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La espera por Bachelet

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No han sido apacibles las vísperas del viaje de la comisionada Bachelet, quien está a punto de visitarnos. Se han tejido cualquier tipo de hipótesis sobre el trabajo que debe hacer entre nosotros, generalmente orientadas a presentarla como cómplice del régimen usurpador. Dado que tal tendencia obedece a una subjetividad desbordada, quizá convenga poner las cosas en su lugar entes de la controvertida visita.

En primer lugar conviene decir que no anda la señora Bachelet por el mundo dispuesta a hacer con libertad sus itinerarios Debe atenerse a los protocolos de la ONU, a los pasos establecidos de antemano por su alto despacho, porque no hace periplos de turismo sino análisis de situaciones que, por su envergadura, deben someterse al rigor de los intereses que están en juego. Debe esperar las licencias de los Estados que debe visitar, debe cubrir requisitos de los cuales quedan exentos los viajantes comunes y corrientes, debe hacer las maletas con especial pausa.

Y en este caso hizo la maleta con la debida pausa, dicho sea de paso, pues su visita esperó un informe previo de los funcionarios que envió como adelantados. Lo leyó, desde luego, porque después hizo unas declaraciones en las cuales manifestó preocupación por los problemas venezolanos, y no dejó de achacar al régimen de Maduro la responsabilidad de su comisión. Es evidente que ha actuado según se espera de lo que debe hacer en sus elevadas funciones, como es evidente el apresuramiento de la legión de opinantes venezolanos que se han ocupado de condenarla antes de que toque nuestra tierra firme.

El éxito de su visita, en lo que incumbe a la protección de los derechos humanos que debe salvaguardar, depende del trabajo que haga entre nosotros, por supuesto, de que no se deje meter gato por liebre por los funcionarios del usurpador, pero especialmente de los movimientos de los opositores venezolanos para que vea la cara de la realidad que tratarán de ocultarle los rojos-rojitos. La posibilidad de que se marche con evidencias adecuadas y contundentes del horror nacional no dependerá del oficialismo, naturalmente, sino de los testimonios que le suministren los políticos de oposición y las organizaciones ciudadanas que se ocupan del arduo tema.

Hay una locura venezolana que distorsiona la realidad según su antojo, una subjetividad desbordada que tiende a exagerar las cosas y a buscar culpables en el lugar equivocado, una desesperación que impide una comprensión equilibrada de la realidad. Como parece que en tal predicamento gira la visita de la comisionada Bachelet, una figura continental que no se ha distinguido por la irresponsabilidad ni por la felonía, lo más sensato es esperar a que cumpla con sus funciones antes de colocarla frente al paredón de las pasiones domésticas.

 

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