OPINIÓN

La eterna cobardía ciudadana

por Carlos Ojeda Carlos Ojeda

¡Siéntense! O tómenlo con calma. Lo que van a leer, ¡les va a doler!

Los nativos o nacidos en Venezuela han demostrado a través de los años carecer de una perspectiva adecuada para lograr que nuestra patria tenga una identidad propia. No tenemos algo que nos caracterice. Y eso es ancestral. Digamos que desde cuando fuimos colonizados por Cristóbal Colón. A menos que piensen que la jocosidad, o la manera cómo transformamos nuestras tragedias en chistes, sea una forma de cualificarse.

Ofrezco disculpas a mis seguidores en las redes, principalmente a mis amigos, y a esos honorables miembros de las academias de la Historia, Letras y demás organizaciones representadas con las más calificadas personalidades del mundo intelectual. Lamento que ustedes tengan que leer tanta pretensión y arrogancia, con la cual personalmente interpreto la historia de Venezuela. Aclaro que lo hago desde el punto de vista antropológico y social.

Esa visión alternativa comienza desde el juramento de Bolívar en el Monte Sacro; continuando por las presidencias de José Antonio Páez -y demás caudillos militares y civiles- hasta nuestra época. Tenemos por costumbre necesitar un líder individual que nos guíe, que se convierte en instructor y transformador de nuestras deficiencias como individuos.

¡Oh y ahora quién podrá defendernos! Parece un lugar común en la victimización del padecer representativo de nuestra población criolla. Me siento ofendido como ciudadano estudiado y estudio, porque pareciese que todos y cada uno de los venezolanos hemos sido “simbolicos” e ignorantes. Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa.

La llegada de Cristóbal Colón a estas tierras fue la mayor colonización territorial que imperio alguno haya logrado en la historia universal. Las conquistas de Carlo Magno, Gengis Kan o Julio César no trascendieron tanto en el tiempo como el reinado de Isabel la Católica -demostrado hoy- en Suramérica, por el simple hecho de que con un área de apenas 20 millones de kilómetros cuadrados tiene 650 millones de almas hablando el español. ¡Sólo superada por China!, donde el idioma mandarín lo conversan 3.000 millones pero con infinidad de modismos y variables.

Nuestro libertador fue ¡el padre de la patria! Él nos dejó una inigualable herencia con grandes logros y batallas en las que demostró su épica valentía. También nos legó unos bien definidos principios morales, ciudadanos y republicanos, para que todos hiciésemos posible el convertir su pensamiento nacionalista para construir una gran nación.

«Moral y luces son nuestras primeras necesidades». «La justicia es la reina de las virtudes republicanas, y con ellas se sostienen la igualdad y la libertad». «Prefiero el título de ciudadano al de Libertador». Son frases eternizadas por ese líder, pleno de virtudes y de soluciones, que hemos endiosado, como a otros. Quizás por eso nuestra abnegada admiración por los caudillos mesiánicos. Dioses paternalistas, ilusos, ignorantes y locos por entregarnos el sueño de Prometeo. Vivir en un país con un líder mesiánico es nuestro sino.

La creatividad de Gepeto, con nariz corta y boca grande.

Bolívar nos liberó y nos legó idealismo y pensamientos. Páez nos convirtió en una república constitucionalmente independiente. Betancourt y la generación del 28 nos pavimentaron el camino hacia la democracia. Ellos fueron los padres protectores y buenos que quisieron facilitarnos, con su sacrificio y bondad, las herramientas para construir una nación de ciudadanos libres, útiles y ejemplares. Pero llegaron los padres con desvirtudes. Los que nos han hecho víctimas por su violencia, arrogancia y vanidad. Maltratadores de oficio, controladores impenitentes ante la desgracia ajena.

Justo eso es lo malo de la paternidad eterna. El no querer madurar como ciudadanos -ni individual, ni colectivamente-  es mi conclusión del fracaso ciudadano en nuestra historia antropológica y social.

Trabajamos, ahorramos y sobrevivimos en esa curva de Gauss que describe nuestra realidad social y económica en función de la inversión del Estado paternalista. Pero no hemos logrado la independencia mental y ética para deslastrarnos de nuestra cultura política paternalista.

No hemos aprendido como sociedad la verdadera fortaleza de las organizaciones civiles colectivas. Somos víctimas por no tener liderazgo propio en gremios profesionales, sindicatos obreros y agrarios. En las comunidades, cooperativas y asociaciones productivas y magisterios. En las cámaras de comercio e industria. Algunos solo sobreviven por la imposibilidad de fugarse a otras latitudes, o por la caridad del paternalismo del Estado.

Sin el apoyo del Estado o del gobierno de turno nos sentimos vulnerables. Nos sentimos sin iniciativa ciudadana. Somos inertes en exigir nuestros derechos, prefiriendo la opción egoísta en resguardar unos bienes materiales que el tiempo erosiona, al igual que lo ha hecho con nuestros principios y valores morales. No olvidemos el pensamiento del Libertador.

La gloria está en ser grande y en ser útil. Bolívar