En la jerarquía de las palabras principales seguramente el primer lugar se lo lleva el amor, pero la palabra libertad ocupa un lugar privilegiado, seguido de democracia. Ambas, libertad y democracia, se retroalimentan pues para que una democracia funcione se debe vivir en una sociedad libre, y para el ejercicio de esa libertad, junto a las responsabilidades que involucra, el mejor modelo político que se ha inventado es el sistema democrático.
La democracia no es un sistema perfecto, previsible, disciplinado, jerárquico y cartesiano, donde cada persona o grupo camina marcialmente hacia objetivos plenamente establecidos. Todo lo contrario, la democracia es un ancho sendero por donde se avanza cada uno a su propio ritmo, con sus objetivos disímiles, con sus intereses y creencias, pero donde no se estorban unos a otros y en el que el Estado tiene como fundamental deber la creación y el mantenimiento de las condiciones para que el sendero sea transitable, y le permita a cada persona llegar a su destino sin estropear las posibilidades de que los demás lleguen a los suyos. El sendero está marcado por la Constitución Nacional.
“La democracia es una obra de arte”, lo afirmaba el agudo intelectual chileno Humberto Maturana. Es una obra humana nacida del encuentro entre iguales, para participar en la toma de decisiones sobre lo que es público y sobre lo que depende la sana convivencia entre la gente. Es un proceso continuo, permanente y vivo que busca la convivencialidad, la armonía y la construcción de una sociedad donde cada persona, cada familia, cada comunidad y cada organización puedan satisfacer de la mejor manera sus múltiples necesidades existenciales y axiológicas en un ambiente de respeto.
Por ello las palabras adecuadas para caracterizar a la democracia son consenso, diálogo, concertación, conciliación y armonía. Las palabras autoritarismo y sumisión están reñidas con la democracia. Recordemos que nació del diálogo entre iguales en el Ágora de la Atenas del Siglo de Oro. No nació del orden y la disciplina cuartelaria de Esparta. La democracia nació en los espacios libres de las plazas y por ello fue fecunda en propiciar el despliegue de la creatividad humana y allí florecieron abundantes las artes y las ciencias. Esparta en cambio en orden a la cultura fue un erial.
La democracia es una obra de arte en permanente y fértil creación y sus artistas son los demócratas que en el ejercicio del respeto al pluralismo y a la diversidad, abren continuamente el sendero a la marcha de una ciudadanía activa y participativa que se preocupa y se ocupa de lo público. Los representantes, los electos, los ganadores en unas elecciones, los gobernantes no son los depositarios del poder – que sigue y debe seguir en manos de los ciudadanos – sino los administradores de determinados asuntos públicos. De allí que el solo hecho de haber sido electos, independiente de la mayoría obtenida, no les da ningún derecho a usurpar la soberanía que siempre reside en el pueblo.
La subsidiariedad es uno de los elementos centrales para el ejercicio democrático. Que lo que es propio de la persona humana, no lo haga ni la familia, ni la sociedad, ni el Estado; que lo que es propio de la familia no lo haga ni la sociedad, ni el Estado; que lo que es propio de la sociedad, no lo haga en Estado. Y si del Estado se trata, si un asunto lo puede hacer la localidad o el municipio no tiene por qué hacerlo la provincia o región, y si lo puede hacer la provincia no tiene porqué hacerlo el poder nacional. Así la autoridad se distribuye y no se tienta la concentración que es contrario a la democracia y a la libertad.
En este sentido las elecciones son un componente fundamental de la democracia, pero no es el único, ni siquiera el más importante, que lo es la libertad. Con frecuencia las elecciones han sido utilizadas para secuestrar a la propia democracia.
Por ello la democracia es en lo sustantivo la libre participación en términos de igualdad de los ciudadanos en la orientación y funcionamiento de la sociedad, empezando por la elección libre de sus autoridades, pero continuando en la participación activa en los asuntos públicos en la búsqueda del bien común. Todo lo que restrinja la libertad y la participación del ciudadano en el debate y en las decisiones de lo público no es democrático. Por ello no es demócrata el que invoca su triunfo para imponer su exclusiva voluntad, o para gobernar con sus incondicionales, o para despreciar o ignorar las opiniones que son distintas a las suyas.
La democracia es una obra de arte que por encima de todo exige la delicadeza y la altura para ejercer el diálogo pleno, en el reconocimiento de la legitimidad del otro y en el respeto a la disidencia. La construcción de la democracia se inicia en el lenguaje, que es de respeto, cordialidad, firmeza sin ofensa, de crítica y propuesta.
La democracia es una obra de arte delicada, difícil y con frecuencia frágil, cuya destrucción se inicia en las palabras soeces, insultantes, calumniosas y faltas de respeto a la dignidad de cada persona humana. Venezuela para lograr vivir en bienestar debe iniciar la construcción de una democracia sólida, para ello debe ser una sociedad libre, responsable y respetuosa. Y cada venezolano un artista de esa obra de arte colectiva, que habla con las fortalezas que nos da la identidad nacional y un alma colectiva con tendencia al bien común.
La democracia venezolana será una obra de arte, pues ya ha probado los espantosos costos de sufrir las carencias de la libertad y la democracia en un régimen que las desprecia. Los venezolanos nos aprestamos a rescatar lo mejor de la identidad nacional para ir, cada uno y paso a paso, trazando en la cotidianidad la Tierra de Gracia que nos merecemos.