Estamos ya a pocos días de la fecha fijada para el acto de votación en la elección presidencial. Asistimos a una campaña electoral totalmente atípica, a una campaña desplegada, en el seno de una nación donde los poderes del Estado han sido convertidos en comando de campaña, para perpetuar en el poder a una camarilla incompetente y corrompida.
Nunca antes en nuestra historia democrática habíamos participado en una campaña electoral donde el Estado se haya desplegado para perseguir, criminalizar y atropellar a su competidor en el proceso. A esta hora ya son centenares las víctimas de esa política represiva utilizando la Fiscalía, tribunales, policías, ministerios, gobernaciones, alcaldías, el Seniat, grupos armados y demás entes del Estado. No le ha sido suficiente el uso de los bienes, dineros y recursos del Estado para hacer la campaña del candidato a la presidencia vitalicia; no le ha bastado el uso y abuso del sistema de medios de comunicación públicos y el control sobre los pocos medios privados. Todos los días abusan más en su pretensión de perpetuarse en el poder. Ese cuadro de desesperación que estamos presenciando es el resultado de una estrategia fallida.
Maduro y su camarilla pensaron que repetirían el escenario electoral de 2018. Se dedicaron durante estos años a crear las condiciones para efectuar un proceso electoral, en medio de un ecosistema político artificial, donde la oposición verdadera no participaría y en consecuencia con su plan de fragmentación, confiscación de la representación legal de las fuerzas políticas, mimetización y control del Estado, se lograrían imponer.
En efecto, el siniestro plan estratégico diseñado en los laboratorios del régimen se preparó para ser aplicado con una dirigencia “opositora” pusilánime y comprometida con la cúpula roja, que fue puesto en evidencia con la realización del proceso de elecciones primarias.
Maduro y su entorno habían logrado en las elecciones regionales del 2020 confundir y dividir a la sociedad democrática. En dicho proceso acudieron dos bloques opositores fundamentales y otros complementarios. En esos bloques se mezclaron actores auténticamente democráticos con otros colaboracionistas, especialmente la llamada Alianza Democrática integrada por los directivos de los partidos designados por sentencias del TSJ, cuya misión era reforzar la división planificada desde la cúpula roja.
La convocatoria a elecciones primarias fue el comienzo del fin de esa estrategia. Desde que se anunció ese evento para el 22 de octubre de 2023 el régimen diseñó y ejecutó diversas tácticas para controlar dicho proceso. Cuando se percató que no lo podía controlar se dedicó a implosionar el mismo. Todas esas tácticas perversas las superamos y el evento se convirtió en un éxito por la masiva participación ciudadana que eligió a María Corina Machado como candidata de la oposición.
La dictadura se equivocó nuevamente en su estrategia. Ya el país empieza a despertar de su letargo. Se impulsa una serie de acciones para bloquear la candidatura de la nueva líder de la sociedad democrática. Se le fabrica una inhabilitación groseramente inconstitucional. Se lanza una batería de agresiones físicas y morales contra sus derechos políticos y su integridad personal. Se aplica un plan de encarcelamiento y hostigamiento contra las personas que integran sus equipos políticos nacionales, regionales y locales. En la mazmorra del Sebin están una decena de dirigentes encabezados por Henry Alviarez y Dinorah Figuera, cuyo delito ha sido ser parte del comando de María Corina Machado.
Paralelamente se lanza una campaña de terror a toda persona que ofrece servicios a la campaña o a los líderes de la oposición. Se cierran empresas, se confiscan bienes (tarimas, vehículos, sonidos, lanchas, etc) y se atropellan personas por servir a la causa de la democracia.
Todo ese plan tenía un solo objetivo: sacar del terreno electoral a María Corina Machado y a la verdadera oposición democrática. Lanzar a la mayoría ciudadana por el camino de la abstención y la frustración. Cómo se puede apreciar, a esta altura del proceso, ello no ocurrió. Al contrario, nos aferramos como nunca a la ruta electoral. María Corina, en un gesto que la eleva, trabajó con los demás factores políticos esa ruta electoral. Se designó por consenso la candidatura de la Dra. Corina Yoris. La dictadura de forma arbitraria, como es su forma natural de proceder, impidió su inscripción. Jamás han ofrecido una explicación a su ilegal comportamiento. Luego de un tortuoso proceso se logró inscribir la candidatura del embajador Edmundo González Urrutia, que finalmente recibió el apoyo de María Corina y de todos los demás sectores de la sociedad democrática.
La dictadura volvió a equivocarse en la estrategia. Jugaron a implosionar la unidad democrática, pero ella se ha nucleado definitivamente en torno a su candidatura. El liderazgo de María Corina se ha consolidado por su firmeza y desprendimiento lográndose un crecimiento definitivo de la candidatura de Edmundo González Urrutia. Se ha despertado una esperanza cierta y firme en el cambio. El hartazgo generado por el socialismo del siglo XXI ha encontrado en la dupla Machado-González una alternativa confiable y creíble para ofrecerle la confianza de las grandes mayorías ciudadanas.
La estrategia de la camarilla roja ha fracasado rotundamente. Ello explica el nivel de desespero en el que se encuentran. En estos días finales seguirán lanzando zarpazos alocados y peligrosos. Dios quiera que la sensatez prevalezca finalmente en el seno de esa cúpula roja, y no se dejen llevar por los sectores que aconsejan asaltar el poder por la vía del fraude en la fase final.
Lo conveniente para todos, incluidos los jefes de la camarilla, es aceptar la decisión de la mayoría ciudadana que ha resuelto pacíficamente, por la vía del voto, cambiar la conducción de los destinos nacionales. Está finalizando un ciclo histórico. Nos corresponde a todos los ciudadanos de bien, impulsar una nueva etapa basada en la democracia, la libertad, la moral, el trabajo y el desarrollo de toda nuestra patria.