoy confusa explosión del Maine, con la consiguiente intervención del ejército norteamericano en la contienda. Bajo ocupación de tropas norteamericanas, hacia 1910, la economía cubana, fue enfocada fundamentalmente en la producción azucarera. Y floreció evidentemente como abastecedor del creciente mercado en el Norte.
Es de notar que, a pesar de la ocupación militar estadounidense y las necesariamente estrechas relaciones con el vecino del norte, no ocurrió en Cuba un proceso de aculturación hispana en favor de una anglo-reculturación. Por el contrario, las relaciones Cuba-madre patria continuaron siendo fluidas, hasta el punto que hacia 1910-1926 emigraron desde la península cerca de 600 000 personas, unas 35 000 anuales y se establecieron entre los cubanos como si fuera en las Canarias. Milagrosamente el cordón umbilical Sevilla-Cádiz-La Habana, no había sido cortado ni por machete mambí ni por los cañones de los destructores yanquis en Santiago de Cuba. Y hoy, las relaciones cubanos-españoles de todas las ideologías y geografías, siguen siendo las de primos, miembros de la misma etnia. Se estima que más de 50% de los cubanos tienen ancestros españoles y habitan la isla unas 300.000 personas con vigente nacionalidad española.
Cuando en 1959 unos barbudos toman el poder en La Habana, no por el poder de fuego de unos garands sino porque Batista se quedó sin apoyo desde Estados Unidos, asaltaron pretendidamente de manera “revolucionaria” una ciudad pujante, aún muy parecida a Cádiz o a Sevilla, con muchas contradicciones, con elementos de país desarrollado mezclados con los desastres del subdesarrollo y hasta de feudalismo en el interior del país. Pero el ímpetu reestructurador, fue más caotizador que constructivo, porque se trató de llevar a cenizas el edificio social, para rehacerlo “racionalmente”. Pero según una racionalidad jacobina. Y se dejó la nación en manos de un solo individuo, convencido de que podía superar la obra de Robespierre y Lenin. Este reordenamiento “jacobino-revolucionario” que ocurrió en Cuba, recuerda de cierta manera lo que había sucedido a finales del siglo XVIII en Haití, donde otra revolución, en este caso extremadamente violenta e incendiaria, determinó la expulsión de los hacendados franceses y dejó al país en extrema miseria hasta hoy día.
Cuando en 1960 los barbudos llegaron al poder, pareció que las diferencias se habían resuelto con plomo. De reafirmarlo se encargaron la prensa, en su mayoría pro-jacobina, y luego los servicios secretos del nuevo régimen y tal vez alguno que otro. Pero Batista no se fue del poder porque un par de miles de hombres mal armados se le habían enfrentado sino porque el embajador norteamericano le había notificado que ya no recibiría más armas. Por debajo de la mesa, no se trató de fuerza militar sino de geopolítica, espionaje e información. Una vez en el poder, el discurso socialdemócrata e incluyente de los insurgentes, se transformó en uno excluyente y en un momento de 1961 se desnudó como ideología comunista, que imponía la dura “dictadura del proletariado”, es decir, eliminar todo disenso de su dogma. Antes jamás dijeron que convertirían el país en un campamento, su campamento. La “revolución cubana” implicó toda una serie de intrigas y golpes de mano subterráneos, en que resultaron castradas las posiciones más comedidas (XIII de marzo, FEU) por las más extremistas (Movimiento 26 de Julio, que a su vez recibió un golpe palaciego por los comunistas, el PSP, Partido Socialista Popular).
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