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La democracia no está produciendo demócratas

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El 2018 fue un año preocupante para la democracia en América Latina. La encuesta del Latinobarómetro reveló que 71% de los latinoamericanos estaba insatisfecho con la forma en que funcionaba su democracia. Pero afortunadamente el análisis para 2020 muestra signos débiles pero positivos de resiliencia en las democracias latinoamericanas marcados por la disposición para hacer valer la voz a través de la protesta o las urnas.

Para el Latinobarómetro, los gobernantes se colocarían a sí mismos al borde del abismo si no saben interpretar, producto de desigualdades previas que fueron exacerbadas por la pandemia, las demandas ciudadanas que se expresan a través de las movilizaciones, la participación electoral y la percepción de insatisfacción.

Y aunque no podemos negar que aquellas demandas son signos de salud democrática, creo que es importante ponernos en guardia frente al optimismo que de ellas deriva. Para ello, quiero señalar que algunos de los resultados, sumados a ciertas tendencias políticas actuales, podrían dibujar un panorama menos optimista.

A diferencia de otras mediciones como la de The Economist o Freedom House, el Latinobarómero no realiza una clasificación de los regímenes democráticos, de ahí que el indicador de “apoyo a la democracia” sea revelador porque se presenta como una fotografía panorámica de Latinoamérica.

Una década atrás este indicador se encontraba en 63%, desde entonces había venido descendiendo, pero para 2020 esa caída se detuvo y actualmente 48% de los encuestados considera que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno.”

La democracia y los demócratas

Aunque preferiríamos un número más alto, es bueno que el apoyo al autoritarismo se mantenga bajo con 13%. Pero el número que nos debe preocupar es el de los indiferentes al gobierno: 27% entre los latinoamericanos (en 2010 era de 16%). Si lo cruzamos con los datos del “perfil de los demócratas”, este revela que entre la población joven (de 16 a 25 años) el apoyo a la democracia sólo se encuentra en 50%. Esto nos demuestra que la “vida democrática no está produciendo demócratas”.

¿Hacia cuál de los indicadores se deslizará el 27% de los indiferentes o el 50% de los jóvenes que no tiene apego por los valores democráticos: hacia el autoritarismo o hacia el apoyo democrático?

La encuesta nos revela que los ciudadanos quieren votar a sus gobernantes, cierto; pero frente al uso del poder electoral ciudadano, los gobiernos tienen que crear artificialmente un impacto que les garantice continuidad.

En algunos casos, ese impacto se consigue a través de narrativas que presentan al líder del ejecutivo como el único capaz de solucionar las demandas ciudadanas y a sus adversarios como enemigos. Las narrativas que echan mano de ese discurso solo buscan la aceptación acrítica de su mensaje, no el diálogo plural que requiere la democracia.

En este contexto, si el indiferente (27%) se une al insatisfecho (23%), ¿cómo seremos capaces de evitar la formación de “autocracias electorales” donde no importa quién gobierna y por cuánto tiempo mientras prometa solucionar los problemas? ¿Qué podemos hacer con los indiferentes para que no caigan en el canto de sirena del autoritarismo?

Un primer indicio de la dificultad de enfrentar este problema es que 51% de los latinoamericanos toleraría un gobierno no democrático pero que resuelva los problemas. Y aunque no los hayan resuelto, la permisividad de los ciudadanos a las transgresiones democráticas fortalece el autoritarismo.

Un autoritarismo militar es igual de peligroso que uno no militar, pero aún así se presenta una alta tolerancia al segundo, ¿por qué será que los procedimientos democráticos han generado esa tolerancia? ¿La incertidumbre propia de la democracia es intolerable para algunos? ¿Está en los gobiernos la pieza que inclina la balanza hacia la democracia?

El papel de los gobernantes

Si el cierre del decenio que comenzó en 2010 se caracterizó por las protestas masivas en países como Ecuador, Colombia o Chile, la década que está en curso debería ser recordada como aquella en que los gobiernos decidieron combatir con éxito la persistente desigualdad.

Sin embargo, la credibilidad en aquellos está en su “piso mínimo” y si le sumamos escándalos como el de los Papeles de Pandora, los gobiernos tendrán muy complicado llevar a buen puerto sus promesas. Para el Latinobarómetro, el desafío de los gobiernos en la década en curso será terminar sus mandatos en tiempo.

Los cambios presidenciales en países como México, Ecuador o Perú son evidencia de este reto, pero en este contexto, desde la perspectiva del que gobierna, el desafío no es terminar en tiempo sino la permanencia más allá de su tiempo.

Para hacer frente a la inminente desconfianza de sus gobernados, el reto de los gobernantes es encontrar formas de aferrarse al poder: desde las más descaradas como ocurre en Nicaragua hasta las más sutiles como el debilitamiento de las instituciones o una retórica de polarización practicada desde el gobierno en turno.

Las rutas que los gobiernos están tomando para hacerle frente a las crisis deben ser analizadas desde su cuestionamiento como estrategias que refuerzan los valores y los organismos democráticos. Por ejemplo, cómo interpretar que un presidente se tome una foto rodeado de militares luego de amenazar al Poder Judicial o que, ignorando la Constitución de su país, decida dar responsabilidades civiles a las fuerzas armadas.

Para el Latinobarómetro, el camino hacia la consolidación democrática pasa por la respuesta de los gobernantes a las demandas sociales, pero: ¿cómo saber si esa respuesta es democrática?, ¿cómo evitar que la polarización del discurso oficial, reflejada en las actitudes de la gente, siga siendo el signo distintivo de la democracia actual?

El reto frente a nosotros

Considero que las preguntas planteadas solo se resolverán si somos capaces de tender un puente entre la teoría y la práctica democrática. Y ello implica proporcionar a las personas una idea y práctica de la democracia cercana a sus problemas y experiencias para garantizar su comprensión y apoyo.

La labor del Latinobarómetro nos permite conocer esas experiencias y problemas, pero también nos muestra lo que nos falta por hacer y entender. En ese sentido, el reto de cara a la década en curso es aprender de las diferentes formas de vivir la democracia y devolver a las personas una idea de la misma que estén dispuestos a defender y valorar. De otra manera, solo seremos testigos de su debilitamiento, pero no de su consolidación.


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Alberto Ruiz Méndez. Doctor en Filosofía. Profesor en la FFyL, UNAM, la Universidad Anáhuac México y la Barra Nacional de Abogados. Coordinador del proyecto ¿Debilitamiento o consolidación de la democracia en América Latina?. Estudiante posdoctoral en la Universidad Autónoma Metropolitana.

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