OPINIÓN

La densidad de la obra de Balza desborda su propio discurso

por Abraham Gómez Abraham Gómez

 

Ha quedado, suficiente y explícitamente, admitido en todo tramo epocal que lo que hemos sido y vamos siendo se lo debemos a la matriz epistémica que rige nuestro trasfondo vivencial; es decir, heredamos ese mundo de vida que nutre nuestro modo de conocer individual y socialmente. 

Son las condiciones primigenias de nuestra existencia las que dan origen a una cosmovisión, a moldear una mentalidad; diseñar y trazar una ideología y espíritu del tiempo para expresar lo que sentimos. 

Nadie escapa de su propia naturaleza. 

Se trata de un conjunto de estructuras que resultan inatrapables lógicamente, con anterioridad; por cuanto, son por lo general inconscientes; que legitiman todo cuanto nos disponemos a saber.

Digamos es la base para las formas auténticas de conocer, transformar cosas y significar la realidad; y que a cada quien le impronta (le pone un sello) de singularidad, su estilo para simbolizar y decir con palabras sus circunstancias y subjetividades.

Nuestra constelación de experiencias y aprendizajes únicamente adquieren de suyo sentido, proyección e intencionalidad a la luz de sólidos soportes culturales. Ni más ni menos.

Reforzamos lo anteriormente descrito – en purísima verdad- afianzados en   los intersticios de los tejidos escriturales del laureado José Balza, maestro contemporáneo de nuestro idioma.

Nos atrevemos a exponer (luego de leerlo y releerlo) que la textura y complejidad de la narrativa balziana está por encima sus propios relatos. 

Entonces comporta un desafío y nos obliga a pesquisarla en todo cuanto define su manera de ser, su alforja de imaginarios y sensibilidades. 

Hay una indesligable simbiosis entre su vida y su narratología.

Los lectores aprehendemos escurridizas lúdicas en cada texto de Balza, siempre revisitado. Acaso constituya una hermosa estrategia, de su parte; que incita, a cada quien, a darle completitud a las ideas que apenas insinúa.  

Sus ejercicios narrativos   nos llevan de la mano como ductores hacia la realidad esperanzadora o hacia la proliferación de preguntas sin necesarias respuestas. 

“…pude haber sido otro niño —relata Balza en una entrevista que le hicimos, recientemente —pero había una energía vital que se ubicaba en mí; yo era testigo privilegiado de aquel mundo: agua, cielo inmenso, la vasta selva, montañas, lo que me hizo atrapar la realidad y convertirla en palabras…”

Los textos arquetípicos de Balza han irrumpido para provocar, para desencadenar innumerables controversias; a veces para ir contra lo establecido, para antagonizar las ideas esclerosadas por dogmatismos.

 Le fascina dejar sentado en sus escritos pensamientos a contracorriente, en los cuales el cinismo tiene un sitio preponderante.

Busca hacer cosas con las palabras. exactamente lo que J. Austin denomina “enunciado performativo”; que no se limita a describir un acaecimiento, sino que en el mismo instante de estar expresándolo se realiza el hecho.

Así lo vemos reflejado desde su primera novela Marzo Anterior (1965), donde la búsqueda de la identidad será el elemento esencial de la obra.

Con toda seguridad, con el siguiente aserto tendré bastantes opiniones coincidentes. 

Leer no es sólo consumir signos lingüísticos; sino crear, elucidar, proponer, recomponer; y a menudo somos los lectores quienes les revelamos a los autores qué fue lo que en realidad escribieron. Porque, aunque no toda lámpara tiene su genio; de lo que sí estamos seguros es que lo que brota también depende del espíritu, la mentalidad y las sensibilidades de quien frota la lámpara.

Cuando nos disponemos a leer, a frotar la lámpara para desafiar al genio, abandonamos la multiplicidad de inquietudes de la mente y accedemos a concentrarnos; a seguir el curso de una idea, de una argumentación, a confrontarla con nuestras propias consideraciones. 

 ¡Los libros son objetos mágicos!

Balza, extraordinario manejador de los múltiples elementos de la lengua, crea, recrea y transforma cuanta idea, frase o expresión sea aprovechable semántica y morfosintácticamente en su condición de artista literario, escultor de la palabra.

Balza se ha hecho tan versátil y prolijo que bastantes críticos literarios han advertido que quizás ha llegado el preciso momento de ir estudiando la producción literaria balziana por etapas, géneros, giros estructurantes, contenidos referenciales, motivaciones o cuerpo anecdótico de los relatos; porque sus tendencias e intencionalidades expresivas se han vuelto una cartografía multiforme.

Balza concita como activo de sus designios oraculares  las aguas del Delta del Orinoco: 

“…Un enigmático amor me ata al río –nostalgia Balza– ese tipo de pasión que nos condensa, en el pasado y en futuro. El Orinoco ha estado siempre donde lo encuentro hoy, frente a mi casa. Su presurosa inmovilidad tiene un lugar de asiento en mi propia vida. El río fue mi más poderoso juguete en la infancia. Los días se llevaron mi infancia. Yo cambié, cambié para querer ser siempre el mismo. ¿No seríamos acaso, en 1939, los juguetes que el río usaba para fijarse en alguna memoria? Fuimos juguetes del río con el cual se cree jugar…”

Así también, a Balza le importa el destino de Venezuela; de todo cuanto ha sucedido y ha dejado de acaecer en nuestro país. 

Además, le preocupan las injustas omisiones y crueldades.

Esa misma pasión militante lo muestra cabalmente como discernidor de ideas; aunque consciente de la finitud del tiempo que lo interpela. 

Balza sostiene discursivamente conceptos guías que son metarrelatos para dar cuenta de lo que hemos vivido en este pedazo de geografía suramericana en constantes sustituciones.

Lo que hoy admitimos – sostiene nuestro insigne escritor-  como deslumbrante e interesante proyecto nacional, ya mañana lo dejamos a un costado; mientras seguimos rebuscando una y otra vez, indistinguidamente, en todos los contextos históricos.