OPINIÓN

La derrota de lo paradisíaco intelectual

por Alberto Jiménez Ure Alberto Jiménez Ure

Los hostiles totales con presencia arrogante en el mundo aturden por doquier y golpean nuestras psiquis, empujan, gozosos, el vagón concesionario de la muerte donde depositan millones de cadáveres como trofeos. Quien elude fijar una posición «filosófica-moral» en una república conducida hacia el caos sabe que el auténtico hombre sabio no sucumbe antropomórfico, redimensiona su percepción respecto a «cohabitar pacífico» virtud a monsergas absurdas, arrodillarse cuando pasa su antítesis pertrechada mientras medita impávido.

El académico es desalojado de su casa por el vándalo que irrumpe armado para destruir, el científico no concibe cómo aceptar héroe al forajido y reconocerle méritos correspondientes, escritores y artistas nos derrotamos a ninguneados por malnacidos. Que seamos hacedores de obras de arte y libros, personas instruidas en disciplinas varias, no significa que tengamos prohibido enfrentar, corajudos, las atrocidades de los hostiles.

Los pensamientos son temperaturas sin efecto invernadero. Los pronunciamientos contra malvados, declaraciones de repudio y discusiones sobre la iracundia de ciertos hombres contra nuestra especie no impactan expeditos. Los asesinos de pueblos se fortalecen con parques de armas letales, mientras la sabihondez inclina la cerviz. Nos miran tontos útiles, eligen de la derruida colegiatura pupilos que [concertados] escribirán la épica del malparido para consumar la derrota de lo paradisíaco intelectual.

Nada significamos ante quienes nos gobiernan alevosos. Los padecemos sumidos en el ostracismo que igual miedo. Por qué un escritor no puede gritar que los matará, tampoco un científico u hombre de fe en dioses del imaginario popular. Si hay seres que nacen [predestinados]  para matar, otros persuadidos que podemos frenarlos metodistas. Exentos aquellos para los cuales el uso de la violencia legítima invalida al humanista. Lo paradisíaco intelectual es derrota, entiéndase.

En memorables e históricas guerras convencionales, hubo narradores que apuntaban sus ideas atrincherados. Asomaban sus rostros y letalidad metálica para abatir al otro que pretendía mantenerlo esclavo, subyugado, inferior. Ser valiente no es reprochable, tampoco cobarde: porque, mucho de ello todos tenemos. Empero, pusilánimes sí.  Idiotas, dilemáticos del «yo no me inmiscuyo», «quizá luego», «hay una tercera vía», «hagamos el amor y no la guerra». Los hombres irrumpimos en tenebrosa para matarnos, es irrefutable. Quien nace estará vivo durante cierto tiempo y emprenderá la eliminación del otro, su estúpido semejante.

Bienaventurado nadie que no encare al bárbaro, su otro, mucho menos el que acepta [calladito y famélico]  una inducida e inmerecida miseria que es dolencia. Los fomentadores del caos están vivos, mírenlos en mi novela  Desahuciados. https://www.academia.edu/15274741/DESAHUCIADOS_NOVELA_VERSI%C3%93N_DIGITAL_2015

@jurescritor