El año 2023 fue catastrófico para China como consecuencia de una vertical caída en las inversiones foráneas. Fue el monto más bajo de las últimas tres décadas: 33 billones de dólares, 80% menos que en 2022.
Muchos niegan la debilidad que China ha comenzado a exhibir en su desempeño económico. Pero los resultados que muestran las finanzas de las grandes transnacionales que extraen beneficios de China lo muestran. Una entrega de The Economist de la pasada semana da cuenta de como entre las 18 multinacionales que mejores resultados recaban del gigante de Asia, 13 vieron sus ingresos caer el año pasado.
La investigación llega a concluir que aunque en Pekín se reconoce que las empresas han tenido un ambiente adverso para hacer negocios y se disponen a corregirlo, sigue existiendo reticencia del inversionista foráneo a correr riesgos en China. Ello tiene que ver con la indefinición de las políticas de Xi Jinping en cuanto al modelo de desarrollo que el país quiere darse a si mismo. No es tan cierto que en el país domina un capitalismo liberal de Estado. Las autoridades proclaman la libre empresa y en apariencia dan pasos para facilitar un ambiente de negocios favorable. Pero la filosofía económica que prevalece es la de los controles, el exceso de supervisión, la imposición de normativas, las barreras a la información relevante global y sectorial para el desarrollo de actividades productivas, temas estos que resultan ser camisas de fuerza para el empresario, al tiempo que paradójicamente las autoridades esperan que los inversionistas abracen con entusiasmo su incursión en el mercado chino.
Es una contradicción sustantiva pretender, por ejemplo, desacoplarse tecnológicamente de Occidente y confiar en atraer, al mismo tiempo, a las grandes empresas tecnológicas a invertir en suelo asiático. Los franceses califican bien tal situación como querer tener la mantequilla y, al mismo tiempo, el dinero de la mantequilla.
La desconfianza en los propósitos perseguidos por las grandes empresas extranjeras es otro escollo de importancia. Se les niega el acceso a la data que atañe a sus negocios. Las grandes corporaciones son percibidas como entes al servicio de las políticas de sus países de origen e investigadas en su quehacer diario sobre el destino que la información que recaban de sus actividades. Ello representa un obstáculo de gran envergadura para las empresas consultoras, sin duda, pero no es diferente para sectores como vehículos eléctricos, baterías, biotecnología, cadenas de suministro, por solo citar algunos.
Todo lo anterior es grave sin entrar a considerar la aversión que muestras las autoridades a la libre competencia, una condición sine qua non para conseguir que capitales de riesgo se instalen dentro de un ambiente de negocios prometedor y de gran potencial, pero que al mismo tiempo sea proclive al beneficio. Los subsidios de soporte a industrias ineficientes siguen practicándose en detrimento de la producción foránea. Cuesta aceptar como buena una política dentro de la que es posible que el 22% de las industrias chinas pierdan dinero como fue el caso en 2023.
Así pues, la disposición del empresario a aventurarse en negocios en un país extranjero con un ambiente tan adverso termina siendo un acto heroico o irresponsable. Ninguna de estas dos actitudes tiene cabida en el ánimo de un inversionista occidental.
China va progresando, es cierto, y existe un legítimo deseo de apertura para convertirse en un destino confiable. Pero demasiados resabios subsisten aun de la época en que se le conocía como la “fábrica del mundo”.
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