OPINIÓN

La epifanía de George Bailey

por Eugenio Fouz Eugenio Fouz

George Bailey de niño

«Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes a tus ojos oceánicos» (PABLO NERUDA)

Ayer fue la víspera del Día de Reyes y queriendo o sin querer me puse a ver la película que suelen poner en televisión todas las navidades. Me refiero a ¡Qué bello es vivir! (It’s a wonderful life) dirigida por Frank Capra en 1946 e interpretada por el actor James Stewart. Consulto en la enciclopedia digital Wikipedia y descubro que la historia de carácter religioso se basa en una novela, El mayor regalo (The Greatest Gift) escrita por Philip Van Doren Stern unos años antes. Lo que se cuenta en la película nos recuerda a otra novela clásica del escritor Charles Dickens publicada en el año 1843, Cuento de Navidad  (A Christmas Carol).

George y Mary

En la versión televisiva el protagonista es un hombre bueno, George Bailey, que vive en un pequeño pueblo llamado Bedford Falls. Como suele suceder en las comunidades pequeñas, todos los vecinos se conocen. En cierto modo, esta circunstancia hace que uno sienta el calor de la gente, pero también la necesidad de respirar otro aire diferente.

Después de haber visto esta película más de tres o cuatro veces, y conociendo la trama, he de confesar que en esta ocasión entendí cosas que no había entendido antes. Tras varios reveses de la vida, un hecho fortuito de graves consecuencias en su trabajo y la mala intención de un rico banquero que parece odiarle pone su vida patas arriba. Arruinado y desquiciado quiere acabar con todo, pero su carácter le recuerda quién es, cómo es y no puede dejar de ser. Si se ha escrito que carácter es destino, George Bailey es un buen ejemplo de este adagio. A punto de poner fin a su historia encuentra a alguien que trata de hacer lo mismo y no duda en querer salvarle… Este hecho dará un giro a su vida. El desconocido le ofrecerá como el genio de la lámpara de los cuentos la posibilidad de ver el lado oscuro, el otro lado del espejo que no vemos.

George y el Ángel

Y mientras George veía su vida como un espectador extraño y ajeno -a la vez que este espectador que escribe ahora en un teclado imaginaba su propia vida en el relato contado por un ángel- yo observé cómo surgía la epifanía en el interior del personaje al darse cuenta de la diferencia entre existir y no existir, entre vivir y no vivir, entre nacer y no haber nacido. Dicho de otra manera, George Bailey tuvo la visión de lo que habría sido la vida de sus seres queridos si él no hubiese existido, si el mundo no hubiese conocido el carácter de un hombre bien nacido como él. Su hermano pequeño habría muerto a los 9 años ahogado bajo el hielo, sus vecinos no habrían contado con la generosidad de George para la adquisición de viviendas decentes, su mujer Mary Hatch (la actriz Donna Reed) se habría convertido en una bibliotecaria solterona y, obviamente, los hijos de ambos tampoco habrían nacido.

Volvía a emocionarme con esta historia de amor siendo incapaz de no llorar como todas las otras navidades.