OPINIÓN

La disyuntiva del financiamiento para el desarrollo

por Daniel Cohen e Ishac Diwan Daniel Cohen e Ishac Diwan

 

Durante más de una década la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo, ante una inflación inferior a la de sus metas, inundaron la economía mundial con liquidez. Pero ahora que están subiendo las tasas de interés para reducir la inflación, el flujo de fondos hacia los países con ingresos bajos y medios (PIByM) cayó en picado debido a que los mayores costos los dejan fuera del mercado. En al menos 20 países con ingresos bajos y PIByM, el diferencial de rendimiento de los bonos en moneda extranjera frente a los del Tesoro de Estados Unidos superó el umbral del 10 %.

Mientras tanto, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional vienen advirtiendo sobre la llegada de un tsunami de crisis de la deuda. Estiman que al menos 60% de las economías más pobres del mundo ya tienen problemas de deuda o enfrentan un riesgo elevado de sufrirlos. Para muchos comentaristas, esas advertencias señalan el fin del experimento de proporcionar acceso a los mercados de capitales a países frágiles (cuyas deudas están calificadas como BB o menos). Fue un episodio único que reflejó una combinación de factores —entre ellos, la Iniciativa para la Reducción de la Deuda de los Países Pobres Muy Endeudados, la bonanza de productos básicos en la década de 2000, el gigantesco aumento de la oferta de créditos chinos y el exceso de liquidez en el mercado— cuyo retorno es poco probable.

Según esta opinión, la desaparición actual del acceso a los mercados es un regreso a la normalidad y una profunda reducción de la deuda tiene sentido. Aunque esto podría desalentar los créditos futuros tal vez no importe, debido a que es poco probable que los prestamistas del sector privado regresen durante, tal vez, la próxima década. Mientras tanto, el apoyo a la Agenda para el Desarrollo Sostenible será responsabilidad del financiamiento público: subsidios, créditos bilaterales y préstamos preferenciales de bancos multilaterales para el desarrollo. Pensemos en ese escenario como la opción A.

En la opción B se solucionaría el problema en vez de sepultarlo. Para esto sería habría que acelerar los procesos selectivos de resolución de deudas y las medidas para fomentar nuevos flujos crediticios. Naturalmente, la mayoría de los países en vías de desarrollo preferirían este escenario. Los países del África subsahariana trabajaron duramente para desarrollar el acceso a los mercados y aún desean implementar estrategias de desarrollo para ascender posiciones en la cadena mundial de valor. Por eso muchos de ellos decidieron no participar en la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda del G20 o en la Iniciativa del Marco Común, incluso después de haber sido expulsados del mercado.

Es bien sabido que el mercado mundial de capitales no funciona bien para los países pobres: cobra en exceso por los riesgos y reacciona en demasía ante las conmociones. Y debido a que el África subsahariana enfrenta tanto riesgos de deuda soberana como de productos básicos, es particularmente vulnerable a su volatilidad. Como no existe un Mario Draghi africano que pueda intervenir para llevar tranquilidad a los mercados, la opción B no será fácil.

Pero lo difícil no es imposible, y hay argumentos adicionales en favor de esta opción. En primer lugar, desde 2019 la proporción de deuda pública a PIB promedio en el África subsahariana solo aumentó 5 puntos porcentuales (al 55 %), y su deuda externa solo creció 1,5 puntos (al 37 %). Son niveles que parecen demasiado bajos como para justificar un veredicto de insolvencia generalizada. Más allá de unas pocas excepciones, no se puede caracterizar a los PIByM como «fuertemente endeudados» (al menos en un contexto de tasas de interés «razonables»).

El problema, por supuesto, es que muchos de esos países enfrentan un conocido efecto «bola de nieve», debido al cual las elevadas tasas de interés y la creciente deuda se alimentan entre sí. Pero también se sabe que lo único que necesita un país para mantener la solvencia es que la tasa de interés esté por debajo de la tasa de crecimiento de su economía. En el caso del África subsahariana, una tasa real de interés segura sería de aproximadamente el 4 %. Y aunque ahora estamos por encima de ese punto de inflexión, no debiera ser tan difícil, con la ayuda de donantes, crear nuevos activos con rendimientos por debajo de ese umbral.

A tal fin, el Finance for Development Lab propuso un instrumento crediticio más acorde con los perfiles de riesgo de los países del África subsahariana, que combina garantías al estilo de los bonos Brady con nuevas formas de seguros de cobertura contra impactos en los productos básicos. Con esos activos, el financiamiento de compromisos por alrededor de 50.000 millones de dólares sería un gran avance para ofrecer a los países africanos una protección razonable.

Sin esa protección, es probable que la mayoría de los PIByM, incapaces de lidiar con los aumentos de las tasas de interés impulsados por el mercado, terminen en la insolvencia a medida que las condiciones financieras cada vez más restrictivas generen más fugas de capitales y devaluaciones. Los riesgos asociados con la suba de precios de los combustibles, alimentos y fertilizantes empeoraron la situación y aumentaron el riesgo de malestar social, como ocurrió en Sri Lanka. Aunque la necesidad de refinanciamiento en el mercado ya es elevada, no alcanzará su máximo hasta 2024. Eso implica que existe una ventana cada vez más pequeña para aclarar la alternativa entres las opciones A y B.

Al igual que la opción B, la A también enfrenta dificultades, porque el Club de París (los principales acreedores soberanos) ya no puede solucionar los problemas de la deuda por sí solo. Por otra parte, es poco probable que China ofrezca niveles significativos de nuevo financiamiento en los próximos años.

Cada una de las opciones tendría implicaciones muy diferentes para la priorización de los fondos públicos. La opción A supone que la deuda pública tendrá prioridad sobre la deuda privada, porque en última instancia es la única fuente con capacidad de recuperación para financiar el desarrollo. La opción B supone lo contrario: si el crecimiento de los PIByM dependerá de mercados más robustos, mejorar la prioridad relativa de la deuda del mercado será beneficioso. Una red de protección pública puede reducir en gran medida el costo de la deuda privada, pero solo si se prioriza a esta última.

Cuál de las opciones prevalecerá, dependerá fuertemente de la forma en que el FMI decida condicionar su programa de restructuración de la deuda en los próximos meses. La opción B solo será posible si se reforma el análisis de sostenibilidad de la deuda para considerar adecuadamente la capacidad y voluntad de los países para pagar sus deudas pública y privada. Habría entonces que crear rápidamente mecanismos de ampliación factibles para gestionar decaimientos de la situación económica y reabrir el acceso a los mercados.

Ambas opciones implican desafíos y consecuencias únicos a largo plazo, pero la peor opción sería la indecisión. Cuando los jefes de Estado y gobierno del G20 se reúnan en noviembre de este año para revisar el desempeño del Marco Común, deberán prestar también mucha atención a las alternativas disponibles.


Traducción al español por Ant-Translation

Daniel Cohen, cofundador y presidente del Finance for Development Lab, es presidente de la Escuela de Economía de París. Ishac Diwan es director de investigación del Finance for Development Lab.

Copyright: Project Syndicate, 2022.

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