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La discordancia entre el poder y la autoridad

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El líder constituye autoridad por el ejemplo, no desde la fuerza

Sun Tzu

Jesucristo no tuvo poder alguno, el poder en Judea lo ostentaba el emperador y su guardia pretoriana, los patricios e incluso la jerarquía judía descendiente de Herodes el Grande. El Nazareno lo que detentaba era autoridad y la misma procedía de su excelso comportamiento, su vida ejemplar y la calidad de su carácter. Tal autoridad lo faculta a presentarse por encima de los grandes profetas e incluso a corregirles, como se atrevió a hacerlo con el mismísimo Moisés en el tema del divorcio. La autoridad es atemporal, el poder tiene caducidad.

Los resultados de una elección primaria no solo otorgan la legitimidad que únicamente origina el sufragio, sino también confiere autoridad al triunfador. La autoridad, como en tiempos bíblicos, reivindica el mensaje por encima de los antecesores y supone el derecho de dar órdenes en virtud de una posición jerárquica ganada cimentada sobre la solvencia y la credibilidad, mientras que el poder implica la imposición de decisiones en base al monopolio de la fuerza que define al estado. Por tanto, la autoridad no se revelará en decisiones gubernamentales pero sí en el entendimiento de la conducción de un proyecto común que sume voluntades sin que el despecho del vencido se transforme en zancadilla. La autoridad moral se fundamenta en la coherencia de lo que se dice con lo que se hace; quien carece de tal carácter jamás será autoridad.

¿El poder? El poder es acaparado por quienes secuestran a la disidencia tenebrosas mazmorras, el poder lo detenta aquellos transgresores de las garantías democráticas que amenazan su impunidad; el poder lo disfrutan unos miserables que se regodean en la opulencia mientras se autodenominan representantes de los pobres y necesitados. Entonces, el dilema es: bailamos al son de la música de los poderosos o construimos con fuerza la autoridad capaz de derrotar al poder. La disyuntiva no deja espacios para ambigüedades o medias tintas.

Hace unos años Hugo Chávez inventó a unos fulanos protectores; los cuales usufructuaban “poderes” paralelos al margen de las “autoridades” legítimamente constituidas. La oposición se opuso ferozmente a esas designaciones pues las mismas deformaban el espíritu que subyace en lo electoral. Hoy pareciera que algunos sin participar o sabiéndose derrotados quieren erigirse como “protectores de las primarias”.

El mensaje de la voluntad popular debe estar por encima de cálculos políticos, artilugios cuestionables, guiños al poder o ambiciones individuales. A esa orden debemos subordinarnos sin titubear, pues nuestro antagonismo a ellos debe empezar por desligarnos de sus prácticas viciosas. La alternativa del cambio debe desmarcarse de las desviaciones con las que el chavismo envileció a la política; pues el plagio de esas malas mañas fecundó en alcaldes asociados a mafias criminales, en jefes opositores con riquezas malhabidas y en incapaces que aspiran lo que no merecen.

El clamor ciudadano repite con insistencia “pónganse de acuerdo y presenten una sola candidatura”. Ese fragor no se detiene a ocuparse en posibles metodologías que alcancen ese objetivo. Yo habría querido un consenso alrededor de un líder experimentado, con solvencia moral e intelectual y avalado por su trayectoria, pues habría sido signo de altura política y de desprendimiento patriótico. Supongo que esas utopías son imposibles en estas guerras de egos, pero ya elegido el camino de las primarias edifiquemos una autoridad representativa y enaltezcamos los pilares democráticos que este régimen con tanto encono se ha empeñado en resquebrajar.

Instagram: @HamidJRamos

Twitter: @hamid_ramos

 

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