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La estupenda experiencia de vivir

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Foto La Vanguardia

Querido Léster Andrés,

Te sorprenderá esta carta de tu abuelo porque no estás cumpliendo años, ni estás celebrando ninguna actividad importante en tu vida, como hemos acostumbrado desde que apareciste por arte de magia en el mundo de las formas pero, no podía dejar pasar esta oportunidad de mis primeros setenta años en el mundo de las formas, donde también aparecí por arte de magia, y a lo mejor, por descuido, afortunado para mí, de la patrona y matriarca de nuestra familia materna, la muy querida y apreciada doña Victoria, único espécimen sobreviviente del tronco y ramas generadas por doña Benigna García y don Joaquín Herrera.

Son 3 acontecimientos importantes en mi vida que quiero comentarte rápidamente: como te mencioné, el primero de ellos son mis primeros 70 años de vida plena y estupenda, que se cumplen hoy 29 de marzo de 2022, fecha en la cual también cumple 237 años La Universidad de los Andes que, como sabes, ha sido el lugar de encuentro de casi toda mi vida, mi segunda casa, mi alma máter, mi sueño de juventud, mí lugar de trabajo, descanso, sueños y realizaciones plenas, a ella le entregué sin titubear todas mis fuerzas y gustosamente mi querido nieto, le entregaría hasta mi vida si fuese necesario porque por ella, sí vale la pena morir. Esta institución universitaria me educó, me permitió trabajar en ella como profesor, me envió a especializarme al exterior, me permitió ser jefe de departamento, presidente de la Asociación de Profesores APULA, representante profesoral ante el consejo universitario, secretario y rector. Transformó a un joven campesino de los pueblos de Barinas en un ciudadano de bien, para su familia, para su institución, y para su país. Eternamente agradecido a esa otrora gran universidad. Espero hayas internalizado bien, en su correcto sentido, y no como un lugar común, la frase que te he mencionado en muchas oportunidades: que hay cosas por las cuales vale la pena morir.

El segundo de ellos, está relacionado con mis primeros cincuenta años viviendo en esta tierra de ríos, montañas, iglesias, mucho frío, y caminos sinuosos, la Mérida serrana, la de las cinco águilas blancas de Don Tulio Febres Cordero, la tierra del saber, el estudio, el conocimiento, la emérita, la de la lucha política, la rebeldía, la de seres humanos trabajadores, atentos, hospitalarios y serviciales, que me acogieron desde el mes de abril del año 1971 como uno más de sus hijos, me enseñaron a ver la vida en forma diferente, a ser solidario, me reforzaron el amor al prójimo, a valorar el estudio y el trabajo, a asumir responsabilidades, y algo muy íntimo mi querido nieto, me enseñaron a hablar correctamente, porque mi vocabulario de joven llanero era limitado y algunas veces hasta deficiente. Te confieso que me enamoré de Mérida, de sus habitantes, de su geografía, de su universidad, y de sus mujeres, uno de los productos de este último amor, es tu papá, mi segundo hijo, que hace pocos días cumplió sus primeros 45 años. Esta ciudad única, como sabes, me hizo su alcalde en el período 2008-2013 y como debes imaginar, sin dejar de visitar mi tierra natal decidí que a la hora del encuentro con mi Señor, a la hora de la separación de la unidad cuerpo, alma y espíritu, que el alma espere por su juicio final para ser salvada, salvo que la promesa encarnada por mi familia, y mi comportamiento terrenal, aceleren este tránsito y me reúna en ese momento con Dios, que el espíritu vaya a Dios quien gentilmente me lo concedió con el soplo de vida, y que mi cuerpo vaya a Jardines la Inmaculada y por ende a la tierra de donde vino. Gracias Mérida por tanto amor, cariño, y enseñanzas con este llanero, merideño por adopción y por decisión, que te ama con todo su corazón.

El tercer acontecimiento se refiere a mis 45 años de graduado de ingeniero químico y trabajando como profesor de La Universidad de los Andes que se cumplen este venidero mes de julio de 2022. Mi querido nieto, esa ha sido la aventura más espectacular que ha pasado por mi vida, la neblina de la ciudad, los Chorros de Milla, las plazas Belén, Glorias Patrias y Bolívar, el teleférico, el comedor universitario, el viejo cementerio, el transporte universitario gratuito, los servicios estudiantiles excelentes, los pasillos de la facultad, los excelentes profesores, mis compañeros de estudio, los exámenes, uy Léster Andrés, ni te imaginas lo que había que estudiar para pasar, las raspazones eran de espanto y brinco, pero tu abuelo superó todo eso, y culminó su carrera como el segundo de su promoción. Hay una anécdota que tiene que ver con el día del grado, estábamos en la fila y cuando la cola comenzó a moverse para entrar al aula magna y uno de nuestros amigos también graduando de ingeniero químico, con sus grandes ojos brillantes y expresivos, y una gran sonrisa en los labios nos dijo: “Al fin vamos a salir de la pobreza”.

No puedo dejar pasar en este acontecimiento importante de mi vida para testimoniar un agradecimiento especial a algunos seres humanos extraordinarios que como ángeles caídos del cielo hicieron posible mi mejor vivir en esta ciudad y minimizaron mis preocupaciones existenciales: mi compadre Sergio Miranda Casanova, Julián Suárez de Cuenca, y Florencio Plachco Markac. Gracias eternas por todas esas ayudas oportunas, necesarias y bien administradas. A mi comadre Gladys Urbaneja y al compadre Jorge Valero, quienes se encargaron de cubrir mensualmente y sin demora, todas las necesidades de mi hijo mayor Léster Rodríguez Valero, hoy profesor en la Facultad de Farmacia y Bioanálisis y un empresario de la salud en Mérida, y a Elizabetta Orlandoni de Bracho, quien hizo posible la compra de mi primer apartamento en la ciudad de Mérida. Eternamente agradecido con todos ustedes, Dios los bendiga siempre y espero ser digno de sus actuaciones para conmigo y con mi familia.

Mi querido nieto, han sido muchos los amigos que han ayudado a tu abuelo en su transitar por el mundo de las formas en estos primeros setenta años de vida y créeme, que no terminaríamos esta epístola si los nombro a todos. Solo te diré que les estoy eternamente agradecido, que los recuerdo siempre independientemente de donde se encuentren, de su filiación política, o de su religión. Aprovecho la oportunidad mi querido nieto para expresarte que creo firmemente que los ángeles existen, que en momentos difíciles de los humanos se aparecen bajo distintas figuras, humanas o no, conocidos o no, para ayudarte a salir del fango, o simplemente, para enderezar tu vida. Si recuerdas la carta al Villegazo te darás cuenta de que ese aventurero, andariego de la vida, y extraordinario hermano, fue mi segundo ángel, él encaminó mi vida por el sendero correcto y era tan joven como yo. Por favor, Léster Andrés, revisa esa epístola y espero que algún día conozcas a ese personaje, no te vas a arrepentir.

Te estarás preguntando ¿y cuál sería el primer ángel de mi abuelo? Fue tu bisabuelo, el chino Joaquín Erasmo. Tenía tu abuelo como unos cinco años, y el chino Joaquín estaba cavando un pozo en el patio de la casa en Santa Rosa de Barinas, el pozo no estaba muy hondo y recuerdo que me acerqué a su orilla porque me llamó la atención una hoja, las hojas secas caen al fondo de los pozos y éste aún no había llegado al nivel para que emanara el agua, “la hoja seca” me llamaba la atención y cuando iba a meterme al hueco para mirarla más de cerca, mi abuelo, el chino Joaquín, aparece por arte de magia, me toma por un brazo y me pregunta: ¿Qué vas a hacer? Le dije: Abuelo, a mirar más de cerca a esa hoja, mírala. El chino me dice “No”, es una mapanare, quédate quieto y ven conmigo, busca un palo que en la punta tenía un hierro, presiona la cabeza de la culebra y la mata, la saca del hueco, la observo con mucho cuidado y asombro. Aún recuerdo ese episodio como si fuera hoy, y no puedo evitar imaginar las consecuencias para mí de no haber aparecido mi abuelo como por arte de magia.

Te contaré un cuarteto de episodios adicionales porque hay muchos. Me correspondió ir a Maracaibo junto con el profesor Miguel Rondón Díaz a buscar pasantías para los estudiantes de ingeniería química, salíamos a las 6:00 de la mañana, me despierto y tu abuela está llorando suplicándome que no vaya, que me quede en la casa, le digo gorda que te pasa, Miguel me viene a buscar pronto, no puedo echarle el carro, dime qué te pasa, y con muchas lágrimas me cuenta que el Negro Fernández, un gran amigo nuestro que había muerto recientemente, se le apareció en un sueño muy real y le había dicho que me iba a llevar con él. Me asusté, le pedí a Dios que no pasara nada, le dije a Miguel que era un buen chofer, de esos profesores que les gusta manejar, te confieso que a mí nunca me ha gustado conducir, que condujera con mucho cuidado. Nos despedimos de tu abuela, y Miguel dijo: “Lestico”, maneje su carro que yo manejo el mío.

Por la carretera panamericana inexplicablemente Miguel no pasaba a una camioneta vieja pick up que iba a cierta velocidad y distancia delante de nosotros, todo lo del sueño lo había olvidado e íbamos echando cuentos cuando el cardán, un tubo grande y pesado, se le desprende a la camioneta y comienza a avanzar a toda velocidad chocando contra el pavimento de esas rectas infernales de la carretera panamericana, lo veo venir directo hacia nosotros, recuerdo todo, me le pego mentalmente al que manda, a Dios, con la vista puesta en lo inevitable, claramente veo, aun lo recuerdo al escribir estas líneas, como ese endiablado tubo pega por una de sus puntas con el pavimento y salta a toda velocidad por encima del techo el carro de Miguel. No te imaginas el susto nuestro. Llegamos tarde de lo lento que manejó Miguel en el trayecto faltante hasta nuestra meta.

El otro episodio tiene que ver también con un viaje a Maracaibo, iba acompañado con Luisa, tu segunda abuela paterna, tú la conoces y ella a ti, que debía trabajar el lunes en El Tablazo porque ahí era ingeniero de procesos. Era domingo en horas de la tarde, yo iba muy atento a la carretera, no permití que ella llevara a nuestra hija Gabriela de meses porque algo me decía dentro de mi ser que íbamos a tener un accidente muy serio en la carretera. Unos cien metros más o menos antes de la intersección con la Lara-Zulia donde es obligatorio detenerse por el volumen de tráfico y la velocidad en esa vía, inexplicablemente entré en una especie de trance, el carro seguía avanzando hacia la intersección cuando oigo un grito muy fuerte de Luisa: frena, también oigo la corneta de un gran camión, aquí los llamamos gandolas, que venía por la Lara-Zulia a toda velocidad, y los insultos de la gente de las casas que habitaban en esa zona. Freno hasta el fondo, el carro avanza frenado, mete medio cuerpo en la intersección, se sacude con el aire y el casi roce con ese gran camión, también oigo el recordatorio de mi madre que me hizo a todo pulmón el conductor de la gandola mientras nos estremecía con su paso a toda velocidad. Te cuento que Luisa y yo no hablamos en el trayecto restante, iba cabizbaja, pensativa, callada, y aterrizamos directo en “El hogar del guapo”. Ahí me dijo con mirada penetrante y acusadora, ahora entiendo la razón por la cual no me dejaste traer a mi bella.

El tercero que te contaré, se refiere a un viaje de campaña a Trujillo, era candidato a secretario de la universidad y tenía un acto al mediodía en Trujillo. Me levanto como a las 6:00 de la mañana, entro al baño, caigo en trance mientras me baño y veo a Mary, tu abuela, vestida de negro, de luto, y le digo: Gorda, ¿qué te pasa, por qué andas de luto? Me señala una urna y me dice: Es que Pedro Apolinar, quien en esa época era muy amigo nuestro, se murió; veo la urna pero no me atreví a mirarle la cara al muerto, abrazo a tu abuela y siento el agua correr sobre mi cuerpo, me apresuro, no le paro porque digo es un sueño, y salgo en un Fiat Uno para Trujillo. En una de las curvas cerradas se me aparece Genry Vargas en una Brazilia amarilla, nos vemos frente a frente en esa curva cerrada, y me hace señas con las manos que significan vueltas, no le paro, sigo manejando rápido por la reunión, en una curva el Fiat Uno comienza a dar vueltas por el pavimento, me le pego mentalmente al que manda: no era Pedro, era Yo, Dios mío, que no me pase nada, que no le pasa nada a mi cabeza. El carro se detiene, como puedo salgo por un espacio muy pequeño, veo carros venir les hago señas como a dos de ellos, y no se detienen hasta que como a unos diez metros se detiene un Jeep viejo, lo vi amarillo con el logo MSAS, con dos personas, el chofer y otro que se dirige directamente hacia mí que estaba en shock, y me pregunta: ¿Qué te pasó? Le contesto no ves que me volqué. Me dice no vale, no pasó nada lo que no sirve es el techo, lo demás está bien, además, tú no tienes nada, en ese momento comienzo a revisarme y no tenía ni un rasguño. El hombre me dice busca unas piedras para ponerla en la zanja para que el carro pase, una vez que lo volteemos, en shock busco piedras muy pequeñas y el hombre me dice: no vale, así nunca vamos a terminar y no tenemos todo el día, anda y busca piedras más grandes, al dar la vuelta el tipo está parado al lado del carro con dos ruedas en un extremo de la zanja y las otras dos en el oro extremo, y me dice: bueno, ahora préndelo que el motor no tiene nada, me meto como puedo, lo enciendo y sale un humo negro muy espeso por el tubo de escape, me asusto, lo apago, me salgo del auto y le digo, no, mejor espero una grúa porque me siento mejor y no voy a joder el carro en esa zanja.

El hombre me dice: Tranquilo que no le va a pasar nada, yo te voy a acompañar, yo lo voy a manejar y tú miras las ruedas para que veas que no van a caer en la zanja. Le digo: Coño, esa zanja es muy honda, me vas a joder el carro. El tipo me responde: Tranquilo, mira. Enciende el carro y veo, como en este momento, las dos ruedas traseras pasan en el aire por la zanja, lo coloca en dirección a Valera, habla con el otro, a quien nunca le vi la cara, se regresa, se monta en el asiento del copiloto sin ningún problema, yo hice piruetas para meterme al carro, comienzo a manejar y me dice: No, vale, dame ese carro que no tengo todo el día, te voy a llevar donde un amigo que tiene un taller en la carretera para que te arregle ese carro. Me quita las llaves del carro, maneja muy bien y al llegar al taller me dice: Ese es mi amigo, anda y hablas con él. Le digo: Coño, vale, pero dile tú primero. Se baja, se va para donde está el otro, y voy a hablar con el del taller. Revisa el carro y me dice: Aquí tienes esta dirección en Valera, anda que allá te lo arreglan porque ese carro está muy nuevo y hay que cambiarle todo el techo por uno nuevo y debe quedar milimétrico.

Hablo con mi nuevo amigo y le cuento lo que me dijo su amigo y me pregunta ¿Tú no tienes un “palo” por ahí? Le digo: No, pero ahí al frente vi que venden, te voy a comprar una botella. El hombre me dice molesto: No, no quiero que me compres nada, pensé que tú tenías. Le digo de nuevo que yo no tomo. Le doy las llaves del carro, lo enciende, pero al arrancar se le apaga el carro, lo intenta un par de veces más, simplemente no sabe manejar. Me pega un olor a miche desagradable y le digo: Estás borracho, tú como que no sabes manejar. Y me dice: No, este es el primer carro que manejo, pero no te preocupes, maneja tú sin miedo, que te aseguro que llegarás a ese taller. En efecto, llego al taller todos salen y dicen: Señor, ¿qué le pasó? Les cuento solo del volcamiento, hago el trato con el dueño, no me gusta el precio y el dueño me dice “qué bolas tienes tú”, a esta hora estarías tirado en la carretera o en la morgue y no me quieres pagar esa cantidad. Lo miro, comienzo a recordar cosas, le digo dele, hágalo, le hago un cheque por todo el monto y me dice: Lo llamo en menos de treinta días para que busque su carro nuevo.

En Mérida, días después, me encuentro a Genry Vargas, con quien siempre he tenido buena amistad, le cuento lo del encuentro en la curva y me dice con grandes ojos y sorpresa compañero:1. No tengo ninguna Brazilia y amarilla menos, 2. No andaba ese día por esa vía. No le digo nada, y recuerdo que antes de despedirme del hombre hediondo a licor le pregunté ¿Epa, y dónde los puedo encontrar? Me respondió: estamos todos los fines de semana en la plaza de Timotes porque somos de ahí. Lester Andrés, esa fue la espera de un fin de semana más larga de mí vida. El sábado siguiente en la mañanita salí solo, disparado hacia Timotes, estuve en esa plaza, le pregunté a los policías, a los que viven en los alrededores de la plaza, y la respuesta fue la misma: aquí no se para un Jeep con esas características, me rendí como a las 5:00 de la tarde, y cada vez que pasaba por Timotes le daba vueltas a esa plaza, hasta que me convencí que nunca más los o lo vería, eran ángeles, simplemente eso. Más allá de todo razonamiento humano.

El último episodio es muy extraño porque en esa historia el ángel fue tu abuelo, que siempre tuvo y ha tenido premoniciones que eran tan seguidas y ciertas, que el Dr. Luis Carruyo, un excelente neurólogo y amigo personal, mantenía bajo control con medicamentos de estructura química muy diferentes, hasta que aprendí a controlar con mucho esfuerzo, métodos y tiempo, los asuntos más oscuros del consciente y el subconsciente. Estaba casado con tu abuela, me acuesto a descansar luego de un día ajetreado, entro en trance y observo por la carretera del páramo a Hernán, un buen amigo que era juez en Mérida, casado con Leida, también buena amiga que, además, vivieron mucho tiempo en el mismo edificio que nosotros. Venía Hernán a toda velocidad y en una de las curvas perdió el control del auto y se mató instantáneamente. Las carreteras de montaña raras veces perdonan un descuido. Me despierto y le digo a Mary: Vístete, que se mató Hernán, vamos ya para su casa. La gorda comienza a llorar, salimos disparados para la casa de Hernán, al llegar tu abuela entra en crisis porque vio muchos carros frente a la casa y mucha gente; entra llorando desesperada a la sala de la casa y afortunadamente, Hernán estaba predicando la palabra de Dios a sus múltiples amigos y vecinos porque había decidido “meterse” a evangélico. Mi alegría no tenía límites, aún lo veo predicando con una guayabera blanca bonita, en medio de la sala de su casa, y con su Biblia en la mano. Parecía un pastor evangélico.

Imagina, nieto querido, la cara de sorpresa de la gente cuando tu abuela entra llorando como loca a esa casa y tu abuelo detrás de ella. Leida enseguida nos pasa para la cocina, se impresiona con el cuento, llora, se ríe, abraza a tu abuela, nos brinda un rico café. Esperamos que la gente se marchara porque Hernán quería saber qué pasaba. Le cuento todo, le digo que debe andar con mucho cuidado por esa carretera que siempre transitaba, me promete que lo haría, nos reímos, nos abrazamos y nos despedimos. Tu abuela no cruzó palabras conmigo hasta llegar al apartamento y no pensamos en el ridículo que hicimos entrando como locos a esa sala repleta de gente. Un año exactamente después, estábamos en el apartamento cuando suena el teléfono y era Leida, me dijo: Vente a la funeraria porque esta vez sí es verdad, todo igual como lo contaste. Salimos velozmente al sitio, la gente no entendía cuando entramos a la funeraria porque Leida nos decía: Léster y Mary, esta vez sí es cierto, ahí está Hernán, el mismo accidente, el mismo sitio, y lloraba desconsoladamente. Aún me asusto cuando recuerdo toda esta historia, pero pienso en términos positivos. Dios le permitió vivir a Hernán un año más, y yo solo fui el portavoz de cómo iban a ocurrir las cosas.

Querido nieto, estos no son cuentos de camino real, son historias de vida que quise compartir contigo para celebrar esos acontecimientos importantes de mi vida que están y estarán íntimamente relacionados con la tuya. No olvides que los ángeles existen, que pueden tomar forma humana o no, pueden utilizar a alguno de tus familiares, o alguno de tus amigos, o a personas completamente desconocidas, y que solo la misericordia de Dios hace posible que aparezcan, independientemente de quien seas en la vida. Si tienes alguna duda, pregúntale al apóstol Pablo. No me digas: Abuelo, eso es imposible, él no me va a responder… Revisa su historia, nieto mío, ahí está la respuesta.

Esta carta estará disponible en ula.academia.edu/LesterRodriguez como La Estupenda Experiencia de Vivir. Parte 12 para que la leas cuando quieras.

Te quiero con todo mi corazón y espero verte pronto.

Tu abuelo,

Léster Rodríguez Herrera

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