La pedagogía ha sido enclaustrada en el “pensar educativo”. El ámbito de la educación se ha adormecido por unos contenidos que han perdido su esencia para el aprendizaje. El oxigonio entre maestros, padres y niños se ha ido rompiendo como tierra que lentamente se desprende de su corteza. Ni siquiera aquel recreo de juegos y compartir sentados sobre los bancos de madera o cemento es el mismo. Atrás, muy atrás, ha quedado cuando los niños hacían sus pelotas rellenas con papel y forradas con tirro. El ver aquellas niñas saltando la cuerda, o tocando sus manos al compás de esa canción que formaban una melodía pedagógica.
Ahora la pedagogía marcha al ritmo de la tecnología. Una pedagogía que no es creada por el docente, sino que es orientada por el celular, iPhone (aifon) o el Android, las computadoras y hasta el Nintendo DS (Dual Screen). Mientras la educación se mantiene aferrada al currículo, la pedagogía se hace cada vez más pragmática. La primera se explaya en páginas inmensas de libros muy pesados. La segunda aparece con tocar un botón virtual sobre una pantalla. El docente asimila la educación en una tiza o marcador sobre una pizarra. Nuestros estudiantes abren infinitos mundos pedagógicos en áreas del conocimiento a través de la informática. La educación señala que debe “enseñarse” cultura indígena, pero los jóvenes influenciados por una comunicación virtual, hecha pedagogía, han tomado culturas exógenas para su hablar, escribir y vestir. La educación sigue ignorando los contenidos que dictan la televisión, la radio e internet, las cuales se convierten en la pedagogía que asimilan nuestros niños, niñas y adolescentes para el presente y futuro.
Abundan maestros y docentes. Escasean pedagogos. Las universidades forman profesores, licenciados y hasta “gerentes” educativos; pero están olvidando la formación de auténticos maestros. El aprendizaje pedagógico universitario se limita al estudio de unas pocas “materias”. La educación está dividida por grados, mientras la pedagogía debería estar unida por el pensar, la creatividad y la compresión. Se intenta desarrollar una educación gratuita en coexistencia con una autoformación pedagógica muy costosa.
El fin de nuestra educación se orienta en promover estudiantes para impedir su exclusión social. El fin de la pedagogía es impedir la exclusión del conocimiento. La educación construye niveles a partir de lo apolíneo. La pedagogía centra su espacio en lo dionisíaco del saber. Hay una contradicción muy profunda entre educación y pedagogía, entre pedagogía y educación. En ambos casos, escuelas, liceos y universidades pareciera que perdieron la relación y diferencia entre significados y significantes, entre oralidad y escritura, entre números y cantidades, entre figuras y geometría, entre espacio y tiempo, entre diacronía y sincronía, entre enseñanza y aprendizaje, entre el ser y el espíritu, entre el pensar y el pensamiento. Cerraron sus puertas al trivium y quadrivium. La etiología en la educación se convirtió inexistente para estudiar el (de)venir de la pedagogía.
Pasa un año, llega otro. No obstante, en la escuela el tiempo no pasa. Iguales contenidos y actividades que buscan un “aprender”. En los espacios de ese “aprender” continúa presente una corriente conductista cada vez más dominada por discursos, modas y estereotipos. El resultado es el mismo. Hemos terminado por consolidar un determinismo educativo que sigue condenando al resultado de una sociedad más irresponsable, más violenta, más intolerante, más inconsciente, menos ciudadana. La escuela se ha convertido en el ejercicio de una bigardía pedagógica. No terminamos por comprender que ésta no es sólo infraestructura. No es sólo el ejercicio profesional de un docente. No es sólo dotar a los estudiantes de computadoras. No es sólo realizar una actividad cultural, deportiva o ecológica. No es sólo recibir el apoyo o apoyar a una familia. La escuela debería convertirse en el espacio para el redimensionamiento del pensar y el pensamiento de una sociedad.
Los libros han sido enterrados en las bibliotecas convirtiendo el polvo de sus cubiertas en la degradación de nuestros pensamientos. Los museos se encuentran abandonados de seres que interpretan su historia. Las texturas del pensar como la poesía, la música y la pintura sólo tienen un fin de sincronía cultural. La escuela perdió su escritura para el romanticismo, el deleite de la naturaleza. Las melodías disiparon su letra para encauzar un mundo mejor. La magia de los colores y contrastes sumergieron su luz en simples exposiciones. Ni siquiera la tecnología con sus “avances” ha podido rescatar el interés por las palabras, aquellas qué desde la hermenéutica, la narrativa de la historia, la geografía, o la interpretación por las pinturas, esculturas, o el saber popular fueron protagonistas en el transcurrir de los espacios de la humanidad.
La escuela, en su educación, representa el fracaso que vivimos en nuestra realidad. Una realidad que en algunos casos intenta camuflarse en alocuciones, promesas o documentos, mientras, la historia en eterno presente multiplica las contradicciones sociales ¿Cómo podremos vencer el dogmatismo mental, la ineptitud y el conformismo que actúa y rodea el quehacer ciudadano, cuya conformidad derivada en pasividad y hasta mediocridad social es la principal protagonista? ¿Acaso la escuela, vista como el corazón de una ciudadanía, no debería emerger con sus arterias hacia el resto de una (des)organización social, llevando ésta el estoicismo y la eudaimonia?
Se habla de que hemos logrado la inclusión social en la educación. Casi todos los niños y niñas –sin obviar que Venezuela se ha convertido en el país con peores índices educativos en América Latina– asisten a las escuelas. Ya casi todos los adolescentes van a los liceos. Ya casi todos los jóvenes y adultos van a las universidades ¿Y si nuestra educación ha logrado tal avance y abandonado la lógica capitalista y ha afrontado una realidad tecnológica, por qué aún continuamos con una estructura del pensar aferrada con la descomposición ciudadana? ¿Por qué aún los intereses de quienes educan y educamos se orientan contrarios a los que hemos llamado valores? ¿Por qué debemos afrontar sendas campañas contra el consumo desmedido de drogas, alcohol o cigarrillos? ¿Por qué las personas se cohíben en denunciar a quienes violan leyes y normas? ¿Por qué tal inclusión es sinónimo de estadística y no de pensamiento crítico? La inclusión social es fundamental, pero ello no implica transformación de un nuevo pensamiento. Inclusión social no implica transformación de la sociedad en su pensar.
Aún retumban las palabras del pensamiento aristotélico cuando a nuestra memoria vienen prosas, versos u oraciones que desnudan los sentimientos más profundos por descubrir en el alma la existencia y significado de la vida a través de un verbo, una negación, una afirmación o simplemente cualquier enunciación. Aristóteles llamaba afecciones del alma a esas manifestaciones intrínsecas del ser humano en las cuales, más que las palabras, era necesario encontrar el hermeneúein (hoy hermenéutica) que confrontaba las corrientes de pensamiento y su posterior asertividad como formas de equipolencia para construir el conocimiento, sobre el cual Adorno (1984) nos refiere que ninguna forma de pensamiento puede ser descartada, ni siquiera aquellas ignoradas; y las olvidadas deben ser nuevamente estudiadas y, tal vez revitalizadas.
Cuando Piaget (1981) a comienzos del siglo XX presentó su teoría relacionada con los sistemas de aprendizaje en el proceso de evolución cognitiva de los niños y adolescentes; es decir, del ser, debió haber tenido claro que tal división de los estadios mentales, a partir de los estudios de casos sobre sus hijos, no representaban más que una parte de aquella población infantil que crecía sin deficiencia en términos de asistencia en sus necesidades afectivas, sociales, económicas, recreativas y culturales; todo ello en un mundo en permanente evolución, pero también (des)asociado con los conflictos sobre todo en el orden político que para ese entonces marcaban, fundamentalmente, la historia de Europa.
La contemporaneidad se mueve a pasos agigantados en el plano de la tecnología y las telecomunicaciones, trayendo consigo interesantes debates en la educación, sus procesos de enseñanza y aprendizaje, así como la interrelación y (des)vinculación de éstas en el área pedagógica.
Es curioso, pero cuando se indaga sobre las biografías de importantes investigadores y filósofos del siglo XIX y XX, por ejemplo, Freud y Heidegger encontramos que en sus primeras exposiciones tenían espacios prácticamente vacíos, los cuales perduraron mucho tiempo en esas condiciones, hasta que sobre la base del esfuerzo y el prestigio de sus trabajos pudieron convertirlos en apariciones multitudinarias. Hoy el aspecto mediático, hace de cualquier desconocido, el más conocido de los seres, bajo la influencia de un hecho, es decir, para un ser, cuya oùoia pudiera asociarse con la más completa ignominia, pueden bastar segundos para ser el más conocido del planeta, y ejercer tal influencia sobre el resto de los absolutos de una manera sin precedentes en su estructura del pensar y sus pensamientos.
Asimismo, cuando observamos que un niño o niña de unos tres años, perteneciente al período llamado “preoperatorio”, según Piaget, maneje con absoluta destreza un equipo electrónico del cual un adulto ni siquiera tiene remota idea de su funcionamiento, entramos en las siguientes interpelaciones: ¿Es ese niño o niña más inteligente o tiene mayor poder de razonamiento que ese adulto? ¿El hecho de que el niño o niña opere con mucha habilidad el equipo informático, es un signo de comprensión sobre lo que hace o realiza en función de su desarrollo cognitivo?
¿Será que la tecnología por estar (des)vinculada de aspectos sociológicos entre las generaciones actuales y aquellas cuyas edades, hoy superan los 40 años, son éstos últimos quienes tienes más dificultades para comprender la realidad tridimensional? En todo caso, y concretamente con más fuerza del caso de los niños debemos explicar que este hecho se fortalece en la acción de la verdad que Heidegger planteó en su Dasein. Así, tal verdad no es más que aquella lógica griega relacionada con veritas est adaequation rei et intellectus; verbigracia, en este caso, sincronización de lo material al intelecto, o de lo material al conocimiento. Tal realidad basada en un marcado pragmatismo, para comprobarla sólo necesitamos mirar alrededor de los niños y niñas que son “educados”, sobre todo en aquellas escuelas ubicadas en nuestros contextos “urbanos”, especialmente, si son cursantes de aquellas instituciones no oficiales, es decir, privadas.
¿Adónde ha ido a parar el texto poético en nuestras escuelas, liceos y universidades? ¿Es la poesía parte de los mensajes de textos que tanto emplean los adolescentes y jóvenes como forma esencial de su comunicación, o esta es vista como parte de un aburrido escrito, incongruente en sus palabras? La contextualización del pensar y sus pensamientos no dependen necesariamente de los avances o “descubrimientos científicos” valorados solamente en el ámbito de los propios “impulsos” y la “intelectualidad” que erige tales “verdades”. La sincronía y diacronía del pensar y del pensamiento en sus formas de vida en los ámbitos educativos y pedagógicos pareciera que han encontrado un techo que ninguna teoría ha podido desmontar para la evolución intrínseca del ser.
Al contrario, pudiéramos afirmar que la educación (salvo excepciones) se encuentra atrapada entre sus complejidades y adversidades, lo cual dificulta el desarrollo del pensamiento regenerador, es decir, mientras la escuela, los liceos, las universidades no encuentran el camino de aprehensión y comprensión sobre los procesos de aprendizaje en sus diferentes etapas transcurridas y por transcurrir, fortalecerán el pensar y los pensamientos restrictivos y anarquistas.
La educación se ha subvertido en la conducta de Polifemo. Debe volver hacia la pedagogía de Pestalozzi y Simón Rodríguez para reencontrar cual Prometeo, las 12 trascendencias kantianas. Retornar a Zaratustra y volver al Dasein de Heidegger. La educación hace metástasis sin estética pedagógica. Se convirtió en nihilista al ignorar la heurística del pensamiento pedagógico. No puede existir educación pedagógica sin dialéctica entre pedagogía y educación.
Por ello, los vitrales aún siguen rotos entre educación y pedagogía. Es decir, si la escuela permitiera un aprendizaje basado en el ser y para el ser con educación y pedagogía, y la pedagogía junto con la educación fuera el alma del aprendizaje desde el ámbito regenerador del pensar y del pensamiento del ser (aunque también debemos tener claro que esta visión iría en contraposición a algunas tesis orientales) para transformar una ciudadanía; tal vez, en esa utopía de Moro, no habría asesinatos, ni tendríamos delincuentes en las sociedades latinoamericanas y de otras latitudes que robaran la propia escuela, casas, carros, bancos, comercios y hasta espacios de interés público.
No existiría podredumbre, ni corrupción en las instituciones del Estado o empresas privadas. No habría conductores violando las normas de tránsito terrestre. No tendríamos maestros(as) y profesores(as) vinculados(as) en su “saber”, sino dispuestos(as) a la creatividad, al conocimiento a través de la lectura permanente, a la discusión y comprensión en la búsqueda del sentido de la realidad, incluyendo la virtual, hacia la permanente (auto)interpelación sobre ese ejercicio docente. Siempre estaríamos en un camino de elevados niveles éticos, morales y de autoexigencia social y colectiva. La educación hace marchar a la sociedad hacia un rumbo cada vez más acentuado por la incertidumbre y la ignorancia. Para lograr una nueva ciudadanía es necesario encontrar el camino del repensar y la utopía educativa.
Resulta ineludible profundizar el estudio de los absolutos desde una concepción histórica que intente aproximarnos hacia la realidad del presente, hacia una concepción del pensar que equilibre esas diferentes formas del pensar para ir hasta la comprensión poli-axiológica en sus diversidades culturales y religiosas desde una misma vertiente biológica que también nos (de)construya sus impactos (meta)físicos y sociales en sus diferentes etapas como ser. Por ahora, el camino de la educación en América Latina está equivocado, confuso, divagante y fracasado, ante un pensar estático y atrasado.
@vivassantanaj_