Independientemente de las enormes diferencias de las dos últimas administraciones de Estados Unidos, ambas ofrecieron a la oposición venezolana un respaldo sin precedentes en la historia del continente. No ha habido un país del hemisferio occidental al que Estados Unidos haya reconocido a su líder opositor como el presidente formal, ni ha habido en la historia de las relaciones diplomáticas de Estados Unidos un país a cuya cúpula se le hayan formulado cargos por narcotráfico y ofrecido recompensas millonarias a sus cabezas. Jamás un gobierno de Estados Unidos había invitado a un líder opositor de otro país latinoamericano al Congreso de Estados Unidos reunido en pleno y en sesión solemne (State of the Union). Que ese exceso diplomático haya sido ratificado completamente por el gobierno entrante en medio de la turbulencia de esa transición, eleva estos gestos de amistad a lugares siderales de la diplomacia.
No obstante, la oposición venezolana, incapaz de haber hecho mella en 22 años al gobierno más incompetente del continente, probablemente del mundo, se rasga las vestiduras y se exalta hasta lo indecible porque el gobierno de Estados Unidos, que ha derrochado estas preas a la oposición, ha tenido la temeridad de canjear cinco venezolanos/americanos y dos gringos por dos pillos que ya han cumplido siete años de prisión por «intentar» o «planear» introducir 800 kg de droga a Estados Unidos. ¿Cuál es la razón para que algunos de esta oposición variopinta, pusilánime con los gobiernos de Chávez y Maduro, se envalentone y muerda la mano del país que le ofrece la única salida política honorable a esta interminable crisis? Veamos.
La teoría del realismo político asume que las relaciones internacionales no están sujetas a orden alguno. No existe una entidad supranacional que las gobierne. Los estados soberanos son los verdaderos actores en el escenario internacional, pero se presume que actúan con racionalidad, en busca de su propio interés. Aparentemente la oposición venezolana no comprende que la diplomacia de la nación más desarrollada del planeta no puede concentrarse a defender todos los intereses de la fraccionada oposición de otro país si esta no coincide con sus propios intereses. Los narcosobrinos estaban prácticamente olvidados cumpliendo sus penas hasta que se propone el canje y de nuevo ocupan la primera página de los medios asociados a la pareja presidencial de Venezuela. Que los narcosobrinos estén presentes en Venezuela será, probablemente, gratificante para la pareja presidencial, pero es también un desafío permanente a un gobierno cuya cúpula carga con el mismo blasón de estos pillos. En diplomacia las intenciones no siempre son lo que parecen. Solo un fanatismo ciego, una enorme frustración de la oposición y la mala índole de algunos, puede explicar la aberración de proponer condenar indefinidamente a siete personas inocentes por el placer de tener a estas sanguijuelas de Maduro unos años más en prisión.Durante la Guerra Fría Estados Unidos canjeó centenares de prisioneros con la Unión Soviética y otros países, en muchos casos por simple razones humanitarias, un factor que no parecen conocer opositores venezolanos.
No obstante, si le ofrecemos a estos opositores el beneficio de la duda, se pudiera presumir que algunos no son tan mal intencionados, sino que incurren en un error común, aquel que los analistas de inteligencia conocen como «trampas cognitivas”. La psicología del análisis de inteligencia de Dick Heuer fue el primer estudio centrado en las trampas específicas que encuentran los analistas de inteligencia. Muchos analistas bien experimentados reconocen haber caído en estas trampas. El país de un analista no es idéntico al país objeto de su análisis. Un error común es reflejar los valores, las costumbres y la cultura de su propio país, asumiendo que el gobierno del otro actuará de la misma manera que lo haría su país dadas las mismas circunstancias. «Para los analistas y planificadores estadounidenses de1941 lucía inconcebible que los japoneses fueran tan tontos para atacar a una potencia que excedía sus recursos bélicos». Resultado: Pearl Harbor fue una «trampa cognitiva» en la cual cayeron los estadounidenses y un clásico e histórico ejemplo de un masivo ataque por sorpresa de Japón.
La diplomacia de Estados Unidos
Pocos de esos indignados opositores por el acuerdo de prisioneros parece saber que Estados Unidos es el país de mayor éxito en la historia en obtener enormes beneficios por medio de negociaciones, acuerdos diplomáticos y tratados. Como resultado de esta excepcional habilidad para negociar, Estados Unidos ha sido la única potencia que, a menos de 30 años de su independencia, dobló su territorio sin disparar un tiro, solo por medio de negociaciones diplomáticas. Uno de los logros más sorprendente fue la resolución exitosa con Gran Bretaña, la única nación entonces que era capaz de amenazar la seguridad de Estados Unidos.
Después de la desafortunada Guerra de 1812 con Gran Bretaña, las controversias angloamericanas se resolvieron pacíficamente. De igual importancia fueron las negociaciones diplomáticas exitosas con Francia que lograron extender el territorio de Estados Unidos hasta la costa del Pacífico. El Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848) puso fin a la Guerra de México y anexó una enorme cantidad de territorio al norte y al oeste del Río Grande de California. A esto se debe agregar la compra de Alaska a Rusia en 1867, otro triunfo significativo. Después de la Segunda Guerra Mundial, setenta años de diplomacia y Guerra Fría, Estados Unidos surgió triunfante como la única hiperpotencia.
El actual jefe de la diplomacia de Estados Unidos, Antony Blinken, ha participado en tres administraciones presidenciales en política exterior y ayudó a darle forma. Blinken es graduado de las universidades de Harvard y Columbia. Se desempeñó como subsecretario de Estado del presidente Barack Obama de 2015 a 2017, y antes como principal asesor adjunto de seguridad nacional del presidente Obama. En este cargo Blinken presidió el Comité Interinstitucional, el principal foro para forjar la política exterior de Estados Unidos. Biden es uno de los presidentes de Estados Unidos con más experiencia en política exterior, en esta comisión del Senado fue miembro por décadas y vicepresidente por dos períodos. Ha sido el único presidente de Estados Unidos que en su carrera política ha visitado 16 veces América Latina.
De los diez primeros presidentes de Estados Unidos seis fueron diplomáticos, embajadores o secretarios de Estado y fundaron una política exterior hábil y sólida que perduró. Lo que le tomó a Roma varios siglos para devenir en la primera potencia de entonces le tomó a los líderes americanos poco más de un siglo. Solo la idiocia de algunos opositores venezolanos, quienes no han podido llegar a un acuerdo mínimo entre ellos mismos y de recibir varapalos constantes de la revolución bolivariana, llegan a la conclusión que una desconocida «genialidad» de Maduro en política exterior, se ha aprovechado de la «debilidad» del «viejito Biden» y del Departamento de Estado para salir triunfante con el «affaire» de los narcosobrinos. Conclusiones de mentecatos con una visión política que no va más allá de los malecones de La Guaira.
Tampoco han caído en cuenta que el «viejito» Joe Biden es el que tiene arrinconado, con la corajuda participación de Ucrania, a Vladimir Putin, de quien se decía era el hueso más duro de roer en la esfera mundial. Comparado con este eslavo de Putin, Maduro es un peluche. Con sobradas razones Estados Unidos parece haber decidido unilateralmente, negociar y buscar la manera de lidiar con Maduro sin la participación del obstructivo mosaico opositor, ahora precisamente, cuando lo que hace y no hace Maduro toca los intereses de la primera potencia.
Con este nuevo barajo geopolítico, la oposición sufrirá un nuevo revés, pero ganará Venezuela por el solo hecho de que el albur ha puesto los intereses de Estados Unidos alineados con los de nuestro país.
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