Por Carmen Sulay Rojas
Con la llegada del covid-19 también quedó en evidencia hasta qué nivel nuestros docentes estaban preparados para asumir con suficiente preparación la educación tecnológica, y si bien es cierto hubo muchas dificultades por el déficit de teléfonos inteligentes, tabletas y computadoras para poder participar de manera activa en diferentes actividades pedagógicas a través de estos instrumentos, hubo deficiencia en las distintas plataformas empleadas con servicios públicos muy ineficientes de electricidad, telecomunicaciones e internet; a la par que en un país como Venezuela, jamás se avisan los llamados cortes o suspensiones de servicios públicos, lo cual enfrenta un problema adicional en quienes tuvieron que experimentar los tiempos de educación no presencial.
Ahora bien, las maestras y profesores, no pueden convertirse en simples manipuladores básicos de programas y plataformas de equipos tecnológicos, es necesario que en lo sucesivo se inicie un efectivo plan de capacitación y dominio de la mayoría de esas herramientas, porque de lo contrario, se pueden hasta observar situaciones – que no son negativas – de que sean los estudiantes quienes manejan con amplia superioridad ante los educadores, cualquiera de estas novedades tecnológicas.
El manejo con dominio de plataformas como Windows sobre la integralidad de programas como Word, Excel, Power Point, entre otros similares; debe ser una constante, porque de lo contrario, se estaría ante un nuevo tipo de desconocimiento que ha sido llamado “analfabetismo tecnológico”, y que afecta en preponderancia el aprendizaje virtual; que también aplica en otras plataformas como WhatsApp, Telegram, YouTube, TikTok, Zoom y cualquier otra que pudiera funcionar para la interacción docente-estudiante, con máximo nivel en situaciones como las vividas con el covid-19.
Desde esta perspectiva, las instituciones educativas (escuelas, liceos, universidades) deben estar preparadas y dotadas, si efectivamente se pretende asumir el porvenir con éxito pedagógico y que éstas infraestructuras sean auténticos multiplicadores del conocimiento, porque solo reconociendo que la amplitud de la tecnología no puede limitarse en una retórica política, y que hay que pasar de la acción hasta los hechos, se podrán tener docentes cada vez mejor preparados y capacitados ante la educación tecnológica. Sobre esta situación inédita originada por el coronavirus, se repasa lo expresado por Prieto (2012), el llamado “Maestro de América”:
«Los niños formados en una escuela que tenga proyecciones hacia el porvenir, sin desligarse de la vida del presente, estarán capacitados para conducir los procesos de desarrollo económico, social y político en que habrán de participar. El mundo tecnológico requerirá cada vez más hombres con una visión amplia. Los políticos del futuro, que ya está tocando a la puerta, no podrán actuar más desentendiéndose de las consecuencias de sus actos. Para acertar deberán estar influidos profundamente por el medio tecnológico que los rodea y por una filosofía del hombre, gestor de la técnica, para sobrevivir y crecer con un mundo mejor y tener la convicción de que sus decisiones afectan a numerosas personas dentro de la sociedad en que viven. Política y tecnología no son mundos diferentes, si se concibe a la política como ciencia de las previsiones enderezadas a realizar el bienestar de todos los ciudadanos y si la vez se entiende la tecnología como conjunto de recursos puestos en manos del hombre para ayudarlo a cumplir su destino humano. La técnica la inventó el hombre para servir a propósitos humanos, pero mal usada es amenaza de destrucción y muerte». (p. 64-65).
No estaba equivocado Luis Beltrán Prieto Figueroa en sus apreciaciones sobre el mundo tecnológico, a pesar de que las mismas fueron expresadas en varias oportunidades entre los años ochenta y noventa –falleció en 1993– y resulta obvio, que sólo alguien de su estatura intelectual podía adelantarse a su tiempo, y dejar marcadas en cada una de sus palabras a las generaciones de relevo sobre la importancia y prioridad que debía concebirse al mundo de la tecnología, como en efecto ha sucedido en este siglo XXI.
No obstante, ni siquiera porque alguien como el mencionado político y educador haya sido voz importante en la historia contemporánea de Venezuela, pues, tenemos que para el Estado pareciera que esas advertencias nunca han tenido una significación trascendente, no sólo por la forma en que se ha deteriorado el sistema educativo en su conjunto, sino la depauperación de la profesión docente, lo que vino a agravar la crisis de (pos)pandemia del covid-19 en los planteles oficiales, y todo en medio de referentes y periferias sociales que se encontraban en precarias condiciones económicas.
La educación centrada en el oxigonio: docentes, estudiantes y tecnología no podrá enfrentar con éxitos los retos hacia un futuro de bienestar y desarrollo, hasta que no se comprenda el cómo las adversidades pueden ser superadas con políticas públicas que no centralicen las actividades pedagógicas, es decir, sólo con una educación descentralizada a partir de las fortalezas de cada espacio y comunidad será posible recomponer los aprendizajes con el uso adecuado de la tecnología y sus recursos humanos en función de las potencialidades de cada estado, municipio y localidad, desde lo urbano, hasta lo más profundo de nuestras comunidades indígenas.
Derechos humanos en el plano poscovid-19 en Venezuela
El impacto del covid-19 trascendió las instituciones educativas del país. No solo se trata de analizar el tiempo en que no hubo actividades presenciales, es que fue dentro y fuera de los hogares de docentes, estudiantes y sus padres o representantes, donde tal emergencia sanitaria encontró su espacio de instalación y alteraciones sociales, afectando desde la alimentación y salud como un conjunto de variables de vida, y además restringiendo los ingresos por actividades laborales de los trabajadores independientes, lo cual influía de manera directa en mayor o menor medida todas las comunidades del país, porque ninguna estaba excepta de la enfermedad, hechos que se veían confinados y vinculados con un severo racionamiento de servicios públicos como agua, electricidad y gas, con una nación que al abandonar la seguridad como política de Estado, permitió que los planteles e instituciones del Estado fueran desmantelados en sus estructuras removibles y mobiliarios, lo que complicó de manera directa el retorno a clases presenciales entre septiembre y octubre de 2021; y peor, tanto el año escolar 2021-2022, como el finalizado 2022-2023, no ha habido ninguna mejora significativa, y por el contrario, los conflictos sociales y magisteriales internos, aunado con el estancamiento económico, y la continua emigración han agravado la situación educativa.
Y entre la suspensión de actividades presenciales y su reanudación académica ¿cómo vivieron estudiantes y docentes los procesos de generación del conocimiento? ¿Qué ocurrió con aquellas familias de los integrantes de la comunidad educativa en investigación, si algunos de ellos eran afectados por el covid-19? ¿Realmente el Estado cumplió sus obligaciones o simplemente se limitó a una retórica oficial de “órdenes” que no tenían ninguna sustentación en la praxis de políticas públicas?
La Venezuela poscovid-19 sigue sin rumbo. Está en una completa descontextualización. Y lo que resulta peor, las deficitarias herramientas tecnológicas a distancia, en vez de ayudar a complementar el proceso educativo, sólo son una latente estructura que termina por perjudicar el proceso de lectura y escritura en niños y adolescentes porque no se emplean para el proceso formativo, sino que se han convertido en deformativas; mientras los problemas de alimentación, dotación pedagógica de planteles, infraestructura, y por supuesto, depauperación de los ingresos de las familias venezolanas, han hecho que esta etapa continúe hacia el precipicio de las complejidades sociales.
*Magister en Administración Educativa