La situación en Venezuela bajo el régimen de Nicolás Maduro ha sido un tema de debate y preocupación global. Las recientes elecciones celebradas el pasado 28 de julio de 2024 y la perpetuación del poder por parte de Maduro han provocado enfado y tristeza en muchos, tanto dentro como fuera del país. La indignación, la rabia y la tristeza resumen el sentimiento generalizado de una población que, aunque quizás no esperaba un resultado diferente, aún mantenía un resquicio de esperanza en un cambio. Pese a lo cual, la realidad ha demostrado ser desalentadora y la desilusión se ha hecho palpable.
Para muchos venezolanos y observadores internacionales, las elecciones en Venezuela no fueron una mera formalidad democrática, sino un escenario donde se enfrentaban el deseo de cambio contra un aparato gubernamental que controla todas las instituciones clave. Aunque, todos los venezolanos racionalmente no esperábamos otra cosa, pero aún teníamos un poco de confianza, de fe, acompañado por una dosis de ilusión, aderezado con optimismo, para hacer frente a una expectativa llena de anhelos y sueños.
En pocas palabras, a pesar de 25 años de dolor, represión y discriminación, todos reflejábamos la dualidad entre la razón y la emoción que caracteriza la percepción de estas elecciones pasadas. La razón dictaba que, dadas las condiciones de control y represión, un resultado favorable para la oposición era improbable. No obstante, la esperanza, un sentimiento profundamente humano, persistía, esperando un milagro que no llegó.
Por lo tanto, la sensación de inutilidad y frustración era palpable, porque a pesar del aura de cambio, siempre en las sombras se manifestaban a través de las diferentes alocuciones oficiales, esa gente tan malvada, tan criminal, que solo tienen en su mente, destruir los últimos resquicios democráticos del país.
Ahora, cualquier crítica hacia el régimen era creída, ahora cualquier rumor de violación de los derechos humanos por parte del régimen, adquiría un carácter de certeza, porque ahora todas las interrogantes tenían respuestas, ya que estos últimos 25 años el sentimiento que siempre ha estado presente, encabezando la lista del ánimo del venezolano, ha sido la desesperanza, acompañada por el desánimo, el abatimiento y el pesimismo
A pesar de ello, todo se desencadenó la pasada madrugada del 29 de julio de 2024, en el momento que se dieron los resultados de los comicios presidenciales llevados a cabo unas horas antes. En ese momento, todos los venezolanos pudimos palpar la falta de transparencia del proceso electoral, que durante el día 28 venía marcada por denuncias de irregularidades y un acceso limitado a la observación internacional, a los testigos nacionales y en la paralización de la totalización de los cómputos, cuando estos dejaron de ser favorables al candidato oficial.
Fue en ese instante, representado por una cifra, 51,20% de los votos escrutados, en el cual permitía una nueva reelección de Nicolás. Esos números exacerbaron el sentimiento de frustración. Muchos venezolanos, esperanzados con un cambio a través de la candidatura de Edmundo González Urrutia, se sintieron engañados y desmotivados ante la continuidad del actual gobierno. Pero a la vez, ya podían exponer al mundo entero con pelos y señales, que se venía gestando una alteración en los resultados finales.
Este contexto explicado anteriormente ha generado un clima de incertidumbre y pesimismo sobre el futuro del país, en el cual la falta de transparencia en la totalización de los votos, sin el aval de las respectivas papeletas que corroboran las cifras finales y al ganador de las votaciones del último domingo de julio, puede provocar que la crisis se agrave de tal manera, ojalá no sea así, alcanzar niveles incontrolables. Dios nos ilumine.
Por eso comenzaron las protestas, porque el venezolano está cansado de convivir con desaliento, enfrentar todos los días una realidad marcada por la inflación, la escasez de recursos y la falta de oportunidades. La reelección de Maduro representa para muchos una continuación de políticas que, en su percepción, han llevado al país a una situación de estancamiento y retroceso.
Sin embargo, la depresión del lunes era inevitable, es decir, me refiero a la inapelable sensación de angustia y resignación que sigue a eventos de gran carga emocional y expectativas insatisfechas. En el caso de Venezuela, después de cada proceso electoral pasado o intento de cambio en años anteriores, que terminó en fracaso, sumió a gran parte de la población, en un sentimiento de profunda tristeza y resignación.
Por lo cual, lo anterior explica por qué nadie, absolutamente nadie en Venezuela, creyó en los resultados divulgados por el Consejo Nacional Electoral (CNE), dando como ganador a Maduro, porque toda la puesta en escena del ente electoral no pudo dilucidar ni disipar la incredulidad ante la continuidad de un régimen que, con los resultados de las encuestas a boca de urna, daban un desenlace de rechazo por su manejo del país desde hace muchos años.
Por su parte, el gran error que cometieron los paladines de la revolución bolivariana fue menospreciar la astucia y la picardía política de la oposición, que adquirió después de tantos años de luchar contra un régimen que nunca lo hizo de forma justa. En esta oportunidad, María Corina Machado, junto con Edmundo González Urrutia, fueron políticamente correctos, a pesar de ser acusados de ser ingenuos o ineficaces.
En un entorno donde las reglas del juego son constantemente manipuladas por quienes detentan el poder en Venezuela, la oposición apeló al respeto y la igualdad, evitando términos o expresiones que pudieran considerarse despectivos, prejuiciosos o insensibles hacia cualquier grupo político. Esa manera de actuar por parte de María Corina y Edmundo, se convirtió en una postura combativa pero sujeta a las normas tradicionales de la política democrática.
Las elecciones del domingo 28 de julio de 2024 tuvieron como finalidad destapar de una vez por todas la realidad en Venezuela, en la cual los revolucionarios tienen secuestradas todas las instituciones, que no respetan la autonomía de los poderes públicos y encarcelan a todos aquellos que piensan diferente. A todo lo anterior, hay que sumar la hiperinflación, la escasez de alimentos y medicamentos y la pobreza generalizada, que han llevado a una situación en la que la preocupación diaria de muchos venezolanos es simplemente sobrevivir. Este estado de cosas, ha creado un ambiente en el que es extremadamente difícil movilizar a la población para luchar por cambios políticos, ya que las necesidades básicas no están siendo satisfechas. Pero todo cambió, porque el pueblo despertó del letargo ideológico que lo sumió en una realidad que introdujo al venezolano, en convivir una existencia en el umbral de la miseria.
De hecho, el día 29 de julio de 2024, se pudo comprobar en vivo y en directo, qué tan destructor y enemigo de la vida es la revolución bolivariana, en el momento de no respetar la de aquellos compatriotas que salieron a protestar en contra de los resultados presentados por el CNE. Todo quedó plasmado en la brutalidad y el desprecio por el bienestar humano, que muchos asocian con las políticas del gobierno. La indiferencia hacia el sufrimiento de millones de personas, especialmente en lo que respecta a la falta de alimentos y atención médica, es vista como una traición a los principios más básicos de la dignidad humana.
El cinismo de los rojos rojitos también se refiere a la retórica del régimen, que a menudo se presenta como defensor de los pobres y oprimidos, mientras que en la práctica perpetúa un sistema que beneficia a una élite gobernante a expensas del resto de la población. Esta desconexión entre la retórica y la realidad es una fuente de profundo resentimiento y frustración para muchos venezolanos.
No obstante, un aspecto que no debe pasarse por alto ha sido la respuesta de la comunidad internacional ante la situación en Venezuela. Si bien ha habido condenas y sanciones, la efectividad de estas medidas aún es cuestionable. La situación compleja de la geopolítica global, donde intereses económicos y estratégicos a menudo superan las consideraciones humanitarias, ha resultado en una respuesta internacional que muchos consideran insuficiente.
Es crucial que la comunidad internacional no se limite a sanciones simbólicas, sino que tome medidas concretas que puedan aliviar el sufrimiento del pueblo venezolano y presionar por un cambio real. Esto incluye tanto la asistencia humanitaria como el apoyo a iniciativas, que busquen restaurar la democracia y el estado de derecho en el país.
Empero, el futuro de Venezuela sigue siendo incierto. La capacidad de la población para resistir y superar la situación actual, depende de muchos factores, incluyendo la evolución de las condiciones económicas, la unidad de la oposición y la presión internacional. La profunda crisis que vive el país, es tanto una tragedia humanitaria como un desafío a los valores democráticos y de justicia a nivel global.
La resistencia del pueblo venezolano frente a la adversidad es notable, pero la pregunta sigue siendo ¿hasta cuándo podrán soportar estas condiciones? La lucha por la dignidad, la justicia y la libertad es una lucha continua, y mientras haya personas dispuestas a alzar la voz contra la opresión, siempre habrá una esperanza, por tenue que sea, de un futuro mejor.
En resumen, la situación en Venezuela bajo el régimen de Maduro, es un ejemplo doloroso de cómo el poder puede ser usado para oprimir y destruir en lugar de servir y proteger. La indignación y tristeza expresadas en las líneas anteriores son compartidas por muchos que ven con horror cómo se deteriora la vida de millones. A pesar de la oscuridad del presente, la historia nos enseña que la luz puede surgir incluso de los momentos más oscuros y es esta esperanza la que debe ser mantenida viva.