Por María Margarita Galindo

Verdad cristiana y teológica contra verdad laica y científica, verdad saliente de la creencia y de la fe contra verdad procedente de la razón y la observación. El choque es rudo. Pues las verdades diversas, diferentes, y sucesivas muestran opiniones cambiantes, certidumbres pocas veces inmutables, sino ocasionales y relativas a las condiciones históricas. La verdad es singular y no universal, relativa y no absoluta, particular y no general, esta datada y no fuera de la historia y del tiempo. Es verdadero lo que una época enuncia como tal hasta que se prueba lo contrario. A veces, algunas verdades incontestables (en física, biología, química, historia: hechos, datos, fórmulas) no pasan por la discusión porque una experiencia sin cese, posible de repetir, testimonia su validez y las certifica en todos los lugares y todos los tiempos. Pero fuera de ese pequeño capital de verdades irrefutables, no existe más que cambio.

Michel Onfray – Antimanual de filosofía

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La educación latinoamericana como amplitud pedagógica del siglo XXI está en la episteme de grandes debates sobre cuáles tienen que ser sus próximos retos ante las décadas por venir.

Y es que mientras en Asia, Europa o Estados Unidos y Canadá la informática se consolida en las aulas de clase con aprendizajes virtuales que casi son una praxis real, en nuestro continente, tenemos que en Venezuela, todavía es la tiza y el borrador el principal componente que emplea un docente para impartir el conocimiento, en tiempos en que el teléfono inteligente se apodera de las comunicaciones más comunes, y son en muchos casos los niños y adolescentes, la llamada generación tecnológica, quienes mejor emplean semejantes instrumentos digitales.

Ante ello, desde lo más orientado en el sur entre Chile y Argentina hasta el septentrión de México estamos obligados a cambiar en lo educacional y pedagógico si queremos insertarnos como una región llena de posibilidades agrícolas, industriales, tecnológicas y de servicios, y no anclarnos en las nomenclaturas que simplemente cumplieron sus ciclos en la dimensión del conocimiento.

Cuando revisamos cómo nuestras comunidades indígenas, rurales y urbanas siguen recibiendo el proceso de enseñanza y aprendizaje en los diferentes niveles de nuestra educación latinoamericana, es decir, básica, secundaria y universitaria, son muy pocas las experiencias que están en plena y vigente sintonía del quehacer que nos ha impuesto el siglo XXI. O sea, no podemos pretender estar a la par de las naciones desarrolladas cuando sus generaciones en edad escolar y universitaria están generando y desarrollando variables asociadas con la génesis que confrontan sus economías y sistemas de producción, y nosotros, a duras penas, pretendemos llevar una educación que no solamente se encuentra desfasada en sus componentes curriculares y pedagógicos, sino que llega al extremo, y volviendo a citar a Venezuela, el salario promedio de los educadores apenas si llega a los 20 dólares mensuales.

Verbigracia, la recomposición pedagógica de nuestros países, no solamente está en plantear las exigencias que esperamos y deseamos tengan las nuevas generaciones en relación con el exigente mundo cambiante; porque requerimos un ser humano crítico, que pueda diferenciar entre las ciencias sociales, naturales y exactas, un pensamiento con cualidades lingüísticas, analíticas, reales y virtuales que vayan más allá del saber la (in)existencia de las cosas y seres vivos en sus concepciones geohistóricas, y por supuesto, determinadas por la evolución de lo que algunos están señalando como la inteligencia artificial. Allí está el centro de convertir nuestras tradicionales aulas de clases e institutos educativos, en modernos espacios del conocimiento y en sitios cuya apertura del conocimiento sea desde laboratorios tecnológicos y de praxis industrial en función de las competitividades de cada nación.

La educación latinoamericana tiene el insoslayable compromiso de acercarse hasta una contemporaneidad moderna, sin menoscabo de sus raíces culturales, pero atendiendo las necesidades propias de una realidad que está sujeta por las denominadas “redes sociales” donde también existen grandes peligros que incluso han alterado la axiología y los propósitos de identidad de vastas regiones en el continente.

En síntesis, nuevos currículos y componentes pedagógicos son una simbiosis indispensable para la concreción de una posmodernidad que en tiempos posteriores al covid-19 devino en la llamada educación a distancia o virtual, cambios en las conductas docentes y estudiantiles, pero que marcaron otra forma de pensar, otra forma de asumir el conocimiento, y, sobre todo, otra forma de emprender la educación en el futuro.

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