La exigencia más acuciante del Plan País se ubica en el terreno moral, recolocar el sujeto. La lectura de cada uno de los componentes de esta propuesta muestra que las exigencias técnicas han sido cumplidas a cabalidad. Se aprecia la experiencia y el dominio para recuperar el Estado y ponerlo al servicio de la población, empoderar a la población, liberar su fuerza productiva y reinsertar al país en el concierto de naciones democráticas del mundo. Retos de envergadura pero cumplibles.
Pero el giro histórico que haría distinto el Plan País es atribuir la responsabilidad de esta magnífica ejecutoria al individuo soberano. Es la gran oportunidad que surge del caos vivido durante los últimos 20 años. Caos, en los términos de Frankl o Petersen: incertidumbre sobre el sentido de la vida y su posición en el mundo, no saber qué hacer, cómo encontrar el camino para superar la inequidad, la miseria, la destrucción de lo edificado. No tolerar la tortura física, el exterminio sin piedad de todo aquel que osa oponerse a los designios del poder político.
Recolocar el sujeto es la gran oportunidad histórica, no solo recuperar los derechos pisoteados del individuo, lo esencial es reivindicar la responsabilidad, la conciencia que ordena la realidad, su capacidad de decidir, vivir como adulto en una sociedad configurada de acuerdo con sus expectativas.
Hay que comenzar por aceptar la realidad, en el camino emprendido por Venezuela en los siglos XIX, XX y XXI el gran perdedor, el ausente, ha sido el individuo y su responsabilidad en los designios de la sociedad, no es búsqueda de derechos y privilegios sino del compromiso como ser humano responsable con su vida propia y de su sociedad. Frente a esta opacidad del individuo-ciudadano, en otra esfera, en otra dimensión, el Estado como institución dominante crece, aumenta incesantemente su poder, legislan a su favor, fortalece a los que nos han conducido a abismos de destrucción, pobreza, miseria y pérdida de la dignidad humana. Por ello es inaplazable concentrarse en las posibilidades de crear, desde Venezuela, un proyecto de sociedad que signifique la encarnación del ciudadano responsable, capaz de otorgarle a la ética un papel decisivo en la constitución de la sociedad.
Algunas interrogantes nos atormentan en estos precisos momentos, creímos que durante las décadas de democracia, las Fuerzas Armadas habían alcanzado un nivel de madurez institucional que les posibilitaba cumplir sus obligaciones constitucionales, pautadas en el artículo 328 de la Constitución: “La Fuerza Armada Nacional constituye una institución esencialmente profesional, sin militancia política, organizada por el Estado para garantizar la independencia y soberanía de la nación y asegurar la integridad del espacio geográfico, mediante la defensa militar, la cooperación en el mantenimiento del orden interno y la participación activa en el desarrollo nacional, de acuerdo con esta Constitución y con la ley. En el cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna”. Hoy las FAN han perdido el rumbo, defensores del socialismo, opción universalmente derrotada, postrados ante un líder, cómplices de la invasión cubana. Inevitable la pregunta: ¿cuál es la formación moral que imparten las academias que les permite mudar sus objetivos de defensa ciudadana a defensa de una secta política, culpable del caos? La misma pregunta se extiende a todos los cuerpos de seguridad y a los que son guardianes del cumplimiento de la ley. ¿Por qué la fragilidad de los que se disfrazan de jueces y condenan inocentes sin ningún rubor? Cuáles son sus valores, sus convicciones, por qué escogen ser jueces para atropellar a individuos indefensos, ¿dónde se formaron, qué aprendieron? Frente a estas incertidumbres el reto es imponente, avanzar a una sociedad liderada por individuos responsables, adultos que enfrenten los embates del caos que siempre amenazan a todas las sociedades. No basta cambiar caras hay que conectar con las conciencias.
Es imprescindible resaltar la dimensión moral del Plan País, trascender el poder institucional del Estado y tribus ideológicas. Reconstruir desde nuestra conciencia, educación, medios de comunicación, cultura, economía, Estado de Derecho y acciones políticas, la responsabilidad indelegable del individuo en la construcción de su vida y en la libertad. Hoy tenemos el potencial para fundar otra narrativa frente al acecho de los totalitarismos. “Un país de individuos soberanos, responsables”.