En los recientes días pasados el mundo ha sido testigo de un acontecimiento un tanto inesperado, un tanto desconcertante, un tanto enigmático: la subversión del grupo militar privado Wagner y su líder Yevgeny Prigozhin contra el status quo de Moscú y su presidente Vladimir Putin. El resultado fue una sorpresiva retirada de las tropas que se dirigían a la capital rusa para terminar “refugiados” en Bielorrusia bajo el amparo y ofertas de protección del presidente Lukashenko, y la confirmación de la premisa de Winston Churchill: «No puedo adelantarle las acciones de Rusia. Es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma, pero quizá haya una clave. La clave es el interés nacional de Rusia”.
Y ciertamente, es el interés nacional de Rusia lo que se debe tomar en consideración para tratar de comprender los hechos recientes, pero también lo que continúa ocurriendo en el este europeo, en las tierras de Ucrania.
Prigozhin y sus tropas de Wagner marcharon hasta la ciudad de Rostov del Don amenazando con llegar hasta el centro del poder ruso, el Kremlin de Moscú; demandando y denunciando a la nomenklatura oficial del gobierno, en especial a la máxima cúpula de las Fuerzas Armadas y el Ministerio de Defensa por “malos manejos” de lo que ha sido la operación militar especial en Ucrania de los últimos 16 meses. Ahora bien, ¿puede realmente acusar de “malos manejos” de la guerra ¡una empresa mercenaria contratada por esas mismas autoridades! para actuar en su nombre?
Este es otro elemento a tomar en cuenta, el de la “privatización de la guerra”, que no es nuevo ni original de las Fuerzas Armadas rusas; ya lo conocíamos desde los tiempos de las operaciones norteamericanas en Afganistán (2001) e Irak (2003), cuando el Pentágono contrató grandes contingentes de tropas de empresas mercenarias que hacen el trabajo militar en cada teatro de operaciones, o las empresas que son comúnmente contratadas por señores de la guerra, tiranos y traficantes a lo largo del África subsahariana.
No es nuestro objetivo, ni deber, hablar en estas breves líneas sobre el curso del conflicto en Ucrania, de eso ya hemos hablado en otras ocasiones y en venideras entregas también lo haremos; lo fundamental en este momento es tratar de analizar a partir de ahora si este evento (presuntamente aislado y neutralizado según las informaciones oficiales del Kremlin) puede representar el inicio de algún movimiento desestabilizador del gobierno de Putin, de una encrucijada que termine consolidando su poder o derrocando al actual régimen político ruso. En su discurso de apenas cinco minutos a todo el pueblo ruso, el presidente Putin afirmó que la “traición” de Wagner fue una “puñalada en la espalda de nuestro país y nuestro pueblo”, comparando las acciones del grupo con la Revolución Rusa de 1917 que derrocó al zar Nicolás II en plena Primera Guerra Mundial.
Como un inicio, creemos que aún no se vislumbra un movimiento lo suficientemente fuerte y/o eficaz que pueda derrocar al gobierno de Vladimir Putin; la consolidación de su liderazgo es un hecho cierto que se ha mantenido durante los últimos veintitrés años, en gran parte por la racionalidad en el carácter y acciones del presidente ruso, estemos o no de acuerdo con su proceder, pues allí radica la clave para comprender la política rusa post Guerra Fría.
Culminemos por hoy recordando lo que el historiador británico Peter Watson, autor (entre otras obras) del excelente trabajo titulado La historia secreta de la bomba atómica: Cómo se llegó a construir un arma que no se necesitaba, señalaba sobre Iosif Stalin: “Stalin era considerado una bestia por sus contrapartes occidentales, pero quedó demostrado que al fin y al cabo era una bestia racional, y gracias a eso en Corea no se produjo un holocausto nuclear”.
@J__Benavides