En la economía venezolana, dos fuerzas se conjugan en medio de los tiempos que vivimos. Por una parte, el efecto devastador del socialismo, el cual pulveriza todo a su paso y no deja títere con cabeza en todos los ámbitos de la vida humana. Por el otro lado, la pandemia derivada del coronavirus que, en el caso venezolano, luego de dos meses de cuarentena –sí, cuarentena a secas, sin adjetivos calificativos– amenaza con agravarse y con generar un problema de salud pública mucho más complejo del que ya enfrentaba la nación suramericana.
En el medio de esta dinámica la disyuntiva se hace plausible. A medida que cobra vigor la cuarentena, las fuerzas productivas del país se vienen a pique. Son pocos los que pueden generar riqueza encerrados en sus casas y la necesidad de buscar el pan diario ha impulsado a miles de personas -que no millones- a salir de sus casas, violar las reglas de la cuarentena, e intentar proseguir con sus actividades diarias en búsqueda del subsistir.
La gran complejidad que se deriva de todo ello estriba en el hecho de que a medida que no se acata la cuarentena los riesgos de contagio son mayores, por lo que la pandemia potencia su riesgo de contagio a toda la población. Por si fuera poco, y esto es algo que no debe dejarse a un lado, la ausencia de actividad económica, la falta de capacidad productiva, puede ser tan o más letal que la propia pandemia. Si bien hasta ahora el coronavirus ha demostrado tener una alta tasa de mortalidad, la propia ausencia de productividad, de la percepción de ingresos puede desencadenar una mortandad y un estado de penuria incluso mayor al que proviene de la enfermedad.
Intuitivamente, no poca parte de la población comprende esta consigna sobre la importancia de reactivar la economía, y a la hora de echar los dados pues prefiere tomar el riesgo de la enfermedad que la certeza de una muerte por inanición para sí y los suyos. En el caso venezolano, además, son otros los factores que se suman. No es solo la ya explicada disyuntiva entre la pandemia versus actividad económica como dos caras de la moneda de la subsistencia, sino que se debe agregar la variable del colapso socialista al tablero de juego.
Porque, en efecto, pandemia y actividad económica son elementos comunes que se entrelazan en la mayoría de los países, pero solo un puñado tiene el infortunio de conjugar estos dos elementos que son los males del socialismo, y tal vez hoy ningún otro planeta lo pueda hacer con la gravedad y fragilidad con que lo hace Venezuela. Desgraciadamente, el país en los meses que lleva de cuarentena no ha hecho sino potenciar el colapso que se venía dando en todos los ámbitos de la vida nacional. La mezcla de controles, ausencia de los servicios, ahora también no solo racionamiento sino ausencia prácticamente total de combustible ha hecho que la tragedia venezolana traiga consigo dimensiones que, sencillamente, no permiten su medición. De allí que sea imperativo resaltar que buena parte de la tragedia que vive Venezuela hoy no pueda ser endilgada a la pandemia y a la cuarentena, sino a los efectos del socialismo que son catalizados por las dos primeras.
En este contexto, sería infantil intentar dividir la economía en compartimientos a los fines de aspirar a su cabal comprensión y eventual reapertura de cara a la cuarentena, del mismo modo que es desacertado separar los casos de coronavirus entre “locales” e “importados”, como si estos no estuvieran ya en el territorio nacional y el hecho de que vinieran de otra parte minimiza la responsabilidad o el margen de maniobra del Estado en cuanto su atención y fragilidad institucional para hacerle frente.
La cadena de valor de la economía se interconecta en todos sus espacios, por lo que flexibilizar la economía por un lado y mantenerla cerrada por otro termina por generar destrucción de valor para la sociedad de un modo u otro. Sin combustible no hay transporte. No llegan las materias primas, la mercancía, los bienes y servicios. El productor no produce si no tiene manera de vender. El comprador no puede adquirir bienes y servicios si no tiene ingresos, y no hay manera de separar todo el proceso porque la fuente de un sector primario se entrelaza con un secundario y el comprador de un servicio puede obtener su ingreso de la venta de una cosecha, por dar un ejemplo.
En los días venideros, las circunstancias se harán más complejas. Porque nada indica que la coalición de poder vaya a tomar medidas tendientes a la humanidad y el sentido común, sino que seguirá en su consabida agenda de manutención del poder por todos los medios que sean necesarios a desmedro de la población. Reducidos los ingresos, además, las agendas de solapan, los intereses cambian y cualquier beneficio para los ciudadanos será puesto en último lugar en la cadena de prioridades. Lo importante siempre será complacer y satisfacer lealtades en un contexto en el que comprarlas se hace cada vez más difícil, a medida que los recursos merman y la servidumbre aumenta. De allí que no debe olvidarse que la economía debe verse como un todo.
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