En la perspectiva del corto plazo, Rusia logra robarle a Ucrania el 20% de su territorio y buena parte de sus costas. Pérdidas considerables, además de la destrucción de parte de su infraestructura y economía. Sin contar con la pérdida de vidas, muchos de ellos civiles. El costo para Ucrania es brutal y trágico. Sin el apoyo de la OTAN y otros países y su propio coraje, esta guerra no tenía futuro para Ucrania. Pero, a pesar de las pérdidas, han resistido y siguen combatiendo.
Igualmente, Rusia ha recibido lo suyo, no en territorios, pero sí en términos estratégicos de corto, mediano y largo plazo. Vive una guerra de desgaste y ha mostrado sus debilidades en materia bélica. Se ha aislado de buena parte del mundo, ha perdido su principal mercado europeo en gas, petróleo y otros productos. Se ha visto obligada a depender cada vez más de China, su tradicional rival histórico y, con ello, deja de ser la segunda potencia mundial. Sin su arsenal nuclear, Rusia es un «tigre de papel, con colmillos nucleares». Además, Putin ha quedado al descubierto como el autócrata que siempre ha sido y, por si fuera poco, ha logrado fortalecer a la OTAN cómodamente instalada en su frontera, tanto por el ingreso de Finlandia como por el próximo de Suecia, ya que Turquía dio su visto bueno y solo falta Hungría.
Otra derrota estratégica es el ingreso probable a la Comunidad Europea de Moldavia, Georgia y la propia Ucrania; es decir, Rusia queda totalmente aislada de Europa, y lo más grave para su propia seguridad nacional es que la invasión a Ucrania despertó el atávico miedo europeo a la amenaza rusa, que se remonta a las hordas de Gengis Khan, Iván el terrible y la barbarie comunista de Stalin.
Putin acaba de crear una nueva cortina de hierro −de desconfianza y temor mutuo− con sus vecinos europeos, siendo Rusia parte de Europa. De esta manera, con su agresión a Ucrania, Putin ha cancelado, por mucho tiempo, un importante acercamiento estratégico que venía dándose durante casi medio siglo, Este-Oeste y, viceversa, Oeste-Este, simbolizado en la caída del Muro de Berlín y el colapso del comunismo soviético. Putin mandó al diablo la democracia en Rusia y la modernización de toda la sociedad del vasto Estado. No hay que olvidar que Rusia es un estado plurinacional y cuyo territorio está más en Asia que en Europa.
Un territorio muy rico en recursos, pero con escasa población y sus fronteras sur, lo que algunos llaman su vientre-blando, de mayoría islámica, en contraste con uno de los pilares de la identidad rusa, de tradición cristiana ortodoxa, fuertemente arraigada y muy cercana a Putin.
Rusia es un gran país y de una gran tradición cultural, pero con la invasión a Ucrania −antes invadió Chechenia y Georgia, siempre bajo la batuta de Putin− ha contribuido fuertemente a volver el mundo más inseguro e inestable. Y, al darle la espalda a Europa, parte de su destino lo ha puesto a depender de China. De segunda potencia queda en un malogrado tercer lugar. Todo por invadir a Ucrania y la guerra no ha terminado aún.
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