«Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire» (JULIO CORTÁZAR)
No está mal portarse bien. Algunos de nosotros no vemos difícil saludar a un desconocido cuando entramos en un lugar público, mirar a la cara de quien nos habla y tratar de ser agradables con todos sin excepción. No supone un esfuerzo extraordinario puesto que estamos predispuestos a la convivencia en paz y armonía de manera natural. Al igual que los cronopios de Cortázar somos idealistas e ingenuos. Creemos que la gente es buena y mala, mala o buena y empezamos a entender que hay quien no va a cambiar nunca. Quienes nos sentimos vulnerables sufrimos a menudo. Duelen los desprecios. Es bueno, no obstante, gozar de la capacidad negada a aquellos individuos insensibles que padecen ceguera ante la importancia de las pequeñas cosas. La etiqueta de los siervos de Belial es inexistente, falsa. Cada vez que se esfuerzan por sonreír mientras apartan moscas con la mano.
No quiero acostumbrarme a la mala educación de quienes no dan los buenos días. No acepto a quienes niegan el saludo.
Quiero entender a los que en este mundo moderno se desviven bajando el cuello y contemplando imágenes sin parar en una pantalla diminuta. Quiero saber qué pasa con los peatones que no aguantan la espera del semáforo rojo sin requerir la compañía del aparato. En serio. Necesito conocer la sensación de espectador entregado a una fotografía, un vídeo, un meme que arranca la sonrisa de lacayo satisfecho mientras la vida sigue pasando de largo. La inconsciencia adolescente de creer que todo está ahí, en el celular. La estúpida idea de que alguien se cree que uno es la imagen afectada volcada en Instagram, que la fama es firme y duradera a través de vídeos virales.
Me gustaría ser objetivo y empatizar con ellos. Juego a ser el abogado del diablo y reconozco todo lo bueno de esta tendencia. Mi adolescencia trajo la navaja suiza multiusos. El pequeño objeto de lujo de este siglo XXI sirve de cámara, radio, grabadora, linterna y calculadora. Asimismo, un smartphone es un buzón de correo en miniatura, un diccionario digital, un atlas, una enciclopedia, y no olvidemos su función primera, también se utiliza para llamadas telefónicas sin necesidad de cables.
A los chavales en la escuela les ayuda bastante. Muchos de ellos ya no llevan un reloj de pulsera en la muñeca y, perdone, pero es que vuelvo a Julio Cortázar y aquel escrito suyo en el que decía así: “No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”. Ellos se han librado de este peligro, ejem. Los chavales miran la pantalla del celular más de cien veces al día.
En la escuela los malos estudiantes ya no copian vocabulario o fórmulas de matemáticas en un trozo mínimo de papel. Los malos estudiantes toman una fotografía que guardan en su smartphone. El aparato es el mejor invento del mundo para vivir sin vivir en mí, creerse famoso por nada y entretener a idiotas pasivos.
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