En estos tiempos tan aciagos, en el cual se impone la ley del más fuerte, quiero dedicar un pensamiento a mi país. Mi vida, mis afectos, mis éxitos y fracasos, se los debo todo a Venezuela. Llevo más de medio siglo haciendo todo en pro de la nación que me dio la oportunidad de nacer, crecer y desarrollar mis capacidades. El país que albergó a mis padres, que buscaban nuevas oportunidades, luego de haber sufrido los embates de la Segunda Guerra Mundial. Al nacimiento de mis hermanos, que junto a mi madre y a mi padre, formamos una familia. En mi casa, siempre se respiraban aires de constancia, dedicación y esfuerzo, que eran las normas de mi hogar. El sacrificio para lograr los objetivos, era necesario para alcanzar las metas diseñadas en nuestros sueños y Venezuela te daba esa oportunidad.
A pesar de que mi ascendencia es italiana, mi esencia es venezolana. Es tan así, que tengo una sola manera de medir mi tiempo de existencia y es con mi nación, es decir, con Venezuela y sin Venezuela. A mi patria le debo mis primeros pasos, mis primeros logros, mi primer amor, mi primera hija. Le debo mis frustraciones, pero también las oportunidades de volverme a levantar para seguir luchando. Era la Venezuela de las ambiciones posibles, de la movilidad social, de la meritocracia y de la consolidación de los deseos. Era el lugar en el mundo al cual muchos migrantes querían llegar, porque permitía construir vida, consolidar anhelos y cimentar el futuro.
Sin embargo, como todo país, tenía sus defectos, expresado en una creciente pobreza y al mismo tiempo, el agrandamiento exponencial del Estado paternalista, controlador y punitivo, para garantizar los privilegios de los políticos que se lucraban de él.
Desde el año 1983, precisamente el 18 de febrero, denominado viernes negro, en el cual el presidente de turno, el señor Luis Herrera Campíns, casi finalizando su período presidencial, se vio obligado en devaluar la moneda, para poder costear el gasto fiscal. Desde ese momento se eliminó la unificación cambiaria, vigente por más de 30 años y pasamos a fijar el precio del bolívar, dependiendo de nuestra reservas en divisas, es decir, sujeto a las variaciones del precio del petróleo, que determinaban así la cantidad de dólares que ingresaban al Banco Central. Matemática simple, suma la masa monetaria que hay en el país, la divides por el monto de las reservas internacionales en dólares, te dará de esta forma el valor de nuestro signo monetario.
Esta práctica nefasta de aplicar la devaluación para cubrir el déficit fiscal, se viene arrastrando desde el gobierno de Herrera Campíns hasta Nicolás Maduro. Llevando a la práctica estas maniobras, que empobrecen al venezolano, sin tomar medidas para revertir esa forma nefasta de diseñar políticas macro y microeconómicas. Conclusión, una devaluación continua del bolívar, acompañado por una inflación constante, que llegó al infinito y más allá desde 2015, con su respectiva emisión de dinero inorgánico, han sumergido al país en una vorágine hiperinflacionaria, que dista mucho en poder salir de esa situación en el mediano plazo.
A qué viene todo esto. Con el pasar del tiempo, acentuado más con la llegada de la revolución bolivariana en 1998, hemos podido apreciar que la situación de Venezuela ha venido deteriorándose sin pausa pero con mucha prisa, llevando a la nación a una situación de crisis total, que abarca aspectos políticos y sociales. Ya el venezolano no es el mismo, se ha visto obligado a alterar su idiosincrasia para poder sobrevivir. Esa alegría espontánea que nos caracterizaba, ha sido cambiada por expresiones de angustia y de miedo, por no poder renovar el futuro.
Por su parte, aquellos que dirigen los designios del país, en el momento de explicar la realidad de la patria, se escudan en argumentaciones vanas, sin soportes, hecha por burócratas politiqueros de segunda, que no ven más allá de las consignas políticas y loas a un difunto, incapaces de sopesar la realidad ni las necesidades de una nación. Destacándose que sus únicas funciones como servidores públicos, es servirse de lo público, expresado en la medida que puedan lucrarse, porque del resto, son ineficientes, ineptos y corruptos.
Naturalmente, la situación antes descrita, produce indignación en la sociedad, al percibir por parte de la colectividad, que no hay una salida electoral, ya que estos revolucionarios se han proclamado como los únicos capaces de dirigir el destino del país, diseñando un entramado electoral que garantiza su permanencia en el poder. A esto hay que sumarle el actuar de los bolivarianos, que va en contra de la consideración y el respeto al libre albedrío del ciudadano y las libertades en todos los ámbitos posibles. Es notorio, público y comunicacional, la desconsideración e irrespeto a todo lo que sea democrático, pasándose por el forro de la inconsciencia, la desconsideración y el desagradecimiento que se le debe a toda Venezuela, por haberles dado la oportunidad de gobernar y han fracasado estrepitosamente, pero, nunca falta un pero, han sido exitosos en esquilmar el tesoro público.
Como un logro de sus políticas, se limitan solo a quitarles ceros a la moneda, a perseguir a la oposición, a encarcelar al que ose gritar libertad, promulgar leyes punitivas y actuar a sus anchas, ya que están exentos en la aplicación de la ley, porque se sienten que están por encima de ella.
Y son capaces de decir, sin despeinarse, que vivimos en democracia, pero será en la de ellos, en la cual reina la incertidumbre, la miseria y el hambre. Dónde se caracteriza la improvisación ante una realidad que no supieron ni saben manejar, porque las personas que están al frente de las diferentes posiciones de poder, muestran una incapacidad galopante y supina.
Estas líneas no tienen la finalidad de ganar un concurso de simpatía, sino expresar mi inconformidad como ciudadano, porque la culpa no es solo del gobierno de turno, sino de aquellos que dicen que forman parte de la oposición, que se han prestado en darle piso político a los desmanes bolivarianos.
No podemos olvidar las prácticas funestas para callar al venezolano, sembrando miedo en la sociedad, para castrarles su libertad y su oportunidad de reclamar sus derechos. Lo que les importa es mantener un estado general de ignorancia, para que pueda seguir reinando la improvisación, el acoso, la persecución, el encarcelamiento y el exilio.
Ahora nos vienen de nuevo convocando un proceso electoral, tratando de venderlo en el mundo como un proceso limpio, claro e inclusivo. Eso sí, sin dejar de practicar su peculado de uso, prohibir candidatos, perseguir a otros, proscribir partidos políticos y permitir el abuso que siempre ha caracterizado a los revolucionarios. Después de tantos años de injusticias y atropellos, ¿le vamos a creer ahora que tienen buenas intenciones y son capaces de aceptar si pierden en el proceso electoral? Aplico una máxima que me enseñó mi padre: “Piensa mal y acertarás”.
De verdad, me gustaría creer que las cosas van a cambiar, pero conociendo a los personajes, en mí hay cierto escepticismo. No llamo a la abstención, no, la finalidad de estas líneas es crear conciencia de una realidad que nos afecta a todos. Cada quien, con su discernimiento, tomará la decisión de participar o no en el proceso electoral. Pero, aquí viene otro pero, debemos estar claros que la justicia, la moral y los principios tienen años desaparecidos en Venezuela y no ha habido en el país un movimiento político coherente que pueda revertir la realidad de la nación, porque lamentablemente el venezolano pasó de nacionalista a acomodaticio.
Desde que era niño, siempre oía decir que el país necesitaba una gorra (militar) para mejorar sus condiciones. Pero, nos persiguen los peros, en lo único que hemos sido exitosos es en engendrar líderes que se escudan en el populismo, que reconstruyen la historia de un país a su conveniencia, elevando sus ejecutorias a nivel de culto religioso. No debemos olvidar, que el chavismo llegó y desmanteló todas las instituciones, para que pudieran ser controladas y acomodarlas a sus necesidades, ya que era la única manera de poderse perpetuar en el poder.
No obstante, lo que provoca más rabia en la sociedad, es que quieren seguir vendiendo su modelo socialista, como la única alternativa posible de lograr una supuesta Venezuela potencia, pero, más peros, se ha transformado en un gran motor generador de pobreza, aunado al descarrilamiento de la justicia y la libertad, combinado con una economía insostenible, con un estado a la deriva política y socialmente.
Antes de analizar si vivimos o no en democracia, hay que ver nuestra realidad con ojos críticos y darnos cuenta que en estos años de socialismo se han redoblado las penurias, se ha anulado la dignidad humana y la nación quedó estancada en el tiempo.
Para cambiar nuestra existencia, hay que fortalecer las instituciones, que haya autonomía en los poderes públicos, garantizar la libertad, consolidar la seguridad jurídica, el Estado de Derecho y rescatar la esencia del ciudadano, para que luche por sus derechos y honre sus deberes.