OPINIÓN

La divina madeja en el corbatín

por Antonio Guevara Antonio Guevara

El arte de la guerra se basa en el engaño (Sun Tzu)

Desde esta tribuna se escribe prioritariamente como si se estuviera en el campo de batalla. Literalmente es así. Y no porque desde el teclado haya una influencia castrense unilateral que motive, un espíritu de campamento que inspire o un ánimo de vivac que se mantenga en la vanguardia de las ideas para teclear. No. Mientras tamborileamos en las letras del procesador de textos el foco está en el tema sin dejar en el tintero el origen, pero no se olvida tampoco el contexto político, económico, social e internacional de lo que se vive en Venezuela desde hace 24 años. Es un entorno contaminado de todo lo relacionado con el medio belicoso. Desde el año 1998 con la llegada de la revolución bolivariana al poder el ambiente venezolano fue invadido por los militares. Los cuarteles abrieron sus puertas, no tanto para que los civiles entraran y si para facilitar la permeación de los uniformados en el resto de la sociedad y ocupar todos sus espacios con sus rutinas, sus hábitos, sus maneras y sus ceremonias con cornetas de órdenes. El país en sus cuatro puntos cardinales se militarizó y empezó a vivir en un permanente ambiente de guerra que es la principal visión y misión de los militares. La única.

La guerra desde siempre es un torneo para vencedores y vencidos. No existe en modo alguno el puesto de subcampeón. Como en la política. Los derrotados generalmente se matizan en el descalabro de los resultados de las urnas electorales o en la desgracia del campo de batalla con algunos prearreglados democráticos de convivencia establecidos en las constituciones y en los acuerdos de multilateralidad, suficientes para mantener una pax cubànica. Esas tonalidades generalmente desaparecen cuando el vencedor está respaldado por un signo de autocracia, de dictadura y el imperio del Estado de Derecho está representado y ejercido de manera violatoria por el tirano o el déspota de ocasión. Corrientemente un uniformado con capa y espada o un político con un respaldo de fuerza más allá de lo establecido en la Constitución nacional. Como en el caso de Venezuela o Cuba.

La guerra declarada por el teniente coronel Hugo Chávez al inicio de su ejercicio ilustró política y militarmente un enemigo externo en el imperio en Estados Unidos y otro externo en la oposición política en Venezuela. Contra ambos se ha venido desarrollando lo que asignan pedagógicamente los manuales de inteligencia y los de táctica general en las misiones operacionales para establecer el contacto y después someterlos. Conocerlos y destruirlos es la tarea. Y han tenido éxito. Al menos con el interno. En ese despliegue de guerra, batallas, estados mayores, comandos, pelotones, misiones, planes, puestos de comando para permanecer en el poder, garantizarse el regreso en caso de perderlo o pasar a una etapa de guerra prolongada; el régimen ha aplanado y horizontalizado a toda la oposición desde 1998. Nicolás Maduro, como Hugo Chávez en su momento, conoce a la oposición tanto como el color de su cepillo de dientes y no la ha terminado de hacer polvo cósmico, porque la necesita para conservar las apariencias. El liderazgo opositor es la hoja de parra política que hace de mampara para el certificado democrático ante la comunidad internacional. Eso ocurre desde el bando rojo. En el otro campamento desdeñan y desestiman todo lo que tenga que verse en un reporte que al menos a manera de borrador diga en una carta de situación el dispositivo, la composición, la fuerza y las posibilidades del enemigo que es la revolución roja rojita. No quieren oír nada de la palabra guerra estando desde hace mucho tiempo en ella. Es como si el pana Volodimir Zelensky con su inseparable suéter de verde oliva y sus botas de campaña, desestimara e ignorara los apoyos occidentales en tanques y misiles, porque a Rusia y a Putin, con todo su poderío militar desplegado y maniobrando en el territorio ucraniano, le pueden combatir y ganar en el teatro de operaciones a la manera de un baby shower o de un vermut danzante con payasitas Ni Fu Ni Fa, incluidas. Venezuela ha estado en un permanente pie de guerra. Y debe confrontársele con los mismos medios que ha usado durante 24 años. Uno de ellos, el uso de la inteligencia política y militar.

En esa misma línea de la calificación doctrinaria del enemigo (Dispositivo, composición, fuerza, posibilidades, etc.) que ha hecho el régimen a la oposición discriminando por nivel, cargo, ubicación y edad; desechando la zoncera habitual de las filas del otro bando tipo “el enemigo está en Miraflores” o esta otra digna de un premio Nobel de la memez “vamos a derrotar a la revolución y después arreglamos las cuentas internas” para justificar a los mariscales de las derrotas, a quienes picotearon un poco de aquí o de allá de algunos  dineros para la causa, o simplemente los inútiles para la coyuntura y vivianes para el flash en el que hacen el bulto oportuno para pescuecear en el momento de la fotografía del triunfo; en esa misma sintonía debe actuar el liderazgo de la oposición para poder alcanzar algún triunfo y cobrar. Vale decir, dejar de subestimar a los rojos y conocerlos en la médula que les ha dado todos los triunfos. Y en ese esfuerzo si entran todos los niveles, porque en el engaño que se escurre desde la guerra que ha montado la revolución bolivariana va corriendo otro con igual intensidad y velocidad similar desde la cúpula opositora hasta los marchistas de ocasión como usted.

Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla (otra vez Sun Tzu)

La razón por la que el príncipe ilustrado y el general sensato -al decir de Sun Tzu– derrotan al enemigo en el campo de batalla es la presciencia. La capacidad para vaticinar y adelantarse en el ¿Cómo? del campo de la batalla política y militar con el conocimiento casi exacto del ¿Quién? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Por qué? y el ¿Para qué? Se llama inteligencia de combate, inteligencia estratégica y seguridad del Estado, necesarias para tomar decisiones el político y el general. Para eso se habilitan recursos humanos o agentes de búsqueda de información internos, externos, agentes dobles, fuentes vitales o sacrificables que hacen una perfecta madeja en el sentido de impedir que el enemigo, del lado que sea, ejecute una sorpresa. A ese mismo decir de nuestro milenario general chino, lo llamò la divina madeja cuando trabajan simultáneamente y con eficiencia todos esos agentes para la misión del político en el poder o trabajando para alcanzarlo; o del general en el campo de batalla para disminuir, rendir o destruir al enemigo.

En esa fauna de la comunidad de inteligencia, encubiertos en la rutina, mimetizados con la usanza y la cotidianidad respiran de corbatín o no, con formalidad o casual, en los altos cargos o como parte de la masa que grita y esgrime eslóganes, agitando en la violencia frases de la ocasión o disimulando en la quietud de la ciudad o del terreno su alianza hacia la causa, con o sin intención; asalariados o no; sicofantes y paniaguados que justifican yerros, pifias, y errores que contribuyen a la permanencia del otro enemigo en el poder.

En la guerra no solamente están desplegadas las fuerzas de línea para maniobrar, también lo están quienes están en la retaguardia formando parte de la maraña logística hacia la vanguardia, los habitantes que hacen parte de la vida rutinaria en la zona del interior en donde mayoritariamente se despliegan agentes para espiar, para desmoralizar, para generar caos, para el reparto de pasquines, de propaganda, fomentando rumores derrotistas, sabotaje armamentístico, retransmisiones radiofónicas y, también, para matar y penetrar todas las estructuras políticas y militares con simpatías opuestas. Cuando eso se logra en éxito, como parte de un plan diseñado después de estructurar un grueso libro que se llama la apreciación de inteligencia y el orden de batalla del enemigo, no es necesario ataques coordinados, ni incursiones de la aviación ni zafarranchos de combate de la armada para clavar la bandera de la victoria en el objetivo. Ese mandado esta hecho desde el régimen en sus equivalencias políticas sin disparar un solo tiro. Desde hace mucho tiempo.

Durante la guerra civil española entre 1936-1939, mientras las tropas del general Mola avanzaban hacia Madrid para conquistarlo por cuatro columnas desde Toledo, la carretera de Extremadura,  otra por la Sierra; y la cuarta por Sigüenza; se le preguntó al general que con cual de esas columnas tomaría la capital y responde: “con ninguna de ellas. Con la quinta que ya está desplegada dentro de la capital”.

En Venezuela hay una obligación colectiva de remendar la esperanza y recomponer el zurcido eterno de la fe de todos los venezolanos para reconstruir el futuro aporreado y maltrecho. Y eso pasa por hacer una gran revisión juiciosa de la casa, cuarto por cuarto e identificar dentro de las filas a quienes calzan dentro de esas tareas de sabotear todo aquello que vaya encaminado a garantizar el cambio político en el corto plazo en el país. A quienes ejercen de rol de quintacolumnistas de corbatín.

Las pajaritas o corbatas de lacito se identifican generalmente con niveles de sofisticación y elegancia. La cultura popular las asocia con la desenvoltura y el garbo cinematográfico del espía británico James Bond. Es por esa misma vía por lo que el común también asocia a sus usuarios sin profundizar demasiado, con las confidencias y las revelaciones encubiertas, con las felonías y con las deslealtades. En esas aguas turbulentas de la relación se desagua el río revuelto de la traición y la perfidia como si viéramos desde lejos una yunta formada por algunos de los generales y almirantes de la época maraqueando un whisky amarillito en alguna recepción presidencial, invitados por el mismísimo CAP y ataviados en una formalidad de paisano y con una coqueta hallaquita (así le dicen los maracuchos) que le preside el smoking, esperando un huequito dentro del círculo de adulantes del primer magistrado para decirle muy dragoneantes y obsequiosos al comandante en jefe: “señor presidente, lo del golpe de Estado son solo rumores. No hay novedad en los cuarteles”. Por eso es por lo que cuando veo una corbata de moño presidiendo un cuello se me dispara la imaginación y me agarro la cartera. No vaya a ser.

En fin, mientras no arreglemos cuentas dentro de la oposición para hacer una profilaxis profunda y un inventario de lealtades, y se mantenga en filas gente con el corbatín presidiéndoles el flux, sosteniendo a la oposición desde el peso muerto de la quinta columna, creando y difundiendo bulos tendenciosos para alcahuetear la incompetencia y la corrupción de un líder, para medrar, para mantener el freno de mano en las posibilidades de un cambio político rápido en Venezuela; casi en competencia con los patriotas cooperantes y la inteligencia social del régimen, y con la bandera del boicot interno levantada; la revolución bolivariana no tiene ninguna necesidad de desenvainar la espada para someter al enemigo, tal cual como lo dijo el estratega asiático hace miles de años, mucho antes de que se pusiera de moda el lacito en el pescuezo.

Desde Miraflores tienen la divina madeja sincronizada con la ayuda de mucha gente de corbatín en la Madrid venezolana y les ha funcionado perfectamente.