Acaba de concluir el primer debate presidencial de Estados Unidos entre Joe Biden y Donald Trump. La porfía pública ha estado marcada por un ataque frontal de este ante los lapsus del actual mandatario. Tras los titubeos iniciales, Biden, ha intentado una remontada en la recta final. Trump dominó el cuerpo a cuerpo en el ring arremetiendo con toda su artillería., La agenda migratoria, las guerras en Ucrania y en Gaza. La gran omisión en la agenda, en los temas frontales es Latinoamérica solo mencionada marginalmente por el tema migratorio, la criminalidad asociada y sus impactos en la destrucción de la seguridad social del sueño americano. Fue un debate hacia adentro. Esperamos que los otros vean hacia afuera.
El torneo electoral en Estados Unidos no se proyecta muy estable en el ejercicio de la administración que se iniciará el 20 de enero de 2025. El futuro en la seguridad global dependerá de un senil y desorientado Joe Biden (82) o de un hiperquinético y mercurial Donald Trump (78), con lo que eso significa en materia de decisiones. Al otro lado del ring estará la inexpresividad y el enigma de un hombre de aparato e inescrupuloso como Vladimir Putin (72) y un inaccesible y misterioso burócrata del Partido Comunista chino como Xi Jinping (71), cuyas enfermedades no se conocen con precisión como si están detalladas sus edades. Estos últimos con planes políticos y estratégicos bien claros para desplazar del poder unipolar a Estados Unidos en cualquier desvarío propio de la edad de su presidente. En cualquiera de los casos el futuro ocupante del salón oval en Washington tendrá de primero entre sus temas frenar el avance chino en toda la Eurasia y su penetración en toda Latinoamérica y controlar la violencia creciente en el Medio Oriente. Reducir el impacto de la guerra Rusia-Ucrania y adecuar la OTAN dentro de su nuevo concepto estratégico a las realidades europeas. Ya sobre eso Donald adelantó opinión y levantó otras en algunos jefes de Estado de la Unión Europea. Mención adicional del grave problema de la migración que impacta en toda la sociedad norteamericana, afectando severamente el sueño americano y su economía. En ese esquema de prioridades nacionales y globales pretender que el caso Venezuela se ubique a la cabeza de los otros temas de la agenda de la Casa Blanca es ingenuo y corto en la valoración. Algo así como pretencioso a pesar de la importancia que tiene la subregión en cualquier apreciación geoestratégica. El régimen de Nicolás Maduro y su revolución bolivariana seguirá teniendo para Washington el valor de sólo una ofensiva retórica y declarativa sin pasarse de la raya, y no como se pretende desde un sector político criollo que cualquier Juan González como enviado norteamericano que sepa coser y que sepa bordar, y le ponga la mesa en su santo lugar a Nicolás Maduro y a la revolución bolivariana y solucione de una vez el problema político que deben solucionarlo los mismos venezolanos el 28J. Los burócratas del departamento de estado solo harán de la exteriorización de las preocupaciónes y de las amenazas con intensificar las sanciones existentes un ritual que servirá cada cierto tiempo para alborotar en las redes sociales y en la generación de contenidos a medios, a analistas y a influencers y para mercadear públicamente que se está haciendo algo. Hasta allí. Ese ha sido a la hora y fecha, el desempeño demagógico norteamericano hacia el régimen desde que es régimen, desde los tiempos de Bill Clinton. ¿Que hay de nuevo para que esa actitud cambie? Nada. O una inquietud más puntual. Frente a una administración que puede estar de salida y ha dado bandazos frente a los rojos rojitos y; otra que en su momento fracasó con la dirigencia del gobierno interino de ese entonces ¿Porqué debemos estar optimistas de que la solución venezolana está en el norte? Eso es muy naïf. En cualquier caso, no hay elementos de contundencia a la mano para señalar que la política de Estados Unidos hacia Venezuela vaya a cambiar en un corto plazo como para alimentar las esperanzas del cambio político inmediato, o más allá de eso. De una esperanza con posibilidades de realidad. Con Biden o con Trump en la Casa Blanca los tiempos de una gerontocracia en las decisiones en la primera potencia del mundo van a caracterizar el rumbo global de la política desde Washington. Ambas opciones en materia de edad tienen un palmarés. Biden es el primero de mayor edad en ocupar funciones (78) y Trump en su tiempo con 70 años abrió la época de los ancianos en la Casa Blanca. Allí, la edad si importa.
En cualquier caso, los resultados electorales de Estados Unidos casi coincidirán cronológicamente con los de Venezuela. Entre el 28 de julio y el 5 de noviembre median apenas 100 días. Coincidencialmente se pueden apelar como los napoleónicos qué transcurrieron desde el regreso del emperador a Paris desde su exilio en la isla de Elba con 46 años y 26 de campañas militares, su derrota en Waterloo y la restauración del rey Luis XVIII. ¡El ejército me obedecerá! Era el convencimiento de Napoleón dispuesto a seguir luchando para recuperar el poder y el mariscal Ney le ripostó ¡El ejército obedecerá a sus generales! Entonces ¿Quién regresará en campaña por la recuperación del poder? ¿Quién tendrá su propio Waterloo ? ¿Quién será restaurado en el trono? Son preguntas surgidas desde el debate presidencial para ser respondidas tanto en Estados Unidos como en Venezuela en los cien días de transición que surgirán con los resultados de ambas elecciones y donde hay suficiente tela para cortar en los análisis que surgirán inevitablemente desde la óptica de ambos resultados electorales.
La memoria, el tiempo y la edad corren a veces a contravía de la historia. No importa dónde. Vamos a esperar en la agenda de los siguientes debates presidenciales en Estados Unidos, que el tema de Latinoamérica ocupe un lugar. Solo eso, un lugar.