Fue una sensación de alivio y de mucha felicidad seguir los actos de juramentación de Joseph R. Biden como presidente de Estados Unidos, de principio a fin.
Vivir en el área metropolitana de Washington D.C., como es mi caso, significa ver, escuchar, respirar, saborear y tener contacto diario con la política. Si usted decide, por ejemplo, visitar los museos de la ciudad, algunos únicos en el mundo, debe ir al “National Mall”, donde la Galería de Arte Nacional, el Museo Nacional del Aire y del Espacio, y el de la Historia y Cultura Afroamericana, entre otros, conviven con estructuras dedicadas a honrar la memoria de figuras históricas emblemáticas (políticas), como Thomas Jefferson y Franklin D. Roosevelt; y de batallas libradas en pro de la libertad y la democracia, como los monumentos de la Segunda Guerra Mundial y el de la guerra de Vietnam, teniendo en un extremo del parque a Abraham Lincoln, en el otro al Capitolio, y en la mitad, el Monumento a George Washington.
El “Mall” está flanqueado por muy bellos edificios gubernamentales, tanto por la avenida Independencia, como por la avenida Constitución. Entre ellos, figuran los del Departamento de Estado, el de Justicia, el de Agricultura. Y a una o dos cuadras del parque, está el del Tesoro, al lado de la Casa Blanca, y el de la Corte Suprema de Justicia, aledaña al Congreso.
Los noticieros televisivos estadounidenses son esencialmente locales. Si usted vive en Harrisburg, Pensilvania; en Los Ángeles; en Dallas, o en Jackson, Mississippi, las noticias que va a ver en horario estelar van a ser muy probablemente las de su ciudad. En Washington, las noticias locales son noticias nacionales. Usted se entera de lo que ocurre en el área en materia policial, educativa, en los deportes o sobre asuntos específicos de su comunidad, pero en lo político, lo más prominente es lo que ocurre en el Congreso o en la Casa Blanca, que no es el caso de otras ciudades del país. El periódico de más circulación en Washington es The Washington Post, el medio por cuyos reportajes tuvo que renunciar Richard Nixon a la presidencia.
Washington es la única ciudad de Estados Unidos que se considera inmune a recesiones económicas, porque la actividad económica de la ciudad está vinculada al funcionamiento del gobierno, que no cesa, y que siempre cuenta con su presupuesto. De allí que sea usted un maestro de escuela, un agente inmobiliario, un profesional de la medicina, tenga negocio propio o trabaje como obrero de la construcción, lo que ocurra en el gobierno lo siente, además de que entre sus vecinos y amigos hay empleados de la inmensa burocracia estatal, que incluye agentes de la CIA y del FBI, diplomáticos y funcionarios de organismos internacionales (OEA, BID, OPS, FMI, Banco Mundial).
Que me afecte la política de mi ciudad no es nada nuevo. Como caraqueño, desde muy pequeño, aun sin saberlo, viví los avatares de la política. Todavía recuerdo cuando en la década de los 60 del siglo pasado, un día tuve que pegar una carrera por las calles de El Silencio llevado de la mano de mi madre. Nos rodeaban bombas lacrimógenas, se escuchaban disparos. La guerrilla urbana estaba en la ciudad y las fuerzas del orden respondían. Pocos años atrás, en la noche de un 22 de enero, dormí en el piso de la habitación de mis padres, por miedo a que los tiros que sonaban afuera penetraran nuestra vivienda. Después que el dictador voló en la madrugada, en la Vaca Sagrada, hubo un breve periodo de paz, pero luego no cesaron los disturbios. Había noches en que desde el edificio donde vivíamos en la Parroquia Sucre, podíamos ver a lo lejos cómo caían bolas de fuego desde los bloques de la urbanización 23 de Enero, bombas molotov que incendiaban vehículos, y más disparos.
Más de 30 años después, estabilizada la democracia en Venezuela, ocurrió el intento de golpe de Hugo Chávez a Carlos Andrés Pérez, un 4 de febrero, una situación nunca antes vivida por mí como adulto. Como consultor en Comunicaciones de la CTV, fui corredactor del comunicado de la central obrera pronunciándose contra el golpe. En la mañana, cuando la situación parecía estar controlada, me fui temprano a la sede de la confederación, y en el camino, a la altura de Chuao hacia la autopista del Este, en dirección hacia el centro, vi que todavía estaban apostados por allí unos soldados, con sus rifles apuntando hacia la base militar de La Carlota. Ese día, y los posteriores, sentí una suerte de trauma por todo lo ocurrido. El fin de semana siguiente lo pasé fuera de Caracas con mi familia para bajar las tensiones.
Vino otra vez Chávez, esta vez como presidente. Su elección fue como ninguna otra. “Cuando llegue al poder voy a freír en aceite las cabezas de los adecos” era el tono de su campaña. “Juro sobre esta Constitución moribunda” fue su mejor frase en el acto de su juramentación. Y en esa misma tónica decidió gobernar. El país cada vez más dividido. La democracia cada vez más golpeada. El populismo autoritario demoliendo las instituciones. La ignorancia y la corrupción acabando con la economía. La educación y los valores trastocados. “Ser rico es malo”. “Marisabel, esta noche te doy lo tuyo”. Las alianzas con los países democráticos, con los aliados naturales, se resquebrajaron. Y nos dejó de herencia a Maduro.
Por eso, fue un gran alivio constatar que Joseph R. Biden ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos. El populismo autoritario del presidente saliente ya estaba demoliendo las instituciones democráticas, quebrantando todo tipo de normas y tradiciones. Su ignorancia e ineptitud propiciaron la propagación de la pandemia de COVID-19 a niveles injustificables y como consecuencia de ello, la economía se contrajo 31,4% en el segundo trimestre de 2020, peor que durante la Gran Depresión de los años veinte y treinta del siglo pasado.
La gran frase de Donald Trump en el lanzamiento de la campaña que lo llevó a la presidencia fue sobre los mexicanos que cruzan la frontera sur: “Están trayendo el crimen. Son violadores. Y algunos, asumo, son buena gente”.
Los problemas reales de la clase trabajadora, especialmente la de raza blanca, fueron explotados al máximo por Trump con su discurso redentor populista, mediante el cual apeló a históricos prejuicios raciales, prejuicios económicos contra la globalización y el libre comercio, y prejuicios contra el Estado y la política. El enemigo a vencer era, primero, la prensa, que calificó abiertamente como enemigo del pueblo. A una periodista del programa 60 Minutes, de la cadena CBS, le reconoció que desprestigiaba a los medios para que la gente no creyera todo lo que de él decían. El otro enemigo clave fue el Deep State (Estado profundo), en el que estaban incluidas todas las instituciones gubernamentales, que intentó politizar al máximo.
Politizó sentencias de tribunales militares; desacreditó a las agencias de inteligencia públicamente mientras hablaba al lado de Vladimir Putin. Durante su gobierno, los entes del Ejecutivo se resistieron a rendir cuentas al Congreso, y en muchos casos lo lograron. El Deep State pasó a ser un leit motiv de las teorías conspirativas propagadas por los seguidores del culto de QAnon, que junto con los Proud Boys y otros grupos nazis y de supremacistas blancos irrumpieron a la fuerza el 6 de enero en el Congreso.
Los 4 años de Trump fueron apabullantes desde el punto de vista mediático. Sus tuits, con mensajes falsos, provocadores, de insultos a sus adversarios, de exaltación al racismo, llenos de distorsiones de la realidad no cesaron hasta que Twitter le cerró la cuenta en la semana del 6 de enero. Dado que era el propio presidente quien los emitía, sus textos por las redes sociales eran comentados por la radio, la prensa escrita y la televisión, criticados por sus adversarios y defendidos por acólitos de su partido. The Washington Post le contó 30.573 mentiras o distorsiones públicas de la realidad durante su presidencia.
Los sucesos del 6 de enero en el Congreso no fueron sino la culminación de una constante actitud polarizante, promotora de la agresión y de la violencia, del racismo y la negación de la verdad del propio presidente de la nación. El hombre perdió las elecciones, perdió sus reclamos electorales en todos los niveles del poder judicial, no logró que los funcionarios electorales, legislaturas regionales y gobernadores de su propio partido desconocieran la voluntad popular. Sólo le quedó apelar a sus fanáticos a que fueran a quién sabe qué dentro del Congreso.
Finalmente, Trump se tuvo que ir con sus maletas a la Florida, mientras en Washington se realizó una fiesta democrática, con el vicepresidente Pence, los líderes demócratas y republicanos del Congreso, los jueces de la Corte Suprema que el propio Trump designó, grupos musicales populares de todos los géneros, poesía y fuegos artificiales, para celebrar la asunción del nuevo comandante en jefe y de la primera mujer vicepresidente.
“Hemos aprendido otra vez que la democracia es valiosa. La democracia es frágil. Y a esta hora, mis amigos, la democracia ha prevalecido”, dijo el nuevo presidente. Que siga siendo así.