Me gusta bromear con mi señora anunciándole que me quedaré viudo y me casaré con una mujer muy joven. Ella replica con dos observaciones. Una: «Eres un idiota». Dos: «Ninguna otra mujer te aguantará». Admitiendo que ambas son sumamente razonables, la antigua cuestión sigue revistiendo interés: ¿hay edad para el amor?
Según me apunta la inteligencia artificial, aunque sabido es que se equivoca mucho, el escritor francés decimonónico Léon Paul Blouet, con el seudónimo de Max O’Rell, fue el inventor de la regla más famosa sobre la edad ideal de las parejas románticas de los hombres: la mitad de la nuestra más siete. Vamos, que si enviudo podría casarme felizmente con una prodigiosa mujer de cuarenta y cuatro años y medio.
Aparte de la obviedad matemática de que las posibilidades de emparejarme con una joven estupenda disminuyen a medida que me hago (aún) más carcamal, The Economist consultó hace poco a Christian Rudder, cofundador del sitio de citas OKCupid, y comprobó algo que es políticamente incorrecto, pero que me atrevo a afirmar porque soy muy valiente: resulta que las mujeres y los hombres, pásmese usted, señora, no somos iguales: «Mientras que las mujeres buscan hombres de su misma edad (o quizá uno o dos años mayores), los hombres prefieren las veinteañeras, independientemente de la edad que ellos tengan. Mientras que las mujeres prefieren una brecha pequeña y constante, los hombres están tan enganchados con la idea de una joven compañera núbil que apuestan por una brecha mayor cuanto más envejecen ellos».
La evidencia empírica no es concluyente acerca de lo que nos parece a primera vista evidente, a saber, que es mejor que no haya mucha divergencia de edad en las parejas. No parece haber impacto económico en la diferencia de años, ni tampoco diferencias en las probabilidades de divorciarse. Parece, eso sí, que los hombres con parejas más jóvenes viven más que los demás, pero correlación no significa causalidad: «puede que los hombres saludables sean capaces a la vez de atraer parejas jóvenes y vivir más años; misteriosamente, sin embargo, esto no se aplica a las mujeres: cuanto mayor es su brecha de edad, menor su probabilidad de supervivencia».
The Economist concluye sabiamente que las mujeres y los hombres tomamos nuestras propias decisiones, y somos libres de ignorar reglas tontas.
Artículo publicado en el diario La Razón de España