De todas las ciencias, la economía es sin duda la menos difundida entre el gran público. Todo el mundo tiene nociones de historia o geografía y conoce alguna lengua extranjera. Pero para la mayoría, la economía es un misterio, a pesar de ser una auténtica ciencia. Esta ignorancia deja un amplio margen a la imaginación cada vez que los periodistas o los políticos sacan a colación los temas económicos. La ciencia ficción prevalece a menudo sobre la ciencia verificable. Este vacío intelectual anima al hombre de la calle y al político a entregarse a todo tipo de fantasías. Las mentiras, o al menos a las verdades aproximadas, tienen vía libre. Estos abusos derivados de la ignorancia económica se dan en todos los partidos, aunque es verdad que más en la izquierda que en la derecha, puesto que la izquierda tiene mucha más imaginación y la derecha tiende a atenerse al principio de realidad. Citaría como prueba de la economía como ciencia ficción las recientes declaraciones de Biden, presidente de EE.UU., en las que explicaba que su política económica ha culminado con éxito ya que la inflación está más o menos bajo control en su país. Y la campaña de Trump se basa en gran medida en el hecho no verificado de que cuando él era presidente la economía estaba en mucha mejor forma que ahora. Su rival, Kamala Harris, también promete el oro y el moro a sus futuros votantes, precios más bajos para los productos de primera necesidad, un poder que ella no tendría en una economía liberal. El Gobierno español presume de una tasa de crecimiento que en Europa es especialmente satisfactoria. ¿Tiene Sánchez algo que ver con ello? No, de la misma manera que Biden no ha controlado la inflación –un éxito de la Reserva Federal–, o que la economía con Trump no estaba en mejor forma gracias a él ni se verá influida por la posible elección de Harris.
¿Qué hace que la economía funcione? No son los políticos, sino los empresarios. Los empresarios crean riqueza, mientras que el Estado la redistribuye; a cada uno lo que le corresponde. ¿Qué puede hacer la política? Velar por que no se menoscabe la iniciativa privada proporcionando un marco jurídico, fiscal y judicial estable y previsible. Sabemos que en todos los países pobres la debilidad del Estado, su corrupción y la ausencia de un sistema de derecho son la causa principal de la pobreza y de la ausencia de empresas. En estos casos y en todas las circunstancias, el pilar fundamental del crecimiento es el dinero. Esto lo explicó y demostró hace casi un siglo el economista Von Hayek y lo reiteró en la década de 1950 su discípulo de Chicago, Milton Friedman. Si la moneda es estable y predecible, los empresarios pueden hacer negocios, los banqueros pueden prestar dinero y los inversores pueden invertir. Si la moneda es imprevisible, como ocurre en Argentina, la especulación prevalecerá sobre la inversión y el crecimiento será nulo o negativo.
¿Cómo podemos garantizar la estabilidad y previsibilidad de una moneda? También en este caso podemos remitirnos a Hayek y Friedman. Todo depende de quién emita la moneda y según qué reglas, conocidas de antemano. Si el banco central depende del gobierno y fabrica dinero para cubrir los déficits públicos, ese dinero ya no es dinero sino papel. Por tanto, la independencia del banco central es la clave de la estabilidad monetaria, el baluarte frente a la inflación y la garantía de la inversión. Si Estados Unidos se ha convertido en una gran potencia económica es por la libertad de empresa que reina allí, pero también porque el dólar siempre se ha gestionado no para satisfacer ambiciones políticas, sino para garantizar un futuro previsible. Por tanto, la independencia de la Reserva Federal que fabrica el dólar es esencial para la prosperidad estadounidense; una lección en la que el mundo se ha ido inspirando poco a poco, sobre todo en la UE con la creación del euro, gestionado con total independencia por el Banco Central Europeo (BCE). No nos atrevemos a imaginar cómo sería Europa sin el euro y sin este banco: no sería posible la unidad entre gobiernos que obedecen a motivaciones políticas contradictorias. Los países del sur de Europa, tradicionalmente propensos a un gasto público excesivo y a la inflación, no habrían podido desarrollarse al ritmo tan satisfactorio que han alcanzado desde el euro. La moneda única, que en un principio se cuestionó, ahora es más o menos aceptada por todos los gobiernos. Y la opinión pública comprende que el euro es una garantía de poder adquisitivo y de crecimiento.
Por desgracia, los retrocesos son siempre posibles. Resulta preocupante que, en Estados Unidos, con motivo de la campaña electoral, Trump insinúe que, si vuelve a la Casa Blanca, presionará a la Reserva Federal para que baje los tipos de interés y debilite el valor internacional del dólar. Esto sería una garantía segura del regreso de la inflación, de la desinversión de los empresarios y del desorden mundial. El mero hecho de que pueda hacerse una afirmación tan absurda demuestra que, incluso en Estados Unidos, la ciencia económica brilla por su ausencia entre la opinión pública.
Por eso resulta difícil entender por qué la economía no se enseña a los niños de la misma manera que la historia, la geografía o las matemáticas. Sería al menos igual de útil para convertirlos en ciudadanos ilustrados y evitar que los políticos en campaña vendan sandeces. Podemos citar una excepción a esta ignorancia generalizada: Alemania. Como los alemanes han aprendido los daños que causa la inflación, son la única nación apegada a la moneda, a su estabilidad y a la independencia del banco central. El euro se lo debemos a Alemania. Incluso hemos olvidado las protestas nacionalistas de aquella época de quienes, fuera de Alemania, no querían el marco alemán. Desde entonces, el euro se ha convertido en nuestro ‘Deutschemark’ colectivo. Reconozco de buen grado que, para un político, defender el euro y el BCE no es el camino más seguro para salir elegido. Razón de más para modificar los programas educativos y elevar el nivel de conocimientos económicos en todos nuestros países. Todo lo demás es palabrería.
Artículo publicado en el diario ABC de España