El furioso alarido de Hugo Chávez cuando maldijo a Israel (“¡Desde el fondo de mis entrañas, te maldigo Israel!”) no difiere en modo alguno del asco y repudio enfermizo y antisemita que mantuvo el nazismo cuando ciego y acrítico seguía como perro faldero las viciosas órdenes del Führer. El nacionalsocialismo levantó en su perturbado orgullo el símbolo de una esvástica que perdió su antiguo y verdadero significado para aplastarse como una asquerosa y venenosa alimaña. El socialismo bolivariano tampoco se distancia demasiado del nacionalsocialismo alemán pero este quedó tan desprestigiado por los monstruosos crímenes y excesos perpetrados por los nazis que en Venezuela el nazismo oculto detrás del chavismo ha preferido no manifestar abiertamente su presencia, lo que no lo exime de cometer abusos y maldades. Se oculta o parapetea en una izquierda fascista nefasta y podrida, vecina al comunismo estalinista pero decididamente chavista que odia la libertad y la vida.
Pero, ¿qué ocurre con la esvástica?
Es un símbolo gráfico que aparece en la mayoría de las culturas primitivas. Eduardo Cirlot en su Diccionario de Símbolos explica que se han encontrado esvásticas en las catacumbas cristianas, en Bretaña, Irlanda Micenas, Vasconia; entre etruscos, hindúes, celtas, germanos, en Asia Central y hasta en la América precolombina.
Su poder sugestivo es grande porque integra dos símbolos efectivos: la cruz griega de brazos iguales y los cuatro ejes en una misma dirección rotatoria. Si se juntan cuatro letras gamma griegas se obtiene una esvástica. Por eso se la llama la cruz gamada.
En la antigüedad, en la Edad del Hierro, la esvástica representaba a un dios supremo y se la vinculaba a la agricultura y a los cuatro puntos cardinales. Son muchas y variadas las significaciones que los expertos han dado al símbolo. Pero la esvástica más antigua se encontró hace mas de 2.000 años antes de Jesucristo en Harappa, India.
Los germanos la utilizaron y su fuerza telúrica fue lo que sedujo al nazismo para emplearla como representación gráfica de su inmenso y tenebroso poder. Algo similar ocurrió con la música de Wagner.
Hoy, la pobre esvástica, desahuciada y en harapos clama su inocencia; no sabe qué puerta tocar para que le abran, la reciban y le den asilo. ¡Apareció en Venezuela! Se la vio detrás de Chávez en la televisión cuando dijo que por ahora su intento de golpe contra una democracia podrida había fracasado. Chávez la aceptó con la condición de que permaneciera en su cuarto sin asomarse siquiera a la ventana, hasta que él le dijera.
No tuvo necesidad porque el propio Chávez la llevaba en la frente y ella sudaba de goce cada vez que él ladraba. Todo el comportamiento de sus seguidores apesta a nazismo. Y la esvástica saltó del cuerpo del difunto y se aferró a Nicolás Maduro. En el fondo de sí misma no se avergüenza de ser el símbolo perverso que fue durante el nazismo, pero Chávez convertido por el propio Maduro en dulce avecilla canora le dijo al nuevo tirano que la mantuviese de bajo perfil. Para nada, porque Maduro extremó aún más las extravagantes equivocaciones y desafueros de Hugo y comenzó a ser un obtuso déspota cruel como si hubiese estado en la célebre cervecería de Múnich escuchando ansioso el célebre discurso de Adolfo Hitler.
La esvástica no se ve engalanando ningún edificio gubernamental. Pero no necesitamos verla colgar de antepechos o balcones para saber que ella dinamiza y hace seguimiento a todas las actividades oficiales políticas pero también del narcotráfico. Ofende a los judíos, pero también a todos los que aspiramos a vivir en democracia. Tortura a los opositores civiles o militares, golpea a María Cristina Capriles, anima a los grupos violentos y delictivos para que aterroricen a la oposición, dispara perdigones a la cara de los muchachos que protestan, ha fomentado una diáspora inhumana que reventó los núcleos familiares, y sus torpezas para conducir la economía y las finanzas del país han culminado en un estrepitoso fracaso y en una espiral inflacionaria que mantiene asombrado al mundo entero que asiste al curioso espectáculo de un país con dos presidentes y dos asambleas legislativas. En lo personal, con lo que cuesta en la hora actual bolivariana y madurista un kilo de cebollas o de tomates y un cartón de huevos compré la casa en la que vivo desde hace treinta años.
Los museos no dan señales de vida, las obras que integran sus colecciones no reciben tratamiento adecuado y el régimen hasta el momento se cuida de no considerar “arte degenerado” a las manifestaciones estéticas de nuestros artistas plástico. Simplemente, las ignora.
Hitler decapitó en la famosa y siniestra noche de los cuchillos largos a los militares aliados pero de dudosa fidelidad y sospechosos de vergonzosa promiscuidad.
Hugo Chávez lo hizo con la jerarquía cultural del país mostrando abiertamente no solo la mediocridad de su espíritu sino el trasfondo fascista de su formación militar.
Con pitos y gritos de ¡Fuera!, Chávez despojó a los museos, ateneos y casas de cultura de sus equipos directivos. En el Ateneo de Trujillo, además, se robaron algunos cuadros y objetos de colección. A partir de allí, la esvástica tronó pero sin dejarse ver. Las librerías cerraron; las novedades ya no tuvieron cabida; las salas de cine suprimieron sus funciones nocturnas por razones de seguridad y nuestros presupuestos no permitieron comprar una o dos entradas en la taquilla. La vida humana vale poco, el país ya no sonrió más y se hizo norma ver cómo la gente registra las bolsas de basura para encontrar algo de comer o simplemente derraman su detritus para vender luego las bolsas. ¡Si no estoy, búsquenme en la morgue! ¡La frase ocupa el pensamiento de muchos venezolanos y falta poco para que nos parezcamos al ghetto polaco!
Pero, ¡cuidado!, la esvástica sigue oculta en algún despacho de Miraflores y casi siempre, ¡en la Escuela Militar!