Por José Peña
Revisar el sistema educativo en las circunstancias actuales, donde el mundo atraviesa una de las más significativas crisis en materia de salud, implica reconocer por una parte, su estado de vulnerabilidad, y por la otra, como consecuencia de lo anterior, la poca preparación para atender estados de emergencia.
Lo que actualmente ocurre con el coronavirus resultó ser un evento inesperado, causal o sobrevenido, cuyo alcance traspasó las fronteras de la China continental para convertirse en una pandemia, para la que los gobiernos, y particularmente la escuela, ni están preparados ni tienen una solución programada de modo que al revisar la actuación, tanto de los entes gubernamentales, como de las mismas instituciones educativas, se aprecia una inmensa improvisación, que desdibuja a la escuela en su propósito primigenio de formar y enseñar.
Si bien, la actual crisis de salud generada por el coronavirus llegó de manera imprevista, y se ha desarrollado o expandido en un lapso sumamente corto, si revisamos el desarrollo histórico, pudiéramos concluir que, como evento, era previsible, porque la dinámica de las sociedades así nos lo viene enseñando; solo basta hacer un breve recuento de algunos virus que han aparecido durante el presente siglo: en el año 2001 fue el ántrax, en 2002 se presentó el virus del Nilo, en el año 2003 fue el virus SARS, la gripe aviar en 2005, en 2006 el cólera haitiano, luego en 2009 fue la gripe porcina, en 2012 el MERS, en el año 2014 repitió el virus del ébola, en el año 2016 el virus del zika, y ahora es el covid-19, por no hablar de la fiebre chikungunya y el dengue, entre otros tantos conocidos.
Por otro lado, tenemos otro tipo de eventos circunstanciales, de carácter social, y que de alguna manera impactan en el normal desarrollo de las actividades escolares, tales como paros laborales, intentos de golpes de Estado y conflictos armados; también debemos incluir eventos de tipo político y otros relacionados con políticas públicas, como pueden ser los que vivimos hace un año en Venezuela, con la dilatada interrupción del servicio eléctrico, o las fallas en el suministro de agua y de gasolina.
Igualmente, hay eventos naturales como ciclones, incendios forestales, deslaves, inundaciones, erupciones volcánicas y terremotos, que inciden en la normal dinámica educativa, generándole una especie de espasmo.
Por otra parte, no debemos dejar de lado hechos que vienen in crescendo como son los avances que en materia de tecnología educativa están ocurriendo, tales como el apagón analógico, la inteligencia artificial, la realidad virtual y las nuevas formas de enseñanza (m-learning, b-learning), entre otras; al igual que el surgimiento de dispositivos como las laptop, los netbook, las tablet, las PC y hasta los smartphone, que en general pertenecen al mundo de los escolares, por su condición de ser la generación tecnológica; de modo que este es el espacio de aprendizaje en el que los jóvenes se sienten más cómodos, pero para muchos docentes resulta un mundo embarazoso, incómodo y hasta perturbador.
De modo que estos eventos en su conjunto, bien sean por su carácter médico o humanitario, como el que estamos viviendo actualmente, o por aquellos que surgen debido a algún desorden social, o por una mala praxis en la ejecución de políticas públicas, o por el desarrollo de sucesos naturales, o simplemente por las exigencias tecnológicas del mundo contemporáneo dentro del ámbito educativo, pueden ser catalogados eventos de trauma social, porque como lo señalamos, la escuela no tiene una respuesta oportuna que ofrecer, ya que el sistema educativo está anclado a un actuar anacrónico, propio de siglos pasados.
En este contexto, podemos señalar que la duración de alguno de estos eventos es predecible, y por tanto, la escuela puede prever su respuesta, que podría conllevar a una breve suspensión de las actividades escolares, por lo que la institución educativa puede ajustar su calendario académico, y proseguir prontamente con su cotidianidad.
Por ejemplo, en zonas de conflictos bélicos, o en áreas dónde hay carencia de condiciones para la subsistencia humana, y que están circunscritas a determinados espacios geográficos, y que por lo general producen desplazamientos poblacionales, la escuela sencillamente desaparece, impactando en el crecimiento y en el desarrollo intelectual de una franja importante de dicha población. Dentro de este contexto, los gobiernos tampoco ofrecen una respuesta asertiva, generándose elevados índices de deserción escolar, con el respectivo incremento de los niveles de marginalidad.
En síntesis, el panorama actual debe conllevar a la reflexión sobre lo que debe hacer la escuela ante eventos sobrevenidos, para dar respuestas inmediatas y evitar la improvisación con medidas que pueden resultar “peor que la enfermedad”; en tal sentido, en el próximo artículo ofreceremos algunas soluciones.