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Silencio de Rodríguez Zapatero por los resultados en Venezuela causa tensión en el Grupo de Puebla

Foto AFP

No se entiende España sin su dimensión iberoamericana. Esta idea, repetida desde fines del siglo XIX, cobra aún más sentido cuando hacemos referencia a nuestro papel en el mundo, al ejercicio cotidiano de nuestra diplomacia. Si hay una región en el planeta con la que tenemos un vínculo cultural íntimo es, sin lugar a duda, la América española.

El régimen de Franco comenzó su andadura tratando de liderar ese espacio con una dimensión autoritaria e «hispánica». Una nueva relación debía emerger del fracaso de la democracia liberal y de las raíces de la centenaria cultura común. El experimento resultó un fracaso a la vista del resurgir de la democracia tras la derrota de las potencias del Eje. La España de Franco había quedado en el flanco perdedor, por lo que su autoridad se desvaneció. Solo era el resto arqueológico de una pesadilla y vínculo inevitable para las dictaduras que surgían por doquier, aprovechando los límites de las respectivas culturas políticas.

La transición a la democracia, pilotada por el Rey Juan Carlos y sustentada en el sentir general de que había llegado el momento de pasar página, permitió redefinir los fundamentos de nuestra acción exterior a partir de los valores y principios establecidos en nuestra constitución. Nuestros vínculos con ese conjunto de países se replantearon, las relaciones se estrecharon y fue posible el establecimiento de una Comunidad Iberoamericana de Naciones. España pasó a ser un modelo de convivencia y de desarrollo económico y social. El ejemplo español caló y se convirtió en referente para las transiciones a la democracia en algunos de estos países. Desde nuestro ingreso en las Comunidades Europeas hemos ejercido de puente entre ambos espacios, al tiempo que las empresas de ambas orillas invertían aquí y allá, reforzando la perspectiva de que conformamos también una comunidad empresarial.

Hoy España ya no es percibida como un modelo o un ejemplo, ni en Europa ni en Iberoamérica. Atrás quedaron los días en los que los españoles nos empeñábamos en restañar heridas del pasado y consolidar la convivencia en democracia. Hoy desde el gobierno se viola la Constitución, se asalta el Tribunal Constitucional y se cuestiona el Estado de derecho. Nuestro sistema de convivencia se resquebraja, al tiempo que se difumina el sentimiento nacional por mor de la ingeniería política. Importante al respecto la reciente entrevista a Jon Juaristi en El Mundo. España hoy es un problema para los españoles y para la Unión Europea, donde pasamos a ser otro de los estados en que la democracia está en peligro.

Una democracia en descomposición afecta directamente a su dimensión internacional. El gobierno social-comunista ya no confía en sus funcionarios, lo que es comprensible dada su lealtad al marco jurídico-constitucional. El ejercicio de la diplomacia ha sido en parte secuestrado por la Moncloa para actuar desde el interés partidista, que no nacional. El penoso espectáculo al que estamos asistiendo en torno a la crisis venezolana es un ejemplo más de un deterioro que viene de atrás.

Decía ayer desde estas mismas páginas Antonio Ledezma, antiguo alcalde de Caracas y destacada figura de la oposición venezolana, que «el Gobierno de España debería liderar el reconocimiento de Edmundo González como presidente legítimo de Venezuela en Europa». Durante décadas nuestros vecinos esperaban de nosotros precisamente eso, que lideráramos la política europea en la región desde valores inequívocamente democráticos. Lamentablemente ya nadie, ni en España, ni en la Unión Europea o la Comunidad Iberoamericana espera nada al respecto. Nuestro singular proceso de descomposición ha arruinado nuestra política exterior. La triste realidad es que nuestros gobernantes están más cerca de la narcodictadura bolivariana que de los que se juegan la vida defendiendo la democracia en aquellas tierras. Pedro Sánchez se esconde tras la vacilante diplomacia europea para mantener las formas, mientras Rodríguez Zapatero continúa su infatigable labor, que el gobierno «valora y aprecia», en beneficio del régimen bolivariano. El cómo ha llegado el PSOE a este grado de desapego de los valores democráticos, a este nivel de connivencia con los enemigos del Estado de derecho y de la democracia, es una de las cuestiones más relevantes de nuestros días.

La democracia española situó a nuestra diplomacia en una posición tan relevante como prometedora. Se abría un futuro pleno de oportunidades, reforzado por el creciente papel internacional de nuestras empresas. Ese formidable legado está siendo malversado por un partido político por razones inconfesables y con resultados desesperanzadores. Paso a paso volvemos a los tristes días del franquismo, cuando sólo nos entendíamos con otras dictaduras.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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