OPINIÓN

La fábula del Jefe y sus Hampones

por Leocenis García Leocenis García

Había una vez, en un oscuro rincón de la ciudad, una tribu de ladrones que se autodenominaban «los choros». Cada uno de ellos sabía que su unión se basaba en un pacto de deshonor, donde los respetos eran escasos y el espíritu de camaradería era tan efímero como el botín que robaban. No tenían jefes, excepto en las cárceles, donde los «pranes» gobernaban con puño de hierro.

El más temido entre ellos era llamado El Jefe, no tanto por su nobleza, sino porque había ganado su título tras vencer a sus colegas en un juego de astucia. Su reinado duró gracias a su habilidad para engañar y eliminar a aquellos que deseaban desafiarlo. Sin embargo, no había mucho que admirar en un liderazgo sustentado en el miedo y la traición.

Un día, mientras el sol brillaba y la comunidad de hampones se encontraba acorralada por la falta de comida y agua, El Jefe tuvo una idea. «¡Robemos!», dijo con desvergonzada valentía. «Así aseguraremos nuestro futuro». Los demás, atraídos por la promesa de un botín, accedieron a su plan.

Sin embargo, los dueños de los bienes que pretendían robar habían establecido un sólido sistema de vigilancia. Tan pronto como los ladrones se adentraron en la oscuridad, se encendió la luz de la verdad y las cámaras revelaron lo que realmente eran: unos simples ladrones que se escondían en la penumbra.

Pronto, la comunidad estalló en gritos. Los mismos hampones que un día le juraron lealtad, cuestionaron su autoridad y le exigieron que devolviera lo robado. Lo que había sido su reinado se desmoronó ante sus ojos. El Jefe, en su arrogancia, se negó a reconocer que había perdido cualquier respeto y, con la cabeza baja, contempló cómo el poso de su poder se evaporaba.

Y así, entre murmullos de traición y miradas de desprecio, El Jefe se dio cuenta de que su liderazgo había sido un espejismo, un castillo construido sobre arena. Los ladrones aprendieron que el respeto no se exige, se gana, y que en el mundo de los hampones la unión se rompe tan fácilmente como un sueño de avaricia.

Moraleja: la ambición sin honor lleva al aislamiento y quienes buscan el poder a través del miedo se encuentran solos en su caída.