I
Por allí hay un cuento que involucra a una rana, un sapo y un tren. Va más o menos así: un día primaveral salieron a pasear la rana y el sapo. En su caminar, de saltos, llegaron a las vías por donde pasa el tren y allí se detuvieron a conversar.
Al rato oyeron venir el tren y al ver que se acercaba, el sapo salió rápidamente de la vía y conminó a la rana a que hiciera lo mismo. Sin embargo, la rana se entretuvo y el tren la atropelló.
El sapo juró venganza contra el tren y por un lapso de 10 años solo se dedicó a prepararse para consumarla. Se entrenó con toda clase de ejercicios físicos, utilizando pesas y aparatos y triplicó su volumen corporal así como su fuerza. También aprendió artes marciales: karate y judo.
Resulta ser que el día llegó y toda la población anfibia del pueblo se congregó en el lugar donde el tren había atropellado a la rana para ver a nuestro crecido y musculoso amigo sapo darle su merecido al tren. Cuando el tren se aproximó, el sapo se colocó en la vía e hizo ademán de detenerlo. El tren lo volvió miér… coles, al igual que a la rana.
II
Se ha definido como sesgo cognitivo (también prejuicio cognitivo) a un efecto psicológico que causa una alteración en el procesamiento de la información que será luego utilizada para la toma de decisiones. Por ejemplo, el llamado efecto de superconfianza, sobreconfianza o confianza excesiva consiste en la sobreestimación de la seguridad con que los sujetos confían en sus propias decisiones.
Según Herbert Simon, los sesgos cognitivos existen como necesidad evolutiva para la emisión inmediata de juicios que utiliza nuestro cerebro para asumir una posición rápida ante ciertos estímulos, problemas o situaciones, que debido a la incapacidad de procesar toda la información disponible se filtra de forma selectiva o subjetiva («A behavioral model of rational choice», The Quarterly Journal of Economics, 69(1), 99 -118, 1955).
Tal emisión inmediata de juicios la podemos enmarcar en el llamado Sistema 1, de Daniel Kahneman (Thinking fast and slow, Farrar-Straus-Giroux, Nueva York, Estados Unidos, 2011) y tambien en los 10 instintos básicos que trata Hans Rosling, uno a uno, en su libro (Factfulness: Ten Reasons We’re Wrong About the World and Why Things Are Better Than You Think, Flatiron Books, 2018).
III
Siempre han existido los denominados «Juegos de guerra». Son simulaciones en las que las teorías de la guerra se pueden probar y refinar sin necesidad de hostilidades reales.
Una de las anécdotas más famosas sobre los juegos de guerra y la Segunda Guerra Mundial se refiere a la simulación japonesa de la batalla de Midway. Según la anécdota, los oficiales japoneses que llevaban el bando de los americanos lanzaron un ataque a la flota de portaaviones japoneses y les infligieron pérdidas devastadoras. Sin embargo, los árbitros anularon el resultado, con lo que el Estado Mayor Japonés creyó que la victoria era tan segura como inevitable.
La anécdota, que no es cierta como lo demostró Ron Larham en una conferencia que dió en mayo de 2012, en el Defense Science and Technology Laboratory en Portsdown West, Hampshire, Estados Unidos y titulada «The Legend of the ‘Fixed’ Japanese Wargaming of the Midway Campaign», abona en favor del sesgo de la así denominada «enfermedad de la victoria», misma que ocurre en la historia militar cuando la complacencia o la intemperancia, provocada por una victoria o una serie de victorias, hace que un enfrentamiento termine desastrosamente para un comandante y sus fuerzas.
IV
El primer resultado de la superconfianza japonesa fue el propio ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. La fuerza de ataque japonesa hundió cuatro acorazados y otras 15 embarcaciones y destruyó casi 200 aviones en tierra, pero ni un solo portaaviones estadounidense estaba en la bahía durante el ataque japonés. El ataque fue un fracaso estratégico para el imperio japonés pues su logro mayor fue incorporar a la guerra un formidable enemigo como los Estados Unidos de América, enemigo que el almirante Isokoru Yamamoto conocía muy bien pues estudió en Estados Unidos, en la Universidad de Harvard, entre 1919 y 1921.
El segundo resultado de la superconfianza japonesa fue la batalla del Mar de Coral, en mayo de 1942. Fue una de las batallas clave del teatro asiático en la Segunda Guerra Mundial. Si bien los japoneses infligieron bajas importantes a los estadounidenses, sus propias pérdidas les impidieron ejecutar la Operación Mo, diseñada por Yamamoto para controlar el territorio de Nueva Guinea, así como otros lugares del Pacífico sur y con el objetivo de aislar a Australia y a Nueva Zelanda. En dicha batalla del Mar de Coral, dos portaaviones japoneses resultaron dañados y no pudieron participar en la batalla de Midway, la cual marcaría un punto de inflexión en el curso de la guerra en el Pacífico.
La batalla de Midway por su parte, el tercer revés de la superconfianza japonesa, tuvo lugar un mes después de la del Mar de Coral y seis meses después del ataque japonés a Pearl Harbor. Los japoneses pensaban que los bombardeos materializados por los B-25 Mitchel norteamericanos en Japón, más allá de poner en peligro la vida del emperador, eran psicológicamente desmoralizantes. Creían que los mismos provenían de Midway ergo, Midway debía ser capturada (en realidad, los B-25 norteamericanos eran lanzados a través de sus portaviones).
Con la desclasificación de documentos, hoy sabemos que el sistema de codificación de mensajes japonés, llamado Código Naval Japonés o JN-25, había sido descifrado por los británicos y los estadounidenses mucho antes del ataque a Pearl Harbor. Justo días antes del ataque japonés a Midway, se sabía que estaba designada como «AF», pero aunque sospechaban que era Midway, los estadounidenses no estaban totalmente seguros. Así, los especialistas le pidieron a Midway que enviara un mensaje por radio informando que había deficiencias en el suministro de agua dulce. Los japoneses mordieron el anzuelo y poco después la inteligencia norteamericana interceptó un mensaje japonés cifrado, que decía que «AF tiene deficiencias en el suministro de agua dulce.» Con eso quedó confirmado que «AF» era Midway.
El caso es que, en el transcurso de tres días, entre el 4 y el 7 de junio de 1942, Japón perdió cuatro portaaviones. Además, perdió más de 300 aviones y 3.000 hombres, eso sin mencionar el efecto desmoralizador de dos derrotas en fila. Si bien la fuerza de ataque japonesa todavía contaba con acorazados, sin la protección de los aviones de los portaaviones serían objetivos vulnerables. Yamamoto decidió aceptar el fracaso de su ataque a Midway y retiró su flota hacia el oeste. Sin embargo, murió poco después como consecuencia, otra vez, de la habilidad y la astucia del enemigo que conocía bien y al cual, evidentemente, subestimó: a través de los mensajes operativos japoneses decodificados, así como de sus propios hábitos de cumplimiento y puntualidad, los estadounidenses detectaron pruebas de que viajaría en días y horas determinadas. Enviaron aviones de combate para interceptar su avión y lo derribaron.
Con todo, la guerra para Japón no terminó allí sino tres años después, en agosto de 1945, con los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.
V
Aquí en Venezuela por cierto, tenemos un sustrato psicológico materialmente importante, en el que la enfermedad de la victoria está asentada y se alimenta y crece. Se trata de aquel tema relacionado con nuestra épica de independencia que dió incluso la independencia a otros países que bien conocemos. Yo conjeturo que aquellos polvos son los que traen los lodos de la intemperancia que vemos en nuestros predios por estos días, misma que condujo a Japón a su triste y dolorosa rendición en agosto de 1945 y a la desintegración del parcialmente saludable sapo.