Es inevitable no verlos como escobas astilladas, repitiendo la misma coreografía, embrujados por su propia estupidez. El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, dijo, incluyéndose en su propia filípica, que esta es la peor clase política de la historia de la democracia en España. Que su boca sea, pues, la medida. Un Congreso incapaz de aprobar presupuestos o elegir al Poder Judicial, pero abocado al chiquero parlamentario. Un presidente del gobierno interesado en la disolución de su propio Estado, pero que se pasea por Europa pidiendo la creación de otro. Un gabinete de hechizados que aplauden como pingüinos ante un glaciar que se derrite.
Goethe describió los desastres que produce el exceso de amor propio y confianza cuando los padece un inexperto. Lo hizo en el poema «Aprendiz de brujo». En aquella balada, el escritor narraba la historia del pupilo de un anciano mago, cuando, liberado de la supervisión de su maestro y movido por su arrogancia, decide probar sus poderes insuflando vida a una vieja escoba. A esta le concedió una cabeza y dos brazos para que le preparase un baño. La escoba, tallada en sus reflejos de la repetición, no se limitó a llenar la bañera, sino cada cuenco que halló en su camino, hasta producir una inundación.
Como buen mago de oídas, el aprendiz de Goethe ignoraba el conjuro que pudiera detener el hechizo y, desesperado, la emprendió a hachazos contra la escoba, que se multiplicó en dos aún más empecinadas y hacendosas. La historia, que Walt Disney versionó en Fantasía como aquella angustiosa procesión de escobillas autómatas, revela hasta qué punto un deseo pueril y frívolo conduce al desastre.
Secuestrado por sus propias escobas, Sánchez ha convertido en normales cosas que no lo son: llamar conflicto político a una reyerta secesionista; usar los medios públicos como plataforma política; programar y contraprogramar, aunque eso le cueste al informativo quince minutos menos; alentar la risa y desterrar la verdad, o al menos su mínimo y esencial reporte; permitir que sea un hombre fugado el que marque la campaña catalana; normalizar a la izquierda «abertzale» en la vida política, con alfombra roja incluida, y ya ni hablar de su uso ambiguo del lenguaje o del gabinete de Agitación y Propaganda que cada semana retransmite una homilía en el Consejo de Ministros.
A diferencia del poema de Goethe, en el que el mago regresa y salva de la hecatombe a su pupilo, no hay quien meta en el armario al ejército de escobas del sanchismo. Andan sueltas, llenando cada cubeta vacía con el agua de borrajas de sus ocurrencias e inundando el espacio público hasta convertirlo en un océano de fregona. Si estos son los aprendices, incluidos los quiromantes de la oposición, cabe pensar en España como esa escoba que amplifica su conjuro, que cada ciudadano es esa astilla que flota en el desastre. Sólo los maestros pueden convocar a los espíritus, dice el viejo mago en el poema alemán. Nadie puede deshacerse de aquello que no es capaz de dominar.
Artículo publicado en el diario ABC de España
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