Sí, MACCSI, siglas de Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Ímber, la denominación que junto con un profundo significado nunca dejó de ser para quienes, allende el desierto de las efímeras indignaciones por las «locuras» de los opresores de la Venezuela de estos oscuros años, no solo disfrutamos y nos enriquecimos sobremanera, a finales de la pasada centuria, gracias a la cultura de un siglo XXI columbrado fulgúreo en espacios y experiencias como las que ofrecía aquel templo de la sensualidad devenida trascendencia en cada impresión, en cada idea, en cada encuentro, en cada susurro, sino que además logramos comprender, ex ante, el lugar que esenciales obras como esta ocuparían en la guerra total que hace 23 años aquella misma ralea infame e insaciable le declaró a la sociedad venezolana luego de décadas de solapada socavación de unos no tan arraigados valores democráticos.
La reducción y paralización del individuo, en cuanto ser social y, por ende, político, a partir del expolio o destrucción de su acervo cultural y del desdibujamiento de los significantes y significados relacionados con él no es, claro, una «ocurrencia» del chavismo, puesto que de todos los tinglados totalitaristas de los últimos 104 años ha sido ese uno de los principales resortes y quizá el más variado en recursos, como por ejemplo el de la perversa e inadvertida metamorfosis devoradora de identidades, al modo del neonominalismo que de manera paulatina desvinculó a la sociedad cubana de su rico pasado, a tal punto que las actuales generaciones de esa nación saben de él menos que cualquier estudiante alemán o japonés, o el de aquel falseamiento que ofusca y deja sin asideros a los más, como por mucho tiempo lo hizo la reescritura de piezas del conocimiento que tomó la forma de la Enciclopedia soviética, pero en Venezuela, un país en el que a diferencia de lo que ocurrió en Cuba o en Rusia y sus satélites europeos sí se abrazó la libertad antes del peor de los secuestros, la devastación e indeseadas transformaciones, aparte de su inconmensurabilidad, se han materializado con pasmosas facilidad y rapidez, y ello, tal vez como mal que acabará allanándole el camino a un enorme bien, o al menos es esto lo que esperamos amplios sectores, ha revelado nocivos aspectos idiosincrásicos que explican en gran medida el éxito de la nomenklatura criolla en su criminal empresa dictatorial.
El cierre del MACCSI, que entre otras cosas, y desde la ingenua presuposición de que la voracidad comunista no se cebó en sus venas abiertas antes del final, hace temer por el destino de las invaluables obras allí conservadas, de los Picassos de la Suite Vollard, la sala creada para la fruición y el estudio de una sustantiva parte de la producción litográfica y de los aguafuertes del malagueño, uno de los orgullos de su recordada fundadora, a lo mejor del arte hecho en el país durante buena parte del siglo XX, no es más que un triste recordatorio de lo que históricamente ha sido la relación del grueso de la nación con la educación, la ciencia, la literatura, el arte y la cultura en general. Solo bastaría preguntar cuántos de los que hoy lamentan en la «digitalidad» tan infausto acontecimiento cruzaron alguna vez, en aquella otra vida de la Venezuela que ya no es, el limen de la entrada del que fuera el mejor museo de su clase en América Latina, y cuántos de los que lo hicieron, tal vez como parte de una obligada visita escolar, se sumergieron o siquiera le echaron un rápido vistazo a alguna otra cosa más allá de los sinuosos contornos del maravilloso gato de Botero, para dilucidar con suma facilidad una cuestión que está en la raíz misma de nuestros antiquísimos problemas.
La violencia que instrumentalizan legiones de agentes del mal amparados por seudoinstituciones levantadas sobre los escombros del otrora Estado de derecho, el extremo y público sadismo en las agresiones, y la burla que las acompaña han constituido en conjunto uno de los pilares del régimen, y no obstante esto y la sutil manipulación de la que sus jerarcas y adláteres han echado mano, para su mantenimiento, es el desprecio derivado de los innumerables complejos frente a las actividades que se llevan a cabo en los mencionados ámbitos, y sus productos en cuanto logros personales y sociales, el factor que ha hecho preferir a millones de jóvenes venezolanos la búsqueda de realidades moldeadas con su valoración y el entendimiento del papel que desempeñan en el desarrollo a la lucha por un país en el que aquellas no son consideradas siquiera como trabajos, lo que resulta curioso en una sociedad que sí ve esfuerzo, productividad y beneficios colectivos en las «labores» de «socialités», influencers, «chismógrafos», «chistólogos», tahures y profesionales afines (!).
Vocaciones como la científica o la literaria chocan en Venezuela con una muralla de ideas sobre el éxito y el estatus social que en el imaginario colectivo han afianzado décadas de exaltación de la «viveza» para el célere enriquecimiento con el mínimo esfuerzo, de la «belleza» sin contenido para el entretenimiento, de la simpatía que pasa por «competencia» suprema y suficiente para la conducción del propio país, y de los más diversos y vacuos componentes del lado menos luminoso de la idiosincracia nacional, y que a su vez han mantenido la docencia, la investigación, los intentos de innovación, la producción literaria y artística, y todo lo que ha servido en el primer mundo para la construcción de su desarrollo, de su éxito, en la periferia del imperio del facilismo y de la mediocridad como ocupaciones de parias sin derecho al lucro en el marco de ellas; circunstancia que bien ha sabido capitalizar el delincuencial emporio chavista para la consolidación de un sistema que agosta en lo material por conducto del empobrecimiento espiritual.
El que, verbigracia, el Hermitage continúe en pie y pletórico de vida después de más de dos siglos y medio, y de los embates originados en guerras y cambios de regímenes, y en la sed de sangre tanto de la era comunista como de la actual tiranía, y en cambio el MACCSI no haya logrado celebrar su quincuagésimo aniversario, habla de un problema que es mayor y más complejo que la existencia del chavismo, que en todo caso es una consecuencia devenida en causa de infinitas calamidades, con lo cual se hace evidente que además de la urgente erradicación de este como sistema opresor se hace también necesaria la promoción de ideas que se erijan en la piedra angular de una cultura diferente y propicia para el establecimiento de una democracia sólida y, por consiguiente, duradera, sin perder de vista que los cambios culturales e idiosincrásicos no ocurren de un momento a otro, por cuanto estos forman parte de procesos intergeneracionales que son solo posibles con la movilización de toda la sociedad en una dirección de consciente mejora.
Otra obviedad, sí, aunque la nación hoy se hunde en su propio desapego, en la falta de interés por lo sustantivo, en la inversión de las nociones acerca de lo trascendente. Y el mal medra.
@MiguelCardozoM
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