La guerra en la era moderna (del siglo XVI en adelante) no puede ser separada de la economía. Ya lo dijo Napoleón con su famosa frase: “Los ejércitos marchan sobre sus estómagos”. Lo que significa en manera amplia y detallada, siguiendo a Paul Kennedy en su obra ya clásica Auge y caída de las grandes potencias (1986): “Una vez aumentada la capacidad productiva de los países, estos pueden pagar armamentos (junto con su tecnología) a gran escala en tiempos de paz y mantener y abastecer mayores ejércitos en tiempos de guerra”. Estas ventajas les permiten imponerse como potencias.
Las potencias desde la Revolución Industrial son las que pueden masificar la producción de armas junto al crecimiento del poder de fuego. Poder de fuego que gracias a la tecnología militar se multiplicó de manera exponencial con el nacimiento de la ametralladora, la artillería de retrocarga y de retroceso controlado, el bombardero y el tanque (desde finales del siglo XIX a principios del XX). Dicho cambio obligó a las naciones a reclutar millones de soldados. La guerra se convirtió en una verdadera “máquina de moler carne” y pasó de un enfrentamiento exclusivamente entre ejércitos a una lucha entre pueblos. La consecuencia inevitable fue que en la Segunda Guerra Mundial las víctimas civiles fueron mayores que las militares.
La Primera Guerra Mundial fue la primera guerra industrializada. Desde ese entonces la victoria dependería de la combinación de población, recursos y tecnología que alimentan la industria de guerra. Es por ello que las potencias Aliadas vencieron en 1918 y ahora en la Segunda Guerra Mundial, Alemania y el Japón que están en desventaja frente al resto de las potencias en dicha combinación, apostaron a un golpe rápido y destructivo. Golpe que les permitiría anular la capacidad de sus enemigos y capturar los recursos, industrias y trabajadores que le dieran la ventaja. ¿Podrían lograrlo? En el año de 1941 (que estamos analizando siguiendo el 80 aniversario) estaba por verse.
A inicio de la Segunda Guerra Mundial (1939-1940), siguiendo las cifras que ofrecen los historiadores estadounidenses: Williamson Murray y Allan R. Millett en el “capítulo 19. Pueblos en guerra (1937-45)” (del cual usamos sus datos en este artículo) de su obra: La guerra que había que ganar (2000), demuestran que la ventaja de los enemigos potenciales o no del Eje era abrumadora. Para ellos los recursos que serían decisivos eran cinco: 1) materias primas para fabricar municiones, 2) alimentos suficientes para militares y civiles, 3) infraestructura fabril y de transporte capaz de incrementar su productividad al ampliarse y reorganizarse, 4) población activa para incorporarse a la industria, 5) voluntad política para imponer sacrificios a los civiles incluso a niveles intolerables.
La primera materia prima era el petróleo que permitía mover aviones, tanques, barcos y camiones a través de la gasolina; producir plásticos, caucho sintético y otros. Una referencia anterior a este aspecto y con relación a Venezuela está en nuestra serie de diez capítulos de hace exactamente un año en esta misma columna sobre la Batalla de Inglaterra (julio-octubre, 1940). Estados Unidos (aliado del Reino Unido) producía 2/3 del petróleo mundial, 10 % la Unión Soviética (URSS) y el resto de la producción estaba en manos de amigos o colonias de los Aliados: México, Canadá, Venezuela, Irak, Irán y Arabia Saudita. Alemania y el Japón tomarían algunos yacimientos en Rumania, regiones en la URSS e Indonesia; pero a la larga serían incapaces de satisfacer sus demandas militares. Con el carbón (que alimentaban los ferrocarriles y especialmente los hornos que producían el acero) no tenía problema el Eje al poseer recursos abundantes, pero igualmente sus enemigos tenían más. En lo referente a los 21 metales (o minerales) esenciales de la industria solo poseían 4, aunque obtuvieron 6 más al invadir Rusia. Estados Unidos e Inglaterra poseían todos ellos en sus territorios y en los de sus aliados de Iberoamérica y colonias en general.
En el punto 2 relativo a los alimentos, una vez más Estados Unidos alimentaba a todos sus Aliados salvo China. Era no solo el “arsenal de la democracia” (como veremos la semana que viene) sino también su granero. Y todo esto gracias a las experiencias que padecieron con el Crack del 29 que llevó a una recuperación con políticas preventivas para evitar un nuevo período de carencias alimenticias. Desde antes de su incorporación a la guerra formalmente (7 de septiembre de 1941) comenzaron su expansión agrícola. Una vez iniciada sus políticas de racionamiento facilitaron que todo soldado estadounidense tuviera comida en abundancia (4.000 calorías diarias, que es una cifra sorprendente). El Eje, al contrario, se dedicó a matar de hambre a sus pueblos ocupados extrayendo todos sus recursos alimenticios, por lo que en el caso de Alemania aunque existía el racionamiento no se pasó hambre en el período que analizamos (1939-41). Solo les dejaban una parte de alimentos a las naciones vencidas para que pudieran mantenerse como mano de obra esclava de la industria del Tercer Reich y un colaboracionismo aceptable.
La semana que viene nos dedicaremos al resto de los puntos establecidos por Williamson Murray y Allan R. Millett, que tratan sobre la capacidad industrial y la movilización de la población para incrementar la productividad del período 1939 a 1941. Comparando el desempeño de los Aliados y el Eje; en especial las políticas llevadas a cabo por Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Soviética para superar la producción de sus enemigos desde los primeros años de la guerra.
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