OPINIÓN

La expulsión de lo distinto

por Carlos Rondón Ávila Carlos Rondón Ávila

Será difícil saber hasta qué punto hemos sido capaces de escoger nuestra dieta cognitiva. El siglo XX fue predominantemente de la Radio, la Prensa y la Televisión, nuestra selección de contenidos estaba predefinida por la configuración previa de editores, agencias publicitarias, e ideologías político-económicas; en lo que va del siglo XXI los algoritmos de recomendación y los filtros colaborativos se han encargado de bombardearnos de información que se adapta convenientemente a nuestros gustos y patrones de consumo. Desde la publicidad segmentada, con Facebook y Amazon en la punta, hasta las plataformas de contenidos audiovisuales y música por demanda, tipo Netflix y Spotify. Hemos sido aislados en nuestros gustos y prejuicios, nos sentimos cómodos cuando nos movemos en los guetos de información que hemos ayudado a crearnos, en todo lo que concuerde y abulte nuestro egocéntrico sesgo de confirmación.

Heráclito, quien sostuvo gran parte su filosofía en la idea del cambio y en la dialéctica, hablaba del Pólemo, básicamente un Dios, “El rey y padre de todos”; y es que la realidad es producto del contraste, la discordancia, la “lucha de los opuestos”, la diferencia creadora.

En La expulsión de lo distinto, Byung-Chul Han dice: «Las tecnologías se esforzaron por acercar lo igual, por agrupar, categorizar por intereses, pero la cercanía entre iguales necesariamente produjo un alejamiento de los distinto, una repulsión por lo otro. Es el encogimiento de la realidad al tamaño de mi enfoque subjetivo. Se vale de la dialéctica para demostrar que la cercanía necesita de la lejanía para ser posible; el contraste solo es posible entre distintos».

En el mundo de la hiperinformación y la hipercomunicación, la lucha por nuestra atención es el día a día de las empresas que hacen vida en la red. Mostrarnos algo distinto a lo que consumimos es un riesgo que no pueden asumir en un medio hiperestimulante. Una gran parte de las corporaciones que hacen posible la existencia de Internet se basan en un modelo comercial de fuerza centrípeta, ellos necesitan mantenerte dentro de sus servicios, orbitando alrededor de sus plataformas y para eso deben competir en estímulos con los diferentes timeline, las notificaciones push de tu móvil y con las distintas pestañas de tu navegador, hay que hacer un importante esfuerzo de concentración para no quedar atrapados en uno de estos bucles digitales.

Es bueno saber que mucha gente puede estar de acuerdo contigo, pero eso no significa ni que lo que piensas es verdad, ni siquiera significa que es mayoría la gente que piensa igual que tú. Quizá el ensimismamiento tan sintomático de los algoritmos de recomendación pudiera tener cierta incidencia en la impaciencia y la hostilidad que se viraliza comúnmente en las redes sociales cuando se tocan temas polémicos. La opinión del “otro” inmediatamente se alaba o se sataniza, no hay matices ni puntos medios. El linchamiento moral, que también es muy típico de la superficialidad de las redes sociales, tiene que ver, justamente, con la «expulsión de lo distinto» que denuncia Han en su libro.

Gordon Allport, un psicólogo estadounidense que trató de explicar el fenómeno de la segregación racial en la posguerra desarrolló en 1954 la idea de “la hipótesis del contacto”; en su libro La naturaleza del prejuicio explica cómo el contacto entre distintos grupos con ideas fundamentalmente opuestas, bajo ciertas condiciones, ayudaría a disminuir la discriminación y la hostilidad hacia el pensamiento opuesto. Sesenta años después parece muy obvio que entre más tiempo compartas con grupos de personas que piensan diferente a ti podrás entender mejor su forma de pensar (empatía), y tus prejuicios disminuirán.

Nuestra capacidad de socialización depende de muchos aspectos y condiciones, puedes relacionarte con una cantidad indeterminada de personas e información, pero siempre dentro de un tiempo limitado; la customización de los algoritmos de recomendación amplió la posibilidad de conectarnos más rápidamente con personas que comparten nuestros intereses, pero al mismo tiempo nos aisló de los grupos de personas que no son compatibles con nuestros prejuicios e ideas, porque la cantidad de tiempo que empleamos para la socialización es limitada; la cantidad de personas que comparten tus gustos e intereses en un mundo hiperconectado es, prácticamente, inacabable, de manera que relacionarnos con algo ajeno a ese ecosistema es casi un tropiezo distractor.

Es muy alegórico de la sociedad que estamos creando que justamente en el momento de mayor “conexión” entre nosotros tengamos menos espacio y tolerancia para el disentimiento y el sincretismo.

@phronimos