La economía de la codicia, del crecimiento y del hiperconsumo tiene consecuencias que ya pareciera que la especie humana no puede controlar. El cambio tendría que ser muy profundo y extenso para que se puedan revertir las tendencias al creciente deterioro y tiene que tener carácter fundamentalmente espiritual.
Hay posiciones optimistas que confían en el talento humano, en la ciencia y en la tecnología, pero uno entra en dudas cuando ya ve cómo la recién salida Inteligencia Artificial se usa masivamente para la guerra, el tráfico de drogas, la pornografía infantil, la creación de armas más letales, aunque también se use para alternativas nobles como la salud y la educación.
La razón de ser de la economía es la producción de bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades humanas, remunerando de manera adecuada a los factores que intervienen en ese proceso productivo, que son muchos, pero que se resumen tradicionalmente en “tierra, trabajo y capital”.
La tierra representa los recursos de la naturaleza que se utilizan, sean tierra, agua, aire, minerales, vegetales, animales, energía, ambiente natural y otros insumos. El trabajo es el esfuerzo que una persona humana hace para producir esos bienes y servicios e incluye su talento, formación, su creatividad, su energía y todo lo que hace el factor humano. El capital representa el dinero invertido en infraestructura, maquinaria, tecnología, insumos y demás inversiones.
Lo lógico es que cada uno de esos factores reciba una retribución por su participación en la producción de esos bienes y servicios que satisfacen necesidades humanas. El problema empieza a ser complejo cuando uno de esos factores comienza a ser privilegiado frente a otros. Por ejemplo, la remuneración a los llamados bienes comunes, es decir que son de libre aprovechamiento como muchas tierras, el agua, el aire y la mayoría de los factores que vienen de la naturaleza. ¿Quién paga por su uso?, ¿o por su abuso?, ¿por su agotamiento?, ¿por su contaminación?
Otro tema que ha dado mucho que especular es la remuneración al trabajo, sobre todo cuando se separa al trabajo de lo que comúnmente se llama “mano de obra”, donde predomina el esfuerzo físico, con del trabajo “intelectual” donde predomina el esfuerzo mental, y toda la teoría de quien agrega más o menos valor al bien o al servicio producido.
El otro es la remuneración al tercer factor, el capital, es decir la remuneración a la inversión financiera y a todo lo que ello implica. Tan complejo es esto que para hacer más suave la realidad, se le ha dividido en otras categorías como si fueran sustantivamente distintas, y se le llama “capital gerencial o empresarial”, “conocimiento”, tecnología y otras monsergas, con el fin de considerar su remuneración como a otros factores de producción.
Lo cierto es que los tres factores de producción clásicos nunca han sido considerados equivalentes, como si la ausencia de uno de no significara la inexistencia del proceso productivo. La peor remuneración ha sido sin lugar a dudas a “la tierra”, sobre todo a los ecosistemas terrestres y acuáticos, el aire, los bosques, la fauna y todo lo que la “madre tierra” aporta. Aquí podrían agregarse el paisaje, la biodiversidad y otros elementos naturales.
Muchas veces no ha importado nada la desaparición de especies vegetales o animales, la destrucción de tierras y aguas incluso la agresión a comunidad humanas, por el afán de lucro que anima a la economía, pues en la evolución de la ciencia económica, o, mejor dicho, de la teoría gerencial, se ha llegado a sostener que el verdadero objetivo de una empresa es generar ganancias para sus accionistas o socios, no la producción de bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades humanas.
Y aquí hay otro pequeño detalle: ¿Cuáles son las necesidades humanas? ¿Son limitadas o ilimitadas? Los mayores monopolios de la llamada industria de la alimentación “satisface” necesidades humanas produciendo gaseosas, chucherías y “alimentos ultraprocesados” que no las satisfacen y en cambio son dañinos para la salud y de paso son grandes contaminadores del planeta.
Las consecuencias de estas orientaciones de la codicia y el lucro como razón de ser de la economía son gigantescas y prenden las alarmas, lo que está provocando reacciones que apunta a una economía más respetuosa de la persona humana y de los sistemas naturales. Se muestran por doquier experiencias exitosas que van por los caminos de la sostenibilidad.
A lo mejor la propia Inteligencia Artificial abra caminos alternativos para que la humanidad entre en razón y seamos más inteligentes que lo que hemos sido. Más inteligente y menos estúpida.