Los males heredados de Chávez solo han empeorado con Maduro. Ese pesado fardo, que ha adquirido monstruosas proporciones en manos del heredero, está sepultando a un país sometido por un régimen que a ratos trata de exhibir el argumento ideológico del “socialismo del siglo XXI” para pretender mostrarse con objetivos supuestamente presentables, y así tratar de enmascarar las taras de la corrupción, incapacidad administrativa, narcotráfico, represión, violación de los derechos humanos, censura mediática y de antivalores ciudadanos que, entre otros males, tienen azotada a la nación. Al final, todos estos vicios confirman la vacua formación política y moral de cuantos han regido nuestros destinos.
En un trabajo sobre el tema del profesor ecuatoriano Dr. Daniel Granda Arciniega, titulado “El fracaso del socialismo del siglo XXI en América Latina”, califica a sus efectos como desastrosos en Venezuela, cuando señala: “El origen de los políticos que se adhirieron al llamado ‘socialismo del siglo XXI’ no proviene de las luchas sociales y las reflexiones teóricas y programáticas, sino que lo hicieron como consecuencia del pragmatismo, el oportunismo político, y la propaganda internacional”. Qué otra cosa podíamos esperar los venezolanos de quienes nada encomiable traían en sus alforjas. Las motivaciones de los golpistas del 92 nunca contaron con un sólido planteamiento ideológico y mucho menos fruto de debate alguno. El ropaje de las ideas sobrevino luego como un ardid para alcanzar el poder y con ellas todo un siniestro plan para ostentarlo y mantenerlo en desmedro de nuestras instituciones democráticas y de nuestra propia soberanía.
El pater familiae del trasnochado socialismo real en America Latina, Fidel Castro, igual de pragmático, conforme a su lema: “No la doctrina, sino la práctica, está volviendo socialista a Cuba”, aprovechó la polarización de la Guerra Fría y proclamó en 1961 su adhesión al socialismo soviético. Hoy Cuba, tras 60 años de dictadura, no es libre ni próspera, como no lo son o no lo han sido en su momento los otros países latinoamericanos en los cuales se implementan o implementaron procesos totalitarios de corte socialista: unos más y otros menos radicales, pero que en esencia han devenido en pésimos regímenes dejando tras sí los peores índices de pobreza, subdesarrollo, represión y sistemáticas violaciones de los derechos humanos que contrastan con los retóricos postulados del edulcorado socialismo del siglo XXI.
Esa fachada ideológica en la que se exhiben los principios y la doctrina que enfrentaría a un capitalismo salvaje que “ha sido nefasto y ha acumulado injusticia, exclusión, pobreza, desempleo, inequidad, depredación de los recursos naturales y todos los antivalores y contradicciones que es capaz de generar, reproducir y distribuir”, tal como lo esbozara Marta Harnecker, se ha convertido en un instrumento del régimen para “blanquearse” y asegurar solidaridades en el ámbito internacional. Puertas adentro, han quedado en el papel sus consignas de una democracia que garantice el cumplimiento de los derechos humanos integrales, el pluralismo y la separación de poderes; o aquella según la cual sería preciso alentar la subsidiaridad como fundamento de la democracia participativa, la proximidad entre los seres humanos y la descentralización del poder.
Acaso no es una burla la perla del depredador Monedero, cuando señala que: “Se debe poner el énfasis en la solidaridad entendida como antropología de la ternura social y de la fraternidad. Esto implica hacer frente a la ley de la selva fortalecida por la globalización neoliberal y vigorizar un tipo de ser humano sensible ante el dolor y la injusticia ajenos. Es necesario crear estructuras sociales donde los ciudadanos puedan vivir realmente la libertad, la igualdad y la fraternidad”.
Ha sido una ficción la propuesta de una democracia participativa que en lo conceptual requiere de otras condiciones, tales como: iniciativa popular en materia legislativa, democracia interna en los partidos y politización de sus debates, espacio público abierto y plural, funcionamiento de asociaciones autónomas de resguardo de los derechos humanos de tipo político y, por último, reforzamiento de la libertad personal frente a los problemas morales.
Con estos fariseos, los venezolanos vivimos una realidad nada fácil de superar. Seguramente se instaurarán en América nuevos regímenes que comulgarán con el castrochavismo. Es un ciclo diabólico que va de la mano de un irresponsable populismo que terminará postrando a los pueblos latinoamericanos. Como reza el viejo refrán: “Nadie escarmienta en cabeza ajena”.
Alarma la ineficacia de los factores internacionales del continente americano que han tratado este grave asunto del avance hacia el comunismo y el totalitarismo en la región, sobre todo después del final de la Guerra Fría. Ojalá estemos a tiempo de atajar un desmadre mayor en Latinoamérica.