Muchos de los míos han emigrado. Al igual que millones. Se han establecido en diversos países, con mucha faena y dolor por haber salido de su nación.
El contacto no se pierde, gracias a la tecnología. Pero ese contacto no va al fondo del problema. ¿Por qué irse?
El motivo es sencillo y trágico. No ven futuro en su país y buscan otros para encontrarlo. La gran mayoría lo hacen por su necesitada voluntad, otros se ven forzados por la persecución política.
No hay mayor horror que éste. No hay. La familia se desintegra y con ella el conjunto del tejido nacional.
La hegemonía despótica, depredadora, se lava las manos y lo atribuye al «imperialismo». Una desgracia tras otra, como el señor de la servilleta que encarna el «sistema electoral».
Confieso que tengo el derecho legítimo a otra nacionalidad. No lo he ejercido ni lo ejerceré. La patria de mis mayores también es mía. La esperanza de ellos, también.
A pesar de cualquier pesar, se mantiene vital la esperanza. La esperanza en mi patria. Mi vida.
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