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La especie humana 

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Capura de pantalla | ABC Multimedia

No diría que son pocos los acontecimientos recientes que nos tematizan e interrogan como especie. Siempre ejercimos nuestra naturaleza, claro, pero casi nunca nos preguntamos por ella, ¿quién somos? Quizás para que eso pase necesitamos unos cuantos sustos que nos demuestren la necesidad de intentar saber en qué consiste esa condición. Las ciencias sociales nos muestran aspectos parciales y el genio de Darwin nos explicó de dónde salimos. Lo otro es una pregunta más general, de esas que surgen en horas de crisis, de desasosiego, de incertidumbre, de dificultad de explicar el presente y dar con un diseño mínimo del futuro. Todo lo cual es bastante temible.

Esos sustos no son muy rebuscados, están en los noticieros de todos los días. Yo colocaría en primer lugar, y no soy nada original, el fulano cambio climático o, mejor, su precipitación reciente: inundaciones e incendios inéditos aquí y allá, hasta en los emporios del primer mundo. Y la pregunta que genera es con cuánta pérdida saldremos de este, o si salimos. Del coronavirus, y su descomunal atropello contra vidas y bienes, poco hay que agregar (incluso es más sano sustraer la dosis mediática de cada quien). Solo anotemos que mientras los poderosos van a consumir una tercera dosis de vacuna, en el mundo de los pobres las cifras son miserables, con todo y Covax.

Los talibanes, sí los talibanes. Tal como se ha dado el fenómeno de su vuelta no solo es un seguro horror para los derechos humanos, sobre todo para mujeres y niñas, sino que es una herida fatal y vergonzosa para la racionalidad vigente, puesto que implica la inhabilidad y torpeza sin límites de los mayores imperios de Occidente, que al fin y al cabo siguen siendo el centro del planeta. Lo que indica un grotesco desarreglo de las relaciones internacionales, a las cuales habrá que sumar guerras locales; migrantes por decenas de millones que se ahogan, que esperan y esperan lo imposible, que tienen hijos que lloran al descampado, que ahora son utilizados hasta como armas. Y en el fondo una desigualdad que crece entre milmillonarios que van al espacio y muertos de hambre y de pestes del tercer mundo, lo cual la pandemia va a acrecentar. El mundo clama por igualdad y no parece haber caminos para lograrla en un momento profundamente liberal, individualista, yoista (nos explotamos a nosotros mismos para poder competir, dice el brillante filósofo Byung Chul Han), codicioso y consumista.

En fin, no sabemos adónde ir. El planeta se ha vuelto extraño y nosotros con él. Yo diría que hemos descubierto violentamente que somos especie, animales, entes biológicos destinados a descomponerse y desaparecer y que a ratos necesitan tapabocas y distancias y egoísmo extremo para sobrevivir. Tenemos, a diferencia de las otras especies, conciencia, pero esta a lo mejor resulta una secreción neuronal, maquinal, de un ratón algo más complicado que dice Skinner y quieren reafirmarlo muchos neurocientíficos actuales.

Hemos descubierto que por alguna deseada muerte de las ideologías –los grandes relatos- y en consecuencia los ideólogos y líderes, equivale simplemente a prescindir de un sentido y un puerto adonde llegar en nuestra fugaz existencia. Las religiones se hacen arcaicas e inútiles en la civilización de la nueva sexualidad y de la racionalidad tecnológica. Las ideas políticas se someten al pragmatismo de la técnica y el mercado mundializados y sin frenos.

Hemos llegado a vivir en la mentira, en la posverdad. Negando así el más primario de los principios civilizatorios. Cada quien cree en lo suyo. Unos no se quieren vacunar y otros se agrupan para revivir al nazismo. Todo vale. Ortega en Nicaragua descuartizando a sus rivales electorales sin ningún prurito. Y los chavistas saquearon y destruyeron a Venezuela y todavía hablan de revolución y piensan mandar para siempre. O Haití muriendo, siempre muriendo. Paraísos surrealistas del tercer mundo que no se rigen por los principios de identidad y no contradicción sobre los cuales se levantó el pensar humano. Para no ir demasiado lejos a buscar ejemplos. Pero, ojo, de todos modos, no crea en lo que lea o en lo que ve y oye hasta que no revise lo suficiente para que no le metan gato por liebre, fake news.

Por ahí parece que andan unas naves no identificadas ni explicables, dicen las altas esferas de Washington. Es lo que no falta para confundirnos del todo, aunque a lo mejor es el bueno de E.T. Mala hora.

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