“La mayor desgracia de un ser humano estriba
en no encontrar en su vida a nadie que le ayudara
a descubrir lo que realmente podía llegar a ser”.
Ralph Waldo Emerson
A orillas del río Óder se levanta la hermosa ciudad polaca de Breslavia, sede de una de las más antiguas universidades de Europa, en el seno de esa prestigiosa casa de estudios el psicólogo y filosofo alemán William Ster acuña en 1912 el término de cociente intelectual, parámetro que definía el nivel de inteligencia de una persona en relación con su edad. Por otra parte, los franceses Alfred Binet (psicólogo y pedagogo) y Théodore Simon (médico psiquiatra) crearon un prueba de inteligencia para predecir el rendimiento escolar y que se conocería como la prueba Binet-Simon. El propósito de esta evaluación era el de identificar a los alumnos con mayores dificultades para aprender y que a esos niños se les tratara con especial atención para que así pudieran mejorar; lamentablemente, el cociente intelectual fue interpretado como un sistema que calificaba y diferenciaba a los “brillantes”, marginando al resto.
El ser humano en sí mismo despierta la más grandiosa fascinación, basta conectarnos con la amplia genialidad de la humanidad para así descubrir que no existen confines en las maravillosas potencialidades que están latentes en nosotros. En su totalidad los seres racionales tenemos la facultad de análisis y resolución de problemas, en nuestra esencia invariablemente está presente la posibilidad de modificar y crear, solo debemos generar espacios que brinden oportunidad para que los individuos puedan exteriorizar su capacidad. La educación debería de ser un proceso que extraiga el potencial de los individuos y que este, puesto de manifiesto, contribuya a generar mayores volúmenes de desarrollo; la socialización del conocimiento redundará en una meteórica transformación del pensamiento y una drástica y proactiva concepción del vivir. Cuando nos encontramos ante una persona a la cual los estándares de los modelos educativos han marginado, debemos evaluar correctamente el caso, quizá la deficiencia no esté en la persona sino en el sistema que lo examina, todos estamos obligados en andar correctamente a la caza de los talentos de las personas y una vez localizados proveer las condiciones favorables para potenciarlos. Debemos escudriñar las facultades en lo natural del ser, la destreza siempre se nos muestra con señales que se nos hacen evidentes si sabemos buscarlas, es necesario que miremos a todo hombre o mujer con la apreciación de estar frente algo de gran valía, somos espejos donde se miran los demás; cuando le otorgamos un gran valor al otro, este comienza a identificarse con lo que se le trasmite, tal y como lo expresa el médico y escritor español Mario Alonso Puig cuando indica que “hay que ver a todo ser humano como grandeza en potencia”.
La llave que nos abrirá las puertas a un mejor mañana es la educación y las puertas que abre esa llave son los niños; cuando aprendamos que todo se resume a la infancia y nos dediquemos a enseñar con amor a los infantes, tendremos garantizado un mejor destino como especie y alcanzaremos un grado evolutivo cónsono con nuestra autentica naturaleza. De allí la importancia de que nos empecemos a ver con los ojos de la misericordia, del respeto a la fraternidad y que demos al otro la importancia merecida; es imposible que una sociedad de un salto progresivo al bienestar cuando no nos identificamos y dejamos de ponernos en el lugar de los demás; cada uno de nosotros está llamado a liderar la transformación que con urgencia nos demanda el país. Sin duda hay que reorganizar toda la estructura educativa e implementar nuevos paradigmas donde la inclusión no sea una retórica, el abismal desafío que tenemos por delante es formarnos como partes de una gran unidad, sentir y proteger a los demás con amor al prójimo; la educación estricta no está exenta del amor, por ello hay que fortalecer los lazos entre las nuevas generaciones y motivar a maestros y discípulos. Los estímulos afectivos activan indudablemente al cerebro, produciéndose procesos mentales contundentemente distintos, mejorando ostensiblemente el aprendizaje y los resultados académicos, y formando realmente un conocimiento.
En Venezuela, más allá de la compleja y misérrima situación que toda la nación atraviesa, la realidad ha expuesto de forma impúdica las más escalofriantes debilidades de la enseñanza, sea pública o privada, el lamentable y mediocre nivel que se presenta en las aulas debería ser considerado una emergencia; es preocupante como la pasividad y la indolencia están abonando el terreno para que nuestra patria continúe vagando sin un rumbo que garantice las condiciones para que la población marche hacia un mejor futuro. En el pasado se desestimaron propuestas locales como la de Luis Alberto Machado y su Revolución de la inteligencia; bien valdría la pena rescatar esta teoría, sopesar su viabilidad en la actualidad y, adoptando uno de sus famosos postulados, “todos tenemos derecho a ser inteligentes”, consideremos la posibilidad de fomentar una formación donde puedan florecer el pensamiento y las habilidades del ser humano. Para alcanzar una mejora en la sociedad debemos sumar esfuerzos y crear una educación donde los alumnos y maestros reciban el mayor apoyo, asegurándonos de que aquellos que instruyen a nuestros niños sean profesionales con los mejores beneficios económicos y de que estos, a su vez, sean verdaderos forjadores de ciudadanos; de lo contrario, todo intento de cambio en nuestro país va a conducir a un cada vez más estruendoso fracaso.
La inteligencia no es un valor concreto e inalterable, todo individuo al que se dote de una adecuada estimulación, invariablemente va a expandir el nivel de comprensión y razonamiento. La autoestima y la confianza son aceleradores para que nuestras aptitudes sean ampliadas en la citoarquitectura del cerebro. La formidable condición del ser humano nos permite hacernos: el talento, la creatividad, el saber, todo lo vamos creando; el compromiso con el porvenir es descifrar nuestros problemas actuales y fijar nuevas fronteras, configurando las herramientas para que los niños de hoy consigan los caminos en ese inconmensurable territorio del conocimiento, el mismo anhelo que desde la evolución de nuestra especie nos impulsa a marchar, buscando los confines del saber.