OPINIÓN

La democracia no es un juego

por Ángel Lombardi Ángel Lombardi

Es una conquista política, cultural y civilizatoria de la humanidad. Y cada sociedad y cada país tienen derecho a ello. En nuestro país, la democracia, fragua en el siglo XX, a partir de la renta petrolera que en menos de 30 años transforma profundamente a nuestras sociedades y permite el surgimiento de sindicatos y partidos políticos y una minoría ilustrada de sindicalistas, intelectuales y políticos familiarizados con las ideas transformadoras del siglo: socialismo, anarquismo, anarco-sindicalismo, marxismo, marxismo-leninismo, trotskismo, social-cristianismo, etc. De este ambiente cultural e ideológico se nutren los liderazgos personales, sindicales y partidistas y se aclimatan en el mundo latinoamericano, con las particularidades de cada país. La Revolución mexicana (1910), el movimiento reformista de Córdoba (1918) y la aparición del APRA en Perú fueron hechos históricos muy influyentes en los demás países del continente, así como la idea de una identidad común latinoamericana que nos comprometía a una unidad necesaria.

Después de esta etapa fundacional, cada país vivió su propia evolución democrática, con las nefastas interrupciones periódicas de los golpes de Estado y el dictador de turno. En nuestro caso, ya desde el año 1936, se inicia una tímida apertura, hasta que en 1945 con un golpe de Estado toma el poder una nueva generación política, civil y militar, que abrió las puertas a nuestra tumultuaria y en parte caótica democracia de masas, que se consolida institucionalmente, en 1947, con la aprobación del sufragio directo, universal y secreto y la elección popular de Rómulo Gallegos, primer presidente de la democracia en Venezuela. A los pocos meses, otro golpe de Estado lo saca del poder y lo exilia, con otro grupo importante de dirigentes. El «golpe» siempre está presente en nuestra historia política.

Espero que en el siglo XXI este fantasma de nuestra historia sea exorcizado para siempre. En 1958 se inaugura la etapa democrática más larga y fecunda de nuestra historia, sacrificada por nosotros mismos. Perecimos como sociedad, por comodidad. Nos acostumbramos al rentismo y creíamos que era para siempre y en 1998, una parte de los votantes y una élite de empresarios y políticos, apostaron al oportunismo de la novedad y confundieron el pasado con el futuro y las consecuencias de este error político e histórico lo hemos pagado, la mayoría.

La democracia no es estática, como no lo es ningún sistema político, cambia con la sociedad y la economía, de hecho ya hoy se habla de la necesidad de una democracia compleja en una sociedad y en una época y un mundo de cambios acelerados en todos los órdenes, a impulsos de la tecno-ciencia y los amplísimos horizontes del siglo en curso. Pero lo que no cambia es el principio de libertad y justicia que debe sustentar a la democracia, así como los valores del respeto, tolerancia, pluralismo para garantizar la convivencia y el progreso social. Igualmente, la democracia exige un Estado de Derecho que se cumpla igual que el respeto absoluto a los derechos humanos y el tradicional principio de la separación de los poderes y alternabilidad en el gobierno y no confundir gobierno con Estado.

Para vivir en democracia, hay que merecerla, protegerla y luchar por ella, si fuere necesario. Se exige la condición de ciudadano, que no es otra cosa que responsabilidad individual y colectiva, el respeto a la ley y su cumplimiento y la práctica del buen ejemplo.