El Partido Comunista, tan aminorado en gente y en disecados planteamientos ortodoxos, no logró concretar lo que su desgarrador desprendimiento, el Movimiento al Socialismo (MAS), consiguió en Venezuela: sepultar, al menos discursiva y teóricamente, la democracia labrada con tanto ahínco después del tan afortunado derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez.
En ese sentido, dos figuras resultan selectas: Teodoro Petkoff y el literalmente inmortal José Vicente Rangel. Teodoro, un ideólogo contumaz, brillante como pocos y arrepentido permanentemente de su accionar, como tan pocos, se desdijo de la sangrienta guerrilla, rectificó; se arrepintió también de armar la tramoya ideática que culminó con un proceso que se le fue de las manos y también rectificó, pero aún así resultó determinante su pensamiento en echar a andar esta debacle: el derrumbe de la democracia para llegar, descender, a este espantoso espectáculo mundial de la destrucción más cruenta y miserable de un país que lucía, era, sólido y esplendente.
Rangel fue quien, usando a Chávez, a los militares y una pléyade de resentidos, con el permanente, pernicioso, azuzar cubano, surcó el camino de la destrucción inhumana de Venezuela, sustentado en el proyecto del MAS, ideado por Teodoro. Allí se afianzó, con las erróneas elaboraciones de la democracia, por supuesto, este asfixiante deterioro que ahora nos vemos obligados a buscar revertir como sea. Así se expresa el torpedero mayor de la democracia en su elocuente artículo titulado precisamente «Socialismo: respuesta a una democracia corrupta» (1972): «La sociedad venezolana necesita un propósito que la democracia de la empresa privada no puede proporcionar. ¿Puede hacerlo el socialismo? Más adelante trataremos de demostrar que sí». Y aquí nos encontramos «disfrutando» todos las miasmas de aquel derrotero.
Ni el Partido Comunista tenía cómo atravesársele ya a los demócratas de la alternancia puntofijista, los líderes de AD y Copei, después del culazo que se dio con Larrazábal; idos los romances con Medina Angarita, perdida por completo su conexión como partido con el alma nacional; ni Hugo Chávez era ningún ideólogo dentro ni fuera del Movimiento V República, mucho menos del PSUV, sino que asumió su rol como el también pragmático hombre carismático de armas que sirvió de pelele útil para canalizar el hambre de poder oculta tras quien podía, del mismo modo, pragmáticamente, Rangel, vincular a algunos militares (por algo llegó a ser ministro de Defensa de aquel) ansiosos con los deseos, el hambre, que a Venezuela siempre Fidel Castro le tuvo desde su victoria revolucionaria en la isla, animado de las intenciones expansivas del control hegemónico continental.
No deja, sin embargo, de ser altamente interesante el proceso a la vez tan complejo de la derrota del proyecto democrático por parte de la voraz izquierda nacional, continental y global. De ningún modo pretendo inculpar ni exculpar a nadie; a pesar de opinar, trato de ser objetivo con estas aseveraciones. Ya apreciamos con total crudeza lo que tarda este lento camino de buscar retomar el sendero empegostado de la libertad. Pero de algo estoy seguro: lo vamos a lograr. La democracia ha de retornar mejorada a Venezuela, liberal, muy a pesar de la resistencia que presentan algunos a dejar morir el agónico espectro que nos sujeta a la calamidad.