El boicot de las fuerzas democráticas a los comicios convocados para el 6 de diciembre es un acto político que expresa dignidad, coraje e insumisión ante la pretensión del régimen de imponer un proceso que lejos de ayudar a superar la crisis política en progreso, la potencia y escala.
Contrariamente a lo que algunos piensan y expresan, el boicot a la farsa de 2018 produjo resultados: entre otros, la deslegitimación del régimen de parte de la comunidad internacional democrática, antes propensa a la indulgencia con el chavismo y que le ha supuesto un aislamiento internacional que conspira contra su supervivencia. Avances insuficientes para lograr el cambio; asunto atribuible (fundamentalmente) a la determinación férrea del oficialismo y a los recursos disponibles para conservar el poder; también a errores y carencias de las fuerzas democráticas.
Homologar la abstención de ahora con lo ocurrido en 2005 no es correcto ni justo; la situación no era ni es igual, aquello fue un error porque el chavismo tenía toda la legitimidad a los ojos de la mayoría nacional e internacional y el sistema electoral, sujeto a crecientes abusos y ventajismos a favor del oficialismo permitidos por el CNE, no estaba al extremo pervertido como luego lo fue a partir de 2016.
Reproducir 2015 es la propuesta de algunos. Asunto harto improbable, muchas son las aguas que han corrido bajo los puentes y cambios sustantivos se han producido: el régimen devino en dictadura -con los efectos y consecuencias del caso-; el CNE pasó de prohijar y permitir abusos y ventajismos del chavismo a desvirtuar y pervertir los procesos electorales, acomodándolos en función de los intereses continuistas del oficialismo rojo; la FAN, entonces garante de los resultados del 6 de diciembre de 2015, ahora está volcada en sentido contrario y el rosario de arbitrariedades y violaciones del Estado de Derecho cometidas desde 2016 no se habían producido. La persecución contra partidos políticos, sociedad civil, medios de comunicación independientes y todo sector o individualidad disidente anula significativamente la competitividad electoral de la oposición democrática. Por otro lado, según fuentes del propio ente electoral, este no está en condiciones técnicas para regir con eficiencia unos comicios complejos.
Mención aparte merece la irrupción del covid-19; es prácticamente imposible llevar a cabo con normalidad un evento que por definición es de concurrencia masiva, no solo en el acto de votar sino en las actividades previas de campaña con encuentro y contacto masivo entre candidatos y electores. Es irresponsable, por decir lo menos, en la etapa expansiva de contagio del virus en la cual nos encontramos, someter al país a tal riesgo. En naciones en las cuales se celebraron procesos electorales nacionales o regionales como República Dominicana, España (Galicia y el País Vasco) en medio de la pandemia, esta escaló a pesar de todas las medidas de resguardo adoptadas. Es conveniente recordar que esas naciones no están sumergidas en una crisis humanitaria compleja. Solo por la circunstancia aludida el proceso convocado debe ser pospuesto.
Ante tal panorama, la participación de las fuerzas democráticas en el evento del 6 de diciembre no servirá ni para revitalizar la presión ciudadana ni para acumular fuerzas, menos para recobrar la esperanza en el cambio; tampoco habrá ganancia alguna para la causa democrática.
El único ganador política y electoralmente de una participación de las fuerzas democráticas es el régimen, que lograría recuperar parte de la legitimidad perdida; produciría un ruido importante y quizás un daño difícil de reparar en la cohesión (por demás ascendente) de la alianza internacional partidaria de la restauración de la democracia en Venezuela; y, por último, abonaría a favor de su objetivo de instaurar un sistema político dictatorial con fachada democrática, como han logrado Putin y Ortega en Rusia y Nicaragua, respectivamente, y como pretenden Erdogan, Orban, Duda, Duterte y otros neotiranos en sus respectivas naciones.
Coincido con quienes claman por la necesidad de no agotar la acción política en el boicot, que este por sí solo es insuficiente; con lo que estoy en desacuerdo es con dejarnos ganar por el desespero y emprender acciones que lejos de beneficiar la causa le creen más obstáculos, me refiero a participar a última hora en la farsa.
La unidad democrática liderada por el presidente Guaidó viene trabajando afanosamente en la elaboración de una política y una estrategia para los nuevos tiempos y en la reingeniería de la coalición democrática para hacerla más amplia, participativa y eficaz.
Como venezolano y militante de la causa democrática aspiro a que el esfuerzo de elaboración política y construcción culmine lo antes posible para pasar a la acción y que incluya la superación de los errores y carencias que han impedido materializar el cambio necesario y deseado por la mayoría abrumadora de la sociedad.
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